Continuamos con nuestro periplo aguas arriba del Tajo donde lo dejamos en la entrada anterior, junto al castillo de Almoguera, admirando su pintoresco cinturón de murallas que encierra un abandonado solar, un espacio que no sirve absolutamente para nada, ni siquiera de esparcimiento de los propios vecinos. Como siempre, las fotos son del que suscribe a menos que se diga lo contrario.
Castillo de Almoguera: de lejos aparenta algo |
Seguimos por la carretera GU-249 en dirección sur, hasta alcanzar la presa de Almoguera, esta vez aliviando agua como si no hubiera un mañana. Desciendo por el camino de la derecha y analizo el paisaje: al sur, la casa del Ejido -que ya exploramos anteriormente- sobre un montículo sedimentario propio de la llanura de inundación del Tajo, compuesta de gravas, arenas y limos. Más allá el borde de la paramera, con sus suaves ondulaciones sólo interrumpidas por blancos caseríos. La vegetación es rala a más no poder, testigo implacable de la pertinaz sequía.
El Tajo, la represa y la casa del Ejido |
A los lados del río se levantan montículos y muelas que se elevan -algunos de forma abrupta, empinada- hasta encontrar el páramo alcarreño, salpicado de olivares, explotaciones cerealistas, arbustos resecos y encinas y coscojas dispersas sin formar masas boscosas, especialmente en las blanquecinas cuestas, algunas con profundas cárcavas donde se alternan margas y calizas.
Cadáver exquisito, experiencia patafísica |
Avanzo sobre la presa hasta encontrar el canal de alimentación -de aguas verdosas que evidencian crecimiento estacional de algas y cianobacterias-, que cruzo por un puente semicircular. En el suelo, durmiendo el sueño de los justos, un muerto, un fiambre, un finado de sombra recortada como un cuadro de Dalí: un cadáver exquisito que me recuerda al juego de los poetas surrealistas. O, como podría decir el ilustre vanguardista Fernando Arrabal, una experiencia patafísica, donde aflora lo improbable, la excepción. Su color rojo, sus fuertes pinzas espinosas y su espolón en muñeca lo delatan: un cangrejo americano (Procambarus clarkii).
Chopera |
Avanzo junto a las instalaciones de la Confederación Hidrográfica del Tajo, bajo una agradable chopera. Examino el paisaje en dirección aguas arriba: en primer término el embalse de Almoguera, flanquado por un espeso carrizal; a la izquierda, la amplia vega y sus cultivos minifundistas; a la derecha, las escarpadas cuestas y cárcavas blanquecinas -calizas y yesos- interrumpidas por las hendiduras de los arroyos estacionales, que vierten sus escasas aguas de escorrentía al embalse. Cantos de pájaros sobre el lejano rumor del agua cayendo; huele muy bien, como a geosmina.
Por el GR-113 |
Volvemos a coger la carretera en dirección sur hasta cruzar el canal. Inmediatamente cojo una pista a la izquierda: el Camino Natural del Tajo o GR-113.
Al principio el camino está asfaltado y asciende a media ladera, serpenteando entre espartos, aromáticas, quejigos y coscojas, hasta encontrar un ordenado olivar. A partir de aquí la pista discurre entre más olivos y cultivos de poáceas: trigo, cebada y centeno, fáciles de distinguir por sus características espigas.
Paisaje típico alcarreño, como de tapiz de Windows |
El camino está bordeado de avena loca y cabizbajas amapolas, que evidencian, desde tiempos remotos, que ya queda poco tiempo para la cosecha del cereal, quizás diezmada por la carencia de lluvias. Sobre el manto verde emergen las cumbres de los cerros, suaves y levemente arboladas, típicas del relieve tabular, y el cielo, muy azul, se tiñe con los blancos borreguillos de los cirros.
Según se avanza, a la izquierda, aparecen las peladas vaguadas de los arroyos que vierten al embalse; las vistas son amplias, expansivas, dominantes de la fértil campiña.
La campiña del Tajo |
La pista se ondula descendiendo ligeramente hasta que, a la izquierda y abajo, aparece el paraje "Carrascosilla", un topónimo que suele indicar que allí hubo un antiguo poblamiento. A la derecha el paraje "Hipólita", topónimo romano donde los haya.
Un poco más adelante encontramos una bifurcación, que cogemos a la izquierda, hacia el río, en un paisaje de patchwork algo monótono.
Casas de la Vega |
Unas evocadoras ruinas emergen sobre los cultivos, a la derecha. La exploración se impone, como de costumbre: la cabra tira al monte. Se trata de un caserío agrícola abandonado -las Casas de la Vega-, de viviendas de dos alturas con bodega subterránea.
Accedo por una de las puertas, pisando crujientes restos de todo tipo, y examino su construcción: piedra, tapial y estructura de madera, todo revestido con una gruesa capa de yeso.
Palomar y chimenea |
Hornacinas, chimeneas y palomares; es llamativo que la mayoría de construcciones abandonadas que hemos encontrado a la ribera del Tajo son muy parecidas, incluso en el modelo de chimenea y palomar. En esos tiempos no se hacía I+D, lo que funcionaba permanecía ¡para qué complicarse la vida, que ya es suficientemente dura!
