En la estantería me llama la atención un grueso volumen de lomo azul marino, que el autor adquirió antes de examinarse para el título de Patrón de Embarcaciones de Recreo, por eso de alcanzar la inspiración necesaria para tal lid. Es el Derrotero 3 (Tomo I) de las Costas del Mediterráneo, edición de 1998, publicado por el Instituto Hidrográfico de la Marina, en Cádiz.
Vamos a efectuar un viaje marítimo-mental acompañados por este derrotero, como haría, en realidad, cualquier marino que se jacte de ello. Antes de nada, una obligatoria advertencia: si por esta bitácora recalara algún Almirante de la Marina, Alférez de Fragata, Marinero raso o avezado lector de Arturo Pérez-Reverte, que tenga en cuenta que el que suscribe no es más que un grumetillo con ínfulas, de esos que, en caso de irse el barco a pique, saldrían de él antes que las ratas. Discúlpeme pues los posibles errores con la jerga marinera, que es compleja aunque apasionante.
Carta náutica, o de marear, de la costa mediterránea española, para ir siguiendo nuestro viaje. |
Antes de partir, con el castillo a nuestra espalda, nos fijamos en esa protuberante cornisa blanquecina a babor, donde rompen las olas: es la duna oolítica de Los Escullos, formada por la aglomeración de pequeños "huevos" de carbonato cálcico, oolitos, en cuyo interior se acomodan diminutos granos de arena. La geología no da más que inesperadas sorpresas para el que sepa apreciarla.
Partimos del fondeadero entre el castillo de San Felipe, al fondo, y la duna oolítica, en primer término (La Gaceta de Gea) |
Vista de la costa desde el mar (Derrotero) |
Sobre el cortado cerro que se eleva encima de nosotros se encuentra la torre de los Lobos y, sobre ella, la luz de punta de la Polacra, el faro más elevado de España, a 280 metros sobre el nivel del mar.
Faro de la Polacra, inabarcables vistas (Blog Faros Ibéricos) |
Llegamos a punta del Bergantín, separada de la punta de la Polacra por la calita del Bergantín, virgen y de muy difícil acceso debido a su costa alta, tajada y quebrada, todo un refugio de piratas. Al doblar la punta nos encontramos la ensenada de las Negras y el tremendo playazo de Rodalquilar, flanqueado por la batería de San Ramón, en la orilla N y, a una milla, la torre de los Alumbres, denominada así en honor del alumbre, un sulfato de potasio y aluminio hidratado. Por cierto, al O del playazo tenemos las ruinas de las minas auríferas de Rodalquilar, muy pintorescas al caer el sol. Es evidente que nos encontramos en una zona abundante en minerales.
Tanques lavadores en las ruinas de las minas de Rodalquilar (La Gaceta de Gea) |
El castillo de San Pedro y el fondeadero homónimo (La Gaceta de Gea) |
Como ya es la hora de comer, echamos el rezón frente a esta espectacular cala para apretarnos unas patatas en ajopollo seguidas de unos gurullos de Níjar, rematando la faena con una leche frita, estrellas de la gastronomía de Almería. Semejante lujo pide una buena siesta en la bañera de popa, con sus múltiples ventajas para la salud.
Ya recuperados de la pingüe pitanza, doblamos punta Javana para encontranos con el islote de San Pedro, donde se forma un freu, un estrecho entre dicho islote y tierra firme, algo sucio pero en cuya medianía hay 3 metros de agua. Atravesamos el freu con las debidas precauciones para llegar a la ensenada y cala de Agua Amarga, útiles sólo para pescadores y embarcaciones menores. A media milla de la playa y sobre la tajada cordillera, se divisan las ruinas de un antiguo cargadero de mineral.
El cargadero de mineral de Agua Amarga (La Gaceta de Gea) |
Más allá de este punto nos adentramos, tras dejar atrás las increíbles playas de los Muertos, Torre Vieja, Martinicas y de Carboneras y el emisario submarino, nos adentramos en la industrial Carboneras, con sus puertos privados de Hornos Ibéricos y Pucarsa, dedicados a la carga de cemento, yeso, clinker y carbón a través de cargaderos móviles y fijos con cintas transportadoras. Después, una piscifactoría y el puerto pesquero de Carboneras.
Aunque ya va atardeciendo y el fondeadero de Carboneras es de arena limpia y está abrigado de los vientos del O y SO, no me acaba de convencer el lugar, prefiero algo más salvaje y prístino. A ver si lo encontramos. Vamos a ganar arrancada, en cristiano darle caña al barco; a babor, un blanquísimo Carboneras contrasta con las oscuras lomas que lo circundan.
Pasamos por el freu entre el blanco pueblo de Carboneras y el islote de San Andrés, para enfilar a la punta del Rayo. La doblamos y nos topamos con el, probablemente, mayor monumento patrio a la codicia empresarial unida al analfabetismo y trinconeo de las autoridades locales y autonómicas: