miércoles, 22 de diciembre de 2021

Estrellas en la piedra (y II)

Continuamos la anterior entrada buscando esas conexiones entre el cielo y lo construido por nuestros ancestros: la arqueoastronomía.

Nos vamos a Galicia, tierra muy rica en asentamientos prehistóricos, castros celtas, seres feéricos, Santas Compañas, abuelas de la curva, petroglifos y unos túmulos funerarios colectivos denominados mámoas, todos ellos entre los jirones del poblamiento diseminado gallego, un micromundo urbanístico y sociológico en sí mismo digno de estudio.

Comenzamos con una mámoa, el dolmen de Axeitos, cerca de Puebla del Caramiñal y entre las preciosas rías de Arosa y Muros, inserto en un bosque caducifolio verdaderamente hermoso.

Dolmen de Axeitos (La Gaceta de Gea)

Se trata de una tumba de corredor que consta de una cámara poligonal -de ocho ortostatos inclinados- y el corredor, de únicamente tres piedras. La laja horizontal es innecesariamente grande para tapar la cámara sepulcral, otorgando un aspecto verdaderamente tosco al conjunto, como corresponde a sus más de seis milenios de antigüedad. Las antas gallegas poseen una sutil diferencia con sus homólogas alentejanas (ver entrada anterior): los ortostatos que delimitan la cámara sepulcral no se apoyan unos en otros, sino que son independientes entre sí.

Su orientación es inequívoca: al estesureste (ESE), según nuestra rosa de los vientos, con un azimut de 107 grados.

La orientación del dolmen de Axeitos: sureste, azimut 107º (base Google Earth)

Otro insigne dolmen galego, el de Dombate, se orienta con precisión a la salida del sol en el solsticio de invierno, con un azimut de 127º.

Nos vamos para Andalucía con el objeto de estudiar las orientaciones de, quizás, los mejores dólmenes de la Península Ibérica: los de Antequera, las denominadas cuevas de Menga, Viera (en el mismo emplazamiento) y el tholos del Romeral, construidos en el tercer milenio antes de Cristo. El dolmen de Viera consta de un corredor que lleva a una cámara cuadrada, bastante pequeña, cubriéndose con un túmulo de 50 metros de diámetro. Su orientación es estesureste, concretamente 96º.

El dolmen de Menga (cesarlopezgomez.com)

El dolmen de Menga, junto al anterior, es un enorme sepulcro de corredor -el mayor de la Península Ibérica- con con una cámara funeraria de nada menos que 6 metros de anchura y 3,5 metros de altura, casi . Sus lajas de cubierta, se estima, deben pesar unas 180 toneladas ¿cómo las levantarían? Un enigma ibérico que podría ser resuelto por los escultores de los moais en la inefable isla de Pascua.

Orientaciones del dolmen de Viera (estesureste) y del de Menga (peña de los Enamorados)

Este gran monumento -junto con los demás dólmenes Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO- está orientado, de forma anómala, al noreste, en dirección directa a la Peña de los Enamorados, un monte calizo sumamente expresivo con la forma de una cara que mira al cielo: el equivalente español de otros peñascos mistéricos como la Torre del Diablo o Ayers Rock.

Como para no fijarse... (Monplamar)

El tholos del Romeral, 1700 metros al noreste de los anteriores, es otro enorme ejemplar, con un corredor de 14 metros y una cámara sepulcral de 5 metros de diámetro, cubierta con una gran losa. De regalo este monumento trae una cámara auxiliar más pequeña, desviada del eje principal.

El dolmen del Romeral, apuntando a la sierra
Posee una orientación muy extraña: 199º de azimut, lo que corresponde al sursuroeste, justamente hacia la sierra del Torcal, donde se encuentra el famoso y onírico paisaje.

Volvemos al centro a estudiar las orientaciones de los famosos verracos vettones y, entre ellos, quizás los más famosos: los Toros de Guisando, cuatro impresionantes ejemplares graníticos -de tamaño natural- situados en las estribaciones de la sierra de Gredos, entre las localidades de San Martín de Valdeiglesias (Madrid) y El Tiemblo (Ávila).

Los Toros desde la barrera (La Gaceta de Gea)

Estos toros fueron esculpidos en la Edad de Hierro, entre los siglos III y IV a.C., luego son muy posteriores a los monumentos ya tratados.

