lunes, 21 de enero de 2019

Incursiones cotidianas: arquitectura de una playa invernal

Una de las actividades más placenteras -al menos para el que suscribe- es un paseo invernal por una playa desierta. Y si es un playazo, mejor. Y si hace sol y buena temperatura, ni le cuento. Todo esto -cual conjunción zodiacal-planetaria, como diría cualquier astrólogo que se precie- he tenido la suerte de experimentar en Asturias, esa región en la que se comenta con sano orgullo "España ye Asturies y lo demás es tierra conquistada".

Acceso a la playa de La Franca (La Gaceta de Gea)
Me encuentro en el cruce de la carretera N-634 con el acceso rodado a la playa de La Franca, pueblo incluido en la parroquia de Colombres, que, a su vez, pertenece al concejo de Rivadedeva; peculiaridades de la agrupación territorial del poblamiento diseminado asturiano. A unos diez kilómetros al este se encuentra la acuática frontera con Cantabria que forma la ría de Tina Mayor, la desembocadura del río Deva, en Unquera, la patria chica de las deliciosas corbatas.

Para situarnos convenientemente: La Franca y su playa, en el Mapa Topográfico Nacional
Desciendo por la serpenteante carreterilla; a mi derecha aparece una especie de garita en desuso que parece esperar tiempos mejores, si es que éstos tienen a bien presentarse. Paso bajo el viaducto que sostiene la N-634, decorado con múltiples emplastos de cemento que, a modo de ingenieril apósito, cubren las armaduras del hormigón armado previemente expuestas a la humedad y viento reinante. Menos mal.

A la derecha se escucha el rumor de las someras aguas del río Cabra, que corta la arena por la parte derecha de la playa, mezclándose sus aguas con las del Cantábrico junto a unos peñascos desprendidos del escarpe colindante. Este hecho permite la formación de una zona marina dotada de gran cantidad de nutrientes, trasportados por el río Cabra desde su nacimiento en el cercano poblado de La Borbolla. A la izquierda, un camping de calidad cerrado; en agosto se pone de bote en bote, garantizado.

Ascendemos por la vía y divisamos, desde arriba, la fantástica ensenada, más apreciable si la marea está baja. Y es el caso, está bajando, condición necesaria para acceder a los puntos de interés inundables, que son unos cuantos. A la derecha se sitúa un agradable hotel donde estuvo el decimonónico Balneario de La Franca, lo que demuestra la tradición turística del enclave.

Arribazones de ocalito (La Gaceta de Gea)

Bajamos, por una cuidada rampa con pasamanos de madera, a la arena. Sigo la línea de pleamar, el nivel más alto de la marea marcado en la arena, hacia el acantilado de la derecha. Por el camino me tropiezo con unos arribazones compuestos de ramas y hojas de eucalipto, en asturiano ocalito, árbol ubicuo en la zona con el escaso mérito de acidificar el suelo. En otoño, la playa se llena de arribazones de ocle o caloca, algas rojas, o rodofíceas, que algunos locales recogen para utilizarlos como abono o venderlos para la fabricación de agar-agar, una gelatina utilizada en alta cocina y en microbiología.

Alcanzo la roca oscura de la zona intermareal. Por eso de no dudar en su catalogación, recurro al excelente Mapa Geológico de España, que me dice que se trata de una mezcla de cuarzoarenitas, areniscas blancas y pizarras del Cámbrico Superior, la época de los famosos trilobites.

Un alga parda o feofícea: Fucus spiralis, según identificación de Boreos, Twitter @ButNotForgiven (La Gaceta de Gea)
Sobre la roca aparecen multitud de feofíceas -algas pardas- de la especie Fucus spiralis (Identificación de @ButNotForgiven ¡Muchas gracias, amigo!). Lo toco: es un alga que forma unas cintas duras, coriáceas y resbaladizas, con un nervio muy marcado que me recuerda a las acelgas, aunque puede que éstas estén más ricas, ya que son comestibles y con propiedades anticoagulantes.

Más adelante se hace muy patente la erosión de la roca, que se descascarilla por capas como si fuera una cebolla, lo que indica que existen zonas de roca más débiles entre dichas capas, aunque podría ser causada por abundancia de pizarras. Sobre ella, en toda la zona inundable, aparece una negruzca biopelícula de cianobacterias fotosintéticas, de tacto algo "mocoso".

Roca erosionada por capas (La Gaceta de Gea)
Doblo el promontorio, internándome en otra ensenada rodeada del acantilado y salpicada de rocas redondeadas que emergen de la arena, además de otras más pequeñas procedentes de desprendimientos. Un riachuelo de agua rojiza llama mi atención: quizás se trate de la lixiviación de una vena de óxidos de hierro incrustada en la roca. Llamativo, es.

¿Presencia de óxidos de hierro en la roca? (La Gaceta de Gea)
A la izquierda surgen varias fisuras que responden al patrón de erosión por capas, dos de ellas conducen a la denominada cueva del Oso, grieta vertical y alargada que comunica la playa de La Franca con la colindante playa del Oso, únicamente accesible en bajamar. Me introduzco en la estrecha fisura de muros bastante planos, linterna en mano, internándome en la grieta hasta que una bañera de agua fría me impide seguir, aunque veo la luz al final del túnel, nunca mejor dicho. Salgo por donde entré.

Aventura frustrada en la cueva del Oso, inundada a trozos (La Gaceta de Gea)
Doblo el paredón hacia la izquierda, donde se aprecia la roca arrugada por multitud de diaclasas, pequeñas y grandes, lo que recuerda la piel de los elefantes. La diferencia estriba en que en las fisuras pétreas se acomodan hileras agolpadas de pequeños mejillones (Mytilidae), seguramente buscando cobijo ante la fuerza de las mareas, y miles de pequeñas bellotas de mar (Balanus), organismos filtradores considerados los parientes pobres de los apreciados percebes.

"Piel de elefante", diaclasas tapizadas de bellotas de mar y mejillones (La Gaceta de Gea)
Hacia el oeste, siguiendo la línea costera, se alcanza la playa del Oso, calita idílica únicamente accesible en bajamar mediante un paso que deja, a la derecha, una fotogénica grieta, y, a la izquierda, la formación rocosa conocida como la Cabeza del Gorila, chimenea litoral causada por el hundimiento de un arco costero debido a la fuerte erosión marina. Junto a esta peculiar formación se pueden observar varios callejones de arena entre muros casi verticales, en perfecta alineación este-oeste.

La Cabeza del Gorila, la verdad es que tiene un aire... (La Gaceta de Gea)
Observo una de las rocas que emergen del agua, junto a la Cabeza del Gorila. Adheridas a ella aparecen unas bolas o vesículas brillantes, de color pardo. Acaricio una de buen tamaño, está bastante dura; quizás se trate de la feofícea Colpomenia peregrina, acompañada de varias lapas (Patella) y mejillones. Con cierta dificultad, extraigo una pequeña muestra, de interior blanquecino, para obervarla al microscopio.

Alga globosa junto a lapas y mejillones (La Gaceta de Gea)
Al fondo de la cala, entre dos paredones, aparece un muro de piedra con varias aberturas para la salida del agua. Se trata de uno de los tres muros paralelos de "los Viveros", un vivero marino de marisco ya en desuso. Con la sana intención de explorarlo, me introduzco por un callejón, a la derecha del muro. Me sorprenden dos flechas talladas en la roca, una mirando arriba y otra abajo. Pregunto a un lugareño, el cual me chiva que un vecino con inquietudes empíricas ha marcado el nivel máximo al cual ha llegado la arena de la playa. Da gusto un vecindario tan culto, oiga.

Marcas del nivel de la arena, cortesía de un inquieto vecino (La Gaceta de Gea)
Asciendo varios metros sobre el resbaladizo roquedo. Al llegar a la parte superior me sorprende un pequeño charco lleno de pequeños caracoles (menos de 1 cm), tal vez juveniles de bígaro (Littorina littorea).

Caracolillos en un charco (La Gaceta de Gea)
Alzo la vista; francamente espectacular: los gruesos muros de los Viveros se mimetizan perfectamente con las rocas, contra las que baten las olas dejando un relajante aerosol que huele a yodo y salitre, y que refracta la luz del sol formando pequeños arcos iris. Más allá, un pescador mira despreocupadamente hacia las inhóspitas y salvajes playas del Vivero, Mendía y la Punta Cebollera, con forma de mesa.



Desde el alto se divisa la playa en todo su esplendor paisajístico y geológico; los oscuros acantilados pizarrosos se rodean de montes de eucalipto mientras que, al otro lado de la playa, la gran roca blanquecina conocida como el Castro -otra chimenea litoral- constituye el hito más conocido de la playa de La Franca. Por cierto, consultando el excelente mapa geológico del IGME, vemos que el Castro está formado por calizas micríticas y microesparíticas negras (calizas cuyo espacio intersticial se compone de micritas o microesparitas, una especie de barro que hace de matriz) y calizas fétidas (unas calizas amarillentas que cuando se golpean huelen muy mal) del Viseense. Los espacios entre los gruesos muros de los Viveros albergan montones de cantos rodados, apreciándose las ventanas abiertas entre ellos para que entrara o saliera el agua de la marea. Es fácil imaginarse langostas y demás manjares cultivándose aquí.

Los Viveros, al fondo Punta Cebollera (La Gaceta de Gea)
Me bajo del roquedo y atravieso la playa, hasta llegar al extremo donde las aguas del río Cabra penetran en el mar. Un helicóptero de la Guardia Civil, cual buitre leonado, vuela en círculos alrededor del Castro ¿qué buscará?

El otro extremo de la playa: el Castro, hogar de gaviotas y cormoranes (La Gaceta de Gea)
Sobre la roca caliza se posan multitud de ruidosas gaviotas. En un otero cercano, más elevado, unos ¿cormoranes moñudos? (Phalacrocorax aristotelis), miran hacia todos los lados esperando la previsible zambullida.


¿Cormoranes moñudos esperando el baño? Si alguien tiene una identificación mejor, que lo diga, porfa (La Gaceta de Gea)
Vuelvo recorriendo el cauce del río, recortado en la arena. Veo varias personas mirando atentamente el Castro. Me doy la vuelta y veo un helicóptero de la Guardia Civil posándose en la playa. Descienden un par de agentes y desaparecen tras las rocas cercanas al Castro. Tras unos minutos, emergen acompañados de un flaco y barbudo individuo embutido en un traje de neopreno, con una bolsa blanca a la espalda. "A ese le han pillado con los percebes", aclara un pescador. Al cabo de un rato, los guardias dejan libre al sujeto, que atraviesa la playa saliendo por patas de allí; supongo que tendrá los papeles en regla. Todo un espectáculo y además gratis.

De vuelta por el río Cabra (La Gaceta de Gea)
Ya de camino al poblado de La Franca, una familia de patos rarísimos se acomodan en un prau. Cuando no se conoce la especie, no está mal recurrir a Twitter. Me los identifican Aurora Pimentel, @AuroraPimentel y Pavel Pavelich‏ @ELAULLIDO1: se trata de unos patos negros o criollos (Cairina moschata), de origen mesoamericano. Muchas gracias, majos.

Patos negros o criollos, identificación de @AuroraPimentel y @ELAULLIDO1 (La Gaceta de Gea)
Sin duda, un regalo para la vista que cierra esta entrada por una de las mejores y más interesantes playas del norte de España.

PD: Habíamos recogido una muestra del interior del alga parda globosa. Al microscopio, entre la sustancia blanquecina, aparece este ser que no tengo ni idea de lo que es, pero le gusta eso de rotar. La muestra no lleva portaobjetos y hacía viento, por eso tiembla un poco.


¡Salud!

martes, 8 de enero de 2019

Micropaisajes por el mundo (y II)

Como quizás recordará el posible lector, en una entrada anterior hicimos un ejercicio de imaginación, asimilando ciertas imágenes tomadas a través de un microscopio a los paisajes que podemos observar en la vida cotidiana. Ejercicio absolutamente subjetivo, por cierto: a cada individuo le podrá sugerir una cosa, paisaje o no, en función de lo que lleve dentro, de su pasado, filias, fobias y circunstancias, como diría Ortega y Gasset. A otros nada en absoluto, no hay problema alguno (siempre que no afecte a su bienestar, claro).

Fuera de divagaciones estériles, seguimos revisando el prestigioso concurso de microfotografía Nikon Small World, comenzando en 2001 con una imagen de Lars Bech: "DL-acetylleucine monoethanolamine melted with p-nitrophenol".

DL-acetylleucine monoethanolamine melted with p-nitrophenol, de Lars Bech
Se trata de una imagen de una mezcla, caliente y recristalizada, de un fármaco bastante complejo con nitrofenol, una sustancia que se utiliza para fabricar pinturas y como fungicida. La técnica de iluminación es el campo oscuro, bastante fácil de conseguir -incluso de forma casera- fabricando un parche redondo y colocándolo bajo el condensador del microscopio. Me recuerda mucho a las hierbas heladas de un amanecer de invierno, de esas que cuando se pisan crujen levemente, dejando el campo suavemente húmedo. Qué bonito, pasemos a la siguiente.

Iris, ciliary body and lens of a canine eye, de James Hayden
Del año 2000 nos llega "Iris, ciliary body and lens of a canine eye", de James Hayden, otra imagen tomada mediante un microscopio de campo oscuro. Se trata de una sección de un ojo de perro (qué grima, oiga), en la que se puede apreciar el cuerpo ciliar, el iris y la córnea, aunque no tengo ni idea de qué corresponde a qué. La interpretación es bastante obvia: un elegante cisne, quizás enamorado de la luna, que abandona por la noche la bandada.

De la cosecha de 1999 nos llega la microfoto "Polypropylene (a plastic) melted with phthalocyanine blue pigment", de Anna Teetsov.