Tinaja escondida |
Balas de paja, ruina segura |
Sigo por el GR-113 en dirección E, hasta llegar a un paraje en el que el páramo encajona al Tajo, y una serie de construcciones aparecen a ambos lados de la pista. A la izquierda y junto al río, un antiguo transformador eléctrico (según aparece en las Minutas del IGN)) y un par de corrales.
Transformador y corrales |
A la derecha aparece una construcción de tejado a dos aguas, derribado aunque con los hastiales intactos, arco de porche y una moldura a modo de decoración.
Original entrada |
Detrás de la casa atravieso un pinar de repoblación, recordándome a los que se trasplantan pelo en Turquía: un pelo detrás de otro y en fila india, como estos pinos. Encuentro un ancho camino -que lleva a la cercana población de Albalate de Zorita- con un agradable merendero y, tras él, la ermita de la Santa Cruz.
Merendero y ermita |
Se trata de una ermita del siglo XVI, construida para alojar una cruz que unos pastorcillos -el relato nos es familiar, seguro- encontraron en este paraje. Se abandonó a finales del XIX, para ser reconstruida en 1980. Presenta una planta de cruz latina con muros de sillar y sillarejo, y un sencillo arco de medio punto sirve como entrada, cerrada en esta ocasión.
Cripta de la ermita, en modo almacén |
Rodeo el edificio y encuentro unas escaleras que llevan a una cripta, abierta. Descubro una estancia en penumbra, con cosas esparcidas y algo que parece un rudimentario altar. Lugar paradójico: tranquilo con un toque desasosegante, un sagrado trastero.
Seguimos pegados al río, que hace curva a la izquierda. Aparece una bifurcación y, sin temor alguno, cojo el camino chungo, el de la izquierda, el que va pegado al río.
Bosque de galería y carrizal |
Se trata de un camino malo, medio inundado, con un amplio carrizal que lo separa del Tajo. Algunas construcciones, ligadas al regadío por medio de canales, aparecen en la otra orilla, en un bosque de galería de encinas y pinos.
Regadío |
Algo más adelante el camino -menos mal- llega a su fin, encontrándose con la carretera GU-219, que nos lleva directamente a Zorita de los Canes pasando bajo la conocida ciudad visigoda de Recópolis, que no he visitado en esta ocasión pero que se lo merece, sin duda alguna.
Zorita de los Canes |
El pueblo surge bajo su imponente y descarnada fortaleza de origen musulmán, estrecha y alargada como un buque varado en la paramera alcarreña. Me acerco a su proa, masiva y cortante, sobre la que emerge un torreón semicircular, en mampostería y sillarejo. Me acerco a la puerta: cerrada, otro día será, aunque se adivina el foso y, tras la rampa, la puerta de la zona religiosa, ojival, indicando influencia gótica.
Castillo de Zorita de los Canes |
Tiro por la calle principal del pueblo y me desvío a la izquierda, por la calle del río Tajo, encontrando un merendero muy agradable convertido en parque fluvial de pago; no me parece mal, en España lo gratis no se suele valorar y mucho menos cuidar. Chachi piruli.
Restos del ferrocarril del Tajuña |
Algo más allá, una sorpresa: los extremos de un viejo puente. Consulto los mapas históricos del IGN y me llega la respuesta: son restos del ya desmantelado ferrocarril del Tajuña, un tren de vía estrecha que comunicaba Madrid con Alocén (Guadalajara), aunque su objetivo inicial fue que llegara hasta Aragón. Arqueología ferroviaria de la buena.
Central de Zorita |
Con la sana intención de explorar el potente meandro que hace el Tajo en este enclave prosigo en dirección noroeste, hasta encontrar la central hidroeléctrica de Zorita, un interesante y bien compuesto edificio de hormigón visto.
La progresión hacia el meandro es imposible, todos los caminos están cerrados. Doy la vuelta y cojo la GU-219 en dirección noreste, alcanzando después la CM-200, con la intención de finalizar el recorrido. Sin embargo, aún queda algo: el ascenso al cerro de la Pangía, parte integrante de la microrreserva de los cerros margosos de Pastrana y Yebra, un interesante espacio natural cuyo mayor mérito es la presencia de un endemismo: el limonio de los yesos (Limonium erectum).
Subiendo al cerro de la Pangía |
Me dirijo al noroeste, cruzando el Tajo. Después, a la derecha, el desvío a Sayatón. Cojo la siguiente pista, a la derecha, que asciende en un paisaje de olivar y pinar sobre arcillas y areniscas. La pista vira a la izquierda, ascendiendo suavemente hasta que el suelo cambia de color haciéndose aún más claro: yesos y arcillas yesíferas. Recorro los últimos metros en el cordal, en dirección sur, hasta alcanzar la cima del cerro de la Pangía, sin vistas panorámicas aunque siempre algo se deja ver.
Cadena de cerros margosos |
La vista más interesante el hacia el noroeste, donde los blanquecinos cerros muerden la superficie cultivada, formando unas cárcavas muy pintorescas por lo secas y descarnadas.
El Uluru alcarreño |
Desciendo por el mismo camino, hasta la carretera. Desde aquí, el cerro aparece místico, icónico, como irreal. Me recuerda -salvando las distancias- al Uluru de Australia o a la Torre del Diablo, en Wyoming.
O quizás sea un servidor, que tras una mañana de exploración extrema tenga ya el puntito. Da lo mismo.
CONTINUARÁ