En lugar de mirar a la salida del sol, estos bichos miran a la puesta del sol en el equinoccio -de primavera u otoño, no se sabe- con un azimut de 268º, orientación oeste. También miran al cerro de Guisando aunque no a su cima, descartando una orientación topográfica a la manera de Menga con la Peña de los Enamorados.

Orientación al ocaso equinoccial de los Toros de Guisando
Nos vamos a las Islas Baleares, primero a Mallorca y después a Menorca, donde encontramos el talayot de Capocorb Vell y la naveta des Tudons.

Talayot de Capocorb Vell (Pinterest)
Capocorb Vell se encuentra cerca de Lluchmajor, sur de Mallorca. Se trata de un conjunto ceremonial con cinco talayots circulares y tres cuadrados, con puertas de acceso. Las orientaciones de los elementos circulares parece que se dirigen al orto solar en el solsticio de Verano, unos 60º, según el libro de Belmonte Avilés. La disposición del eje del conjunto es claramente noreste-suroeste, pero no queda claro que signifique algo astronómicamente hablando.

Varias orientaciones en Capocorb Vell: este, sur y suroeste

Saltamos a Ciudadela de Menorca para visitar la naveta des Tudons, una tumba colectiva al estilo de las antas o dólmenes pero 3000 años más modernas, notándose en su morfología: me recuerda a una pequeña pirámide maya pero realmente es una naveta menorquina, llamada así porque parece un barco boca abajo.

La naveta des Tudons (Wikimedia Commons)

Parece ser que en las excavaciones de este monumento encontraron más de 100 cadáveres en dos niveles, en el interior de la naveta: en el inferior los cadáveres y, encima de ellos, el osario para los fiambres ya descarnados.

La naveta, orientada al suroeste

Su orientación axial es muy clara: 245º suroeste, lo que parece inferir que señalan el ocaso helíaco en algún momento de año, probablemente en los solsticios. Hay que distinguir que esta orientación, que aparece en los sepulcros megalíticos baleares, es opuesta a la que suelen tener los sepulcros peninsulares, que suelen mirar al orto -amanecer- helíaco. Diferentes puntos de vista.

Nos vamos al otro archipiélago español: las fastuosas Islas Canarias -en estos momentos en vilo por el posible agotamiento del volcán Cumbre Vieja- y, más concretamente, a Tenerife, donde encontramos las misteriosas pirámides de Güímar, también conocidas como los Majanos de Chacona, cuyo fascinante museo fue concebido por el explorador -y vividor confeso- Thor Heyerdahl.

Los majanos de Chacona, hacia el orto helíaco en el solsticio de invierno y ocaso en el solsticio de verano (La Gaceta de Gea)

Este complejo posee dos orientaciones axiales: hacia la salida del sol en el solsticio de invierno (que es la salida del sol más meridional del año) y hacia la puesta del sol en el solsticio de verano (el ocaso más septentrional del año), dirigiéndose la primera hacia la isla de Gran Canaria, y la segunda hacia la Caldera de Pedro Gil, los restos de una serie de conos volcánicos colapsados, desplazados y erosionados. Esta última puesta de sol es muy curiosa porque es doble: el sol se oculta por un saliente de la caldera en el borde sur, vuelve a aparecer y se oculta definitivamente: un fenómeno de puesta doble en el solsticio de verano, el 21 de julio.

Los majanos y sus orientaciones

Ahora bien ¿qué son realmente estas pirámides escalonadas? ¿tienen algo que ver con la pirámide de Zoser, las de Monte Albán o la de Choga Zanbil? Pues parece que no, pequeño saltamontes: se supone -aunque no se sabe a ciencia cierta- que las de Güímar no son más que majanos -acumulaciones de piedras- puestos en bonito por avezados agricultores tinerfeños en el siglo XIX, después de haberse pensado que se trataba de ruinas guanches o de la propia Atlántida. Una virguería etnográfica sorprendente por su belleza, diseño y cualidad científica, capaz de engañarnos a todos los que vemos arqueología en cuanto nos topamos con unos pedruscos demasiado ordenados. Hasta algunas fuentes citadas en el libro de Belmonte Avilés elucubran que el dueño de la finca en el que están las pirámides era miembro de la masonería. Vaya usted a saber.

Finalizamos la entrada con dos monumentos bastante desconocidos, de los que vamos a extraer sus posibles orientaciones a modo de ejercicio práctico de lo aprendido en estas dos entradas sobre arqueoastronomía. Y es que ya, a estas alturas, el posible lector puede entender que el que suscribe es mucho más investigador que divulgador; la diferencia: el primero expone sus propias conclusiones y el segundo las de los demás. Nada que objetar a ninguna de las dos posturas, como no podía ser menos.