Polypropylene (a plastic) melted with phthalocyanine blue pigment, de Anna Teetsov
Se trata de una imagen, tomada con el microscopio de luz polarizada, de una mezcla derretida y recristalizada de polipropileno, ese famoso plástico, tan denostado actualmente, que sirve para casi todo, mezclado con un pigmento azulado. El resultado es muy espeleológico: la entrada de una galería parcialmente inundada, de esas en las que hay que servirse de una pequeña balsa, quizás en una cueva ignota, lejana; o no tanto, tal vez en la fantástica cueva del Soplao, en Cantabria. La cristalización del plástico no forma cristales afilados, como en la primera imagen de esta entrada, sino masas blandas, amorfas, aquí coloreadas por la ftalocianina.

De la cosecha de 1997 nos llega la sencilla "Crystallized folic acid", de Stefan Eberhard, iluminada mediante polarización, técnica que, como vemos, da muchísimo juego en microfotografía.

Crystallized folic acid, de Stefan Eberhard

Es una cristalización de ácido fólico o, lo que es lo mismo, vitamina B9, sustancia ampliamente utilizada en salud femenina. Semeja un paisaje de mogotes rojizos: me recuerda a algunos de los paisajes más espectaculares de Utah, puede que el Bryce Canyon al atardecer, o no.

Emodin melted with urea, de Lars Bech
Vamos a 1994, con la delicada microfoto "Emodin melted with urea", del ya conocido monstruo de la microfotografía Lars Bech. Es una imagen, a la luz polarizada, de una mezcla recristalizada de emodina, un laxante, con urea, el primer compuesto químico orgánico que fue sintetizado artificialmente mediante la síntesis de Wöhler, experimento importantísimo que terminó sepultando la teoría vitalista, que decía que no se podían fabricar compuestos orgánicos a partir de inorgánicos por carecer éstos de la necesaria fuerza vital.

Desde 1992 nos llega "Gem beryl crystal", de Kari A. Kinnunen, una sección petrográfica del mineral berilo, que se utiliza como gema, iluminada mediante la técnica de Rheinberg, que consiste en la utilización de una serie de filtros de colores bajo el condensador del microscopio.

Gem crystal beryl, de Kari A. Kinnunen
Para realizar microfotografías de minerales es necesario cortar la pieza en una lámina delgada, de tal modo que la luz que incide sobre el mineral desde el condensador del microscopio sea capaz de traspasar la muestra. Me sugiere el paisaje de una ciudad, tal vez Venecia, con sus túneles que comunican pequeñas plazas. O, tal vez, una magna obra de la arquitectura moderna: la capilla de Ronchamp de Le Corbusier, con sus ventanas irregulares. O una ciudad, inventada o soñada, de las que aparecen en Las Ciudades Invisibles, de Italo Calvino; ya encontrará el lector alguna relación.

Retrocedemos a 1990, con la imagen "Thin slab of Brazilian agate", de John I. Koivula, otra microfotografía petrográfica de lámina delgada, esta vez sin tinción óptica, por lo que los colores del ágata son los naturales.

Thin slab of Brazilian agate, de John I. Koivula
Es bastante evidente: podría tratarse del Monument Valley, entre Arizona y Utah. O, barriendo para mi querido -aunque a veces algo tenso- país, las Bardenas Reales de Navarra.

Terminamos esta entrada -y la serie de micropaisajes- con el otro concurso señero de microfotografía: el Olympus Bioscapes, cuya web es mucho menos completa que la de Nikon, por lo que solo pondré un ejemplo.

Geotrupidae (earth-boring dung beetle) antenna, de Jorgen Hellberg
Desde la edición de 2014 nos llega "Geotrupidae (earth-boring dung beetle) antenna", de Jörgen Hellberg. Se trata de una imagen en campo claro, técnicamente sencilla, de la antena de un geotrúpido, un escarabajo negro y rechoncho que se alimenta de excrementos y materia en descomposición. Toda una joya biológica, ya que todo ser vivo que se dedique a recoger y procesar basura es digno de un monumento. La antena se compone de varios segmentos denominados artejos antenales, rematándose en un oŕgano sensorial. No soy capaz de relacionarlo con ningún paisaje pero sí con un objeto: parece un farol bajo de jardín (una seta) de diseño.

Vamos a realizar un microvídeo de polarización. Preparamos una disolución de oxalato de hierro, un polvo de color ocre que se obtiene al tratar el hierro oxidado con ácido oxálico, lo que permite que el óxido se separe del hierro, limpiando la pieza. Dejamos una gota sobre el portaobjetos y dejamos que se seque, para que pueda cristalizar. A unos 220 aumentos del microscopio, cuando se gira el polarizador, aparecen bonitos cristales maclados. No es un micropaisaje, pero ¿qué importa?


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