Nos vamos a la provincia de Cádiz, más concretamente al norte de la localidad de Alcalá del Valle, donde nos encontramos los dólmenes de los Tomillos, tres ejemplares medianos de cámara y corredor, colapsados por el tiempo.

Dólmenes de los Tomillos (La Gaceta de Gea)

Sacamos la brújula in situ, que nos muestra un azimut axial de 195º o 15º para el dolmen más grande, orientación sursuroeste o nornoreste, que no coincide con nada de lo visto anteriormente en cuestión de solsticios, amaneceres o atardeceres. Sin embargo sí que se orienta hacia el peñón de Montentier, la elevación más llamativa de toda la zona ¿orientación hacia un hito topográfico? Puede ser, o no.

Los dólmenes ¿hacia dónde apuntan?

Nos vamos a la meseta, más concretamente a un pueblo de la Alcarria denominado Aguilar de Anguita, para encontrar un dolmen absolutamente desconocido: el del Portillo de las Cortes, en medio de un sembrado al noreste de la ermita de Nuestra Señora del Robusto. Se trata de un pequeño dolmen de cámara y corredor, descubierto y excavado por el marqués de Cerralbo en 1912.

El dolmen de Aguilar de Anguita, unos pedruscos sospechosamente colocados (La Gaceta de Gea)

Su orientación es clara: estesureste, con un azimut de 98º, claramente hacia la salida del sol al igual que el ya visto dolmen de Viera.

Terminamos aquí nuestra aventura arqueoastronómica con un encargo a quien haya podido leer esto (hasta el final, se entiende). Hoy en día todos tenemos una brújula, el propio teléfono móvil si está bien calibrado ¿porqué no hacer arqueoastronomía? Quizás aquel montículo extraño o alineación de piedras se orienta hacia el este o el oeste, o hacia algún lugar llamativo ¿porqué no podemos aportar algo original y único a la ciencia, descubrir nosotros algo que se haya pasado por alto? Esto y mucho más se puede hacer con la simple curiosidad, el amor al conocimiento que otorga la libertad, la cualidad más elevada de la persona como diría mi admirado sabio Antonio Escohotado.

Pues nada, a ello que para luego es tarde.

jueves, 18 de noviembre de 2021

Rutas anárquicas: el Tajo, de Aranjuez a Colmenar de Oreja

Continuamos con nuestro periplo aguas arriba del Tajo desde Aranjuez, tal y como lo dejamos en el recorrido anterior. No nos vamos a detener en la propia localidad porque ya está suficientemente divulgada y lo nuestro es pisar terreno lo más desconocido posible, si se deja. Además, ya escribí una ruta vintage sobre esta zona tan variada -aunque a priori no lo parezca- en esta entrada, aunque su objeto era más bien buscar restos geológicos. En estas exploraciones, por si alguien no se ha dado cuenta, cabe de todo. Como siempre: todas las fotos son de un servidor a menos que indique lo contrario.

Son las nueve de la mañana de un día cualquiera de otoño, despejado, y hace bastante frío: cero grados, ni pa tí ni pa mí. Comenzamos en el extremo este de Aranjuez, al final de la calle de la Reina. Una carreterilla asfaltada, bordeada de altos chopos y anchas sendas peatonales -camino de las Aves a Sotomayor- nos indica que por allí debe haber algún que otro punto de interés, delatado por algunos corredores y senderistas que desafían la rasca dominante.

Primera parada a orillas del Tajo
A la derecha dejo una hípica y un restaurante, ambos cerrados. Llego a un punto en el que la pista gira 90º hacia el sur. Aparco a la izquierda para explorar la playa de la Pavera.

NO es Ibiza precisamente
Salgo del coche; escucho el crujido de mis botas sobre la hierba helada mientras me acerco a la presunta playa fluvial. Me dan la bienvenida varias papeleras rebosantes de porquería y unos maltrechos bancos de madera, mientras un destartalado y cerrado chiringuito me recuerda que no es temporada de baño. Intento distinguir algún rastro de un arenal -eso que se supone que caracteriza a un playa- y no veo más que un tranquilo meandro de agua verdosa y opaca, que parece más un lodazal. Unos pajarillos interrumpen el silencio, quizás para compensar lo cutre del lugar.

Vuelvo a la pista y encuentro unas columnas que enmarcan el portón de la Casa de la Monta, gran edificio construido por Carlos III como caballeriza real. Cerrado, cómo no, su uso ni está ni se le espera. 

La Casa de la Monta, sin oficio ni beneficio

Otro edificio en el que se mete pasta a borbotones, con el único objeto de que no se venga abajo mientras las autoridades autonómicas y municipales dirimen lo que pueden hacer con ello o pasan de todo, una de dos a gusto del consumidor. Al menos me deleito con su precioso frontón, en el que aparecen un par de caballos en medio bulto, que enmarcan un escudo en el que se lee "VENTO GRAVIDAS EX PROLE PVTABIS", algo así como "a juzgar por sus potros os parecerán fecundadas por el viento". Eso sí que es optimismo.

Proseguimos unos 500 metros, con la compañía del canal de las Aves -uno de los que riegan los jardines de Aranjuez- a la izquierda, hasta que la pista asfaltada se convierte en tierra, y tiramos por un sendero a la izquierda que discurre pegado a dicho canal, hasta llegar al azud del Embocador, una pequeña represa del Tajo construida hacia 1530, bajo el reinado del emperador Carlos I.

El escarpe yesífero desde el azud del Embocador
El canal de las Aves se interrumpe por unas esclusas y, a la izquierda, la caseta de la central hidroeléctrica del azud, sin puerta. No puedo resistirlo, aunque imagino lo que voy a encontrar. Voilá, el arte urbano de los pintamonas de turno, con su pertinente acompañamiento de basura en el horadado suelo, donde aparece una especie de pozo donde se situarían el generador y la turbina.
Nada nuevo bajo el sol
Escucho el sonido del agua precipitándose, lo que me hace asomarme a la ventana. Allí está: una preciosa y lisa cascada que parte el cauce del río en dos. En la parte superior dos ánades reales rompen el espejo del agua. Idílico lugar, sin duda. Lástima de vandalismo.
La presa del azud
Regreso al coche no sin antes admirar los escarpes yesíferos que bordean el sur del río, hacia donde me dirijo. Para interpretarlo correctamente consulto el mapa geológico, que me dice que son yesos tableados y nodulares intercalados entre arcillas verdes, grises, marrones y rojas. Vaya paleta de colores.

Sigo la pista, con el escarpe a la derecha, en dirección este, hasta que llego a un monolito que me recuerda la infausta y puñetera Guerra Civil, un desastre que aún pagamos todos, seguramente gracias a sus numerosos fans, esos que nos la tienen que recordar casi todos los días.

Nada más que añadir

La pista de tierra empieza a preocuparme, ya que las lluvias recientes la han convertido en un barrizal, empeorado aún por las profundas roderas de las máquinas agrícolas. Lo peor para mi compacto; menos mal que tengo algo de callo en esto de la conducción fuera de carretera. A duras penas avanzo unos kilómetros, con algunos resbalones y golpes en los bajos, y me sitúo bajo la cúbica silueta del castillo de Oreja, donde aparece un sendero a mi derecha. Asciendo en zigzag mientras observo los cantiles yesíferos, resquebrajados y erosionados, y el suelo arcilloso y húmedo, que se pega a las botas formando una pasta pesada que lastra la progresión.

Oigo lo que me parece el disparo de un cazador, y me pongo en guardia consultando la Orden de Veda de la comunidad autónoma, algo muy recomendable para salir de dudas de si está o no permitido.

Pues parece que sí, por lo que saco un chaleco reflectante de la mochila y un silbato, por eso de hacerme ver y oír. Y es que, a veces, uno se puede llevar un tirito cortesía de estas almas cándidas.

El castillo de Oreja

Me fijo en la vegetación halófila y algo esquelética, entre los reflejos de los cristales de yeso al sol, mientras llego a la base de la torre del homenaje del castillo, que parece consolidada, no amenazando colapso inminente. Frente a la misma, del siglo XII, el despoblado de Oreja y, al fondo, la blanca ermita de la Asunción, junto a otro barrio del despoblado, algo más moderno aunque igualmente ruinoso. Todo sobre la ondulada paramera de la mesa de Ocaña, con su paisaje estepario, a priori poco apto para la vida.

El despoblado de Oreja, al fondo la ermita

Exploro el despoblado: cuevas y bodegas entre restos de muros y material cerámico, curiosas hornacinas, techumbres que amenazan colapso, clavos por doquier...un lugar apasionante y fotogénico aunque peligroso si no se anda uno con sumo cuidado. Así que debo hacer una advertencia para papás hiperventilados: no es buen sitio para el asoleo del menor (o menora) so pena de descalabro o tétanos. Queda dicho.

Rodeo la torre para buscar una entrada, que encuentro en la cara norte. Bajo unas escaleras y admiro el interior, vacío de alturas intermedias, y la bóveda de medio punto, de ladrillo. Muy interesante, a ver lo que dura en pie.

Regreso al coche y avanzo esquivando roderas cada vez más pronunciadas. A kilómetro y medio la pista se bifurca en dos; el topográfico sugiere que me dirija hacia el sur, que por el camino del Tajo no hay salida. A un kilómetro asciendo una rampa pedregosa y, a lo lejos, diviso los pinos y cipreses que bordean el pequeño embalse de Noblejas, lugar que los habitantes del pueblo homónimo llaman "el Pantanito".

El "pantanito" de Noblejas

Dejo el coche en un aparcamiento de aspecto más bien abandonado y sucio, con una fuente seca, y me acerco a una pequeña playita a orillas del embalse. Se trata de una represa del arroyo de la Fuente del Berrato que actuá como un oasis en medio de la estepa manchega. El agua es verdosa y está lisa como un espejo, solo interrumpido por la V de algunos patos, que parpan ajenos a mi presencia. Al otro lado del embalse unas construcciones bastante rústicas aclaran que por aquí vive gente, bastante aislada del mundanal ruido.

Bordeo el embalse y cojo una pista en dirección este. Llego a una bifurcación en la que encuentro un cartel que me indica que estoy en la senda de los Frailes, camino del Acirate en el mapa topográfico.

Paisaje sencillo pero precioso

Tiro a la izquierda, al norte y, a unos 900 metros, cojo el cordel de la Senda Galiana al este y, dejando el cerro Cabeza a la izquierda, giro abruptamente hacia el norte, por un chunguísimo camino, estrecho y embarrado, por el que me desvío. Me enfrento a una gran pendiente de subida, respiro profundamente y, bastante tenso, soporto la subida con la tierra tocándome los bajos y los neumáticos, de un lado para otro, giran intentando evitar las pegajosas roderas. Llego a un llano donde encuentro las primeras casas, muy dispersas, de la urbanización "Los Almendros del Tajo", con lo que respiro más tranquilo, pues lo peor de la ruta ya ha pasado.

Llego al cruce de la polvorienta "calle" principal de la urbanización, de aire western con sus farolas oxidadas y rotas, con lo que me viene a la cabeza un temazo del gran Ry Cooder. Llego al cruce con la carretera TO-2558 -ya asfaltada- y me fijo en el logo y rótulo de entrada de la urbanización: "ciudad residencial"; que no se diga que los españoles no sabemos vender bien.

Ya no hay publicidad como la de antes

Desciendo por la TO-2552 hacia el norte y, a la altura de una gran tinaja, me desvío a la derecha, admirando la vega del Tajo.

Descendemos al Tajo

Comienzo a ver algunos chalets con piscina, pertenecientes al poblado de La Aldehuela. Mi fijo en un logo muy bonito en uno de ellos: cuatro peces enroscados, que me recuerdan a un trisquel, o algo parecido. Imaginación al poder.

Bonito logo pesquero

Avanzo hasta el cauce del río, y encuentro la central eléctrica de La Aldehuela, con un cartel que dice "aquí no hay cobre que robar". Al lado dos abandonos: la antigua central eléctrica y un chaletillo, medio quemado por dentro.

Arreglada tendría su punto

Sigo la carretera al este y, tras dejar una estación de tratamiento de agua potable (ETAP para los amigos), cruzo el Tajo por un puente, llegando a la estrecha y muy transitada M-320, carretera que liga unas cuantas canteras de áridos.

El Tajo desde La Aldehuela

Tiro a la derecha, paralelo al río, con cuidado porque la carretera es muy estrecha y los camionazos me tiran hacia la cuneta. A la izquierda una enorme cantera con mucho trajín. Tras ella me fijo en unos viñedos -de la denominación Vinos de Madrid- con unas preciosas florecillas blancas, lo que me da subidón, como ser sensible que soy.

Viñas y flores

Me acerco a la carretera de Colmenar de Oreja, y un rótulo indica que hay un merendero a la derecha. Me desvío y paso por debajo del puente de Villarrubia, donde encuentro una zona verde, muy sucia y encajada entre una cantera, la carretera y el río.

Bajo el puente de Villarrubia

Respiro profundamente junto al cauce, rememorando lo mucho que me ha gustado esta exploración, que ha tenido de todo. Incluso algo de tensión: la vida misma.

¡Hasta la próxima!












 



jueves, 28 de octubre de 2021

Rutas anárquicas: el Tajo, de Azucaica a Aranjuez

Seguimos con un nuevo capítulo de la serie de rutas anárquicas, esta vez por la provincia de Toledo. Vamos a remontar el Tajo entre la ciudad de Toledo y Aranjuez sin incluir ambas, ya que nos interesa salir de lo trillado, explorar lugares carentes de todo turismo, tal vez descubrir el gracejo de lo anodino, el puntito de lo que aparentemente no despierta curiosidad alguna. Antes de nada: todas las fotos son propias salvo que indique lo contrario.

Cogemos la carretera CM-4001 a las afueras de Toledo y enfilamos a levante; a unos pocos kilómetros llegamos a Azucaica, dejando el vehículo en un parque bastante bien conseguido que separa el casco urbano de la misma carretera. Desciendo por la avenida principal admirando una sucesión de edificios default (como diría un aspirante de millenial como el que suscribe), hasta que encuentro una casa baja con fachada en ladrillo y piedra, aparejo típicamente toledano, poniéndome en situación de lo que puedo esperar en esta zona en el mejor de los casos.

Casa típica toledana

Llego a la plaza principal con su iglesia, como corresponde a todo pueblo español que se precie, y entro para pulsar el ambiente. Una enorme e iluminada Virgen de la Candelaria, de tamaño natural, preside en conjunto en la semipenumbra del interior, dándome ganas de espiritualidad. Pido al Jefe y a la Jefa que me inspiren en este recorrido, a ver si consigo ver más allá de lo evidente: falta me hace en un lugar como este.

Virgen de la Candelaria en la iglesia de Azucaica

Es pronto y hace fresco, aunque el día apunta soleado y templado. Bostezo y, alarmado, me deslizo hacia el bareto de la plaza, con su terracita ad hoc. Cual barista de barrio, le pido al camarero un caféconlechecortodecaféenvasoconlechefría, que para un servidor es la versión propia del Martini de James Bond. Me siento en la terraza con mi vaso de caña, que posee la temperatura de la lava del volcán de La Palma, todo un clásico español. Y es que, pidas lo que pidas, en el bar te van a dar su versión simplificada al absurdo, que no estamos para leches, nunca mejor dicho.

Ya recuperado y con la lengua rasposa, me dirijo al centro de la plaza, donde encuentro una fuente que se pone en funcionamiento cuando me acerco, por eso de ahorrar energía. Vamos bien.

Sigo por la calle principal hasta un parque con juegos infantiles, llamándome la atención una casa de estilo mozárabe, quizás propiedad del prohombre (o de la promujer, para que nadie se ofenda) del pueblo. Una delicia para paladares arquitectónicamente exigentes.

Con un par

Continúo por la calle Arenal hasta el final del pueblo, para tratar de observar la vega del Tajo en este punto. Lo más patente son una serie de invernaderos y pequeñas huertas, y al final el bosque de galería que sigue el cauce del río. Poco que ver, aparte de las ristras de chalets adosados que evidencian la cualidad de Azucaica como pueblo-dormitorio. Vuelvo al coche y me sorprende el consultorio médico, con unos lucernarios que me recuerdan a los del palacio de la Asamblea en Chandigarh, obra del maestro Le Corbusier. En Azucaica se sitúan a hombros de gigantes, sin duda.

Le Corbusier en Azucaica

Sigo por la CM-4001 en dirección noreste. Veo algo aplastado, con una banderita, que avanza en la carretera. Al acercarme compruebo que es un ciclista parapléjico, que pedalea con las manos mientras está tumbado en una especie de bicicleta. Le adelanto con cuidado, mientras me digo a mí mismo que eso es tener mérito y no otras cosas. Un par de kilómetros más adelante paro junto a un monolito que señala el caserío de Higares y su castillo medieval, tal y como marca el mapa topográfico que llevo en el móvil. Es una propiedad particular y, como tal, amenaza con toda suerte de males para el que ose avanzar ¡voto a Bríos!

 

Acceso al castillo de Higares
Prosigo hasta Mocejón, aparcando en la calle principal. Avanzo hasta la ermita de la Veracruz, del siglo XVI, cerrada como suelen estar multitud de edificios religiosos fuera de los horarios de misa ¿tanto les costará dejarlos abiertos, leñe?

En la plaza homónima encuentro una fuente con agua y esa deliciosa babilla verde que tanta vida suele albergar. Recojo una muestra, en un frasquito, para mirarla al microscopio, cosa que, como ya sabrá mi posible lector por entradas anteriores, me gusta más que a un tonto la política.

Ermita de la Veracuz, en Mocejón

Llego a la plaza del pueblo, donde unos mayores se asolean hablando de sus cosas frente al edificio del Ayuntamiento. Me llama la atención el balcón corrido con pilares y faroles de fundición: tiene su gracia. Driblo a la iglesia de San Esteban Protomártir, de gran tamaño, construida en ladrillo y mampostería como casi todo el patrimonio de la zona. No está mal para un pueblo dedicado a los servicios.

Cojo el coche y me dirijo al sureste, por la CM-4006 en dirección a Algodor, dejando a la derecha, a pocos kilómetros, el caserío de Velilla, donde se encontraron restos arqueológicos de la Edad del Bronce. Poco más adelante giro a la izquierda y cruzo el Tajo dejando una acequia elevada, ruinosa, a la izquierda: pura arqueología agraria, agroarqueología. Llego a la nave de viajeros de la abandonada estación de Algodor, de estilo neomudéjar, muy bonita.

Nave de viajeros de la estación de Algodor

Aparco para observar este interesante enclave de cerca. Una ventana se abre chirriando en el silencio reinante e indicándome que no estoy solo, lo que me produce cierto repelús y precaución, algo que no debe faltar en lugares de este tipo porque hay mucho pirado suelto. Accedo a la zona de andenes a través de una puerta entreabierta, dejándome frente a un paisaje digno de película distópica: de frente vagones descacharrados y pintados por los "artistas" de turno; a la derecha una ristra de viviendas bajas, algunas con aspecto de estar ocupadas; a la izquierda la marquesina de la estación, con su estructura metálica roblonada y su precioso reloj, que marca permanentemente las 6:23.

Marquesina de la estación de Algodor
Me acerco a la marquesina y me fijo en una canasta de baloncesto, lo que apoya que este lugar está habitado, aunque no vea a nadie por aquí. Consulto el Catastro Virtual para comprobar el uso de estas edificaciones: la nave de viajeros se construyó en 1879, y tiene uso industrial agrario (como estación de servicio); las viviendas de la derecha constituyen fincas independientes de uso residencial, las más pequeñas construidas en 1930 y las más alejadas -más grandes- edificadas en 1960.

Viviendas de una altura en la estación de Algodor, de 1930

Realmente un lugar extraño para vivir, de sabor steampunk. La verdad es que me gustaría saber qué mueve a la gente a vivir en lugares de este tipo ¿quizás el precio? Ni idea, pero lo que tengo claro es que no debe ser un lugar okupado, aunque lo parezca.

Regreso a Mocejón, no sin antes detenerme pasado el puente sobre la vía férrea, ya que, a la izquierda, aparece señalada una ermita en el mapa topográfico. Salto una valla caída y, entre los pinos, encuentro la ermita de Mocejón, con su acceso tapiado y lleno de basura. Su pequeña espadaña sin campanas me sobrecoge.

Ermita de Mocejón, con mal pronóstico

De vuelta al coche encuentro una curiosa chimenea con una ventana entreabierta. Me asomo, enciendo la linterna y encuentro un pozo con agua. Pozos y ermitas, interesante sinergia; algún día escribiré sobre ello.

Ya en Mocejón, tiro por la CM-4001 hasta alcanzar Villaseca de la Sagra. Mi primera impresión es francamente buena: este pueblo no se parece a los anteriores, las casas están encaladas y parece más manchego que toledano.

Ermita de la Virgen de los Peligros, Villaseca de la Sagra

Paso junto a la bonita ermita de la Virgen de los Peligros, con su agradable placita. Tras ella una biblioteca y una plaza de gran tamaño con una fuente seca, rodeada de casitas encaladas de una planta. Solo silencio, no hay nadie y se está muy bien.

Me dirijo a la plaza mayor del pueblo, donde encuentro un interesante ayuntamiento, en aparejo toledano. Al otro lado unas casas con balcones corridos de madera, muy rústicas y auténticas.

Balcones corridos en la plaza mayor de Villaseca de la Sagra

Ya, hacia la salida del pueblo, encuentro una glorieta con la imagen de un alfarero en bronce, con la inscripción que reza "El pueblo de Villaseca de la Sagra en homenaje a nuestros maestros alfareros. Ellos sin saberlo convirtieron su trabajo en arte para orgullo y gloria de todos nosotros y de nuestro pueblo".

De forma tan poética me alejo de este pueblo que tan buen sabor me ha dejado, enfilando la CM-4001 hacia el sureste. En la primera glorieta que encuentro, giro a la derecha, ya que una especie de torre ha captado mi atención.

El poblado de ACECA

Se trata de un poblado edificado en 1969 y ligado la central de ciclo combinado que se encuentra en sus inmediaciones: la térmica de ACECA, una enorme y ruidosa mole que obtiene electricidad a partir de la combustión de gas natural. Este poblado consta de hileras de chalets de una y dos alturas, a modo de pueblecillo con dotaciones como un parque y pistas deportivas, entre otros. La torre del acceso me recuerda vagamente al silo de Hortaleza, salvando las distancias.

Vuelvo a la CM-4001 y, nada más cruzar la vía férrea, tiro por una ancha y polvorienta pista a la derecha, junto a unos silos de cereal. Llego a un pequeño diseminado y giro 90 grados a la derecha por una pista mucho peor, con lo que me voy aproximando a la central, patente por su continuo zumbido.

La ermita junto a la central térmica
Tras cruzar la vía del tren, llego a la ermita de Nuestra Señora de Fátima, entre la valla de la central y el Tajo. Lugar poco idílico pero interesante porque ¿quién demonios vendrá a esta ermita apartada de todo, junto a un enorme edificio industrial?

Se trata de un edificio algo pastelón que quizás se relacione con el poblado anterior. Para salir de dudas consulto la primera edición del MTN50 y las minutas cartográficas, con lo que averiguo que, antes de la central, había aquí un cruce de caminos, un molino y una venta que se denominaba de Ateca. La ermita es posterior, lo que confirmaría mi diagnóstico.

Me dirijo hacia el norte por una carreterilla paralela a la verja de la central, y llego a la ruinosa estación de Vilaseca-Mocejón, de aspecto menos inquietante que la de Algodor. Ruina pura, sin humanos. Solo el arrullo de unas palomas mezclado con el zumbido de la central y el crepitar de los cables de alta tensión.

Nave en la estación de Villaseca-Mocejón

Entro en una nave pegada a las vías; la estructura de su caída techumbre arroja unas pintorescas sombras. Me place mogollón, oiga. Tampoco hay demasiado que ver aquí, salvo el rótulo de azulejos original con el nombre de la estación.

Regreso a la CM-4001 en dirección Añover del Tajo. Callejeo hasta llegar a la anodina plaza de España, sin mucho interés a excepción del campanario de la iglesia de Santa Ana.

Iglesia de Santa Ana en la poco agraciada plaza de España de Añover del Tajo

Me largo por la CM-4004 hasta el cruce con la CM-4001, donde el mapa me señala la ubicación de una ermita en ruinas y restos de búnkeres de la guerra civil. Creo localizarlos en lo alto de un cerro testigo, junto a la subestación eléctrica pero, al estar vallado, no puedo acceder.

Sigo por la CM-4001 con la intención de llegar a la A-4 y regresar al Foro pero, a la altura del kilómetro 34 me sorprenden, a la izquierda, unas instalaciones polvorientas en ese paisaje margoso, blanquecino, sin vida, de la cuenca de Aranjuez.

Encuentro, en una serie de corrales de buen aspecto, caballos de buen porte, lustrosos, como lavados con champú anticaspa. Extraño lugar, sin rótulos de ningún tipo, aunque está claro que es un criadero con espacio para fiestas camperas.

Ermita de Santa Julia, en el picadero

Salgo de dudas rápido al llegar a una ermita típicamente campera, en un paisaje que me recuerda, en cierto modo, a Arizona o Nuevo México, por lo secarral ¡qué cosas hay por ahí, fuera de los circuitos establecidos!

Ya va siendo hora de volver. Cojo la A-2 y para casa.

¿Se acuerda el lector de la muestra de agua que tomé en la fuente de Mocejón? Cojo un poco de la babilla y la coloco entre el porta y el cubreobjetos, mientras ajusto el condensador de contraste de fase. Me encuentro con los ubicuos rotíferos, esos organismos retráctiles dotados de un aparato rotatorio que les permite comer.


Hasta la próxima.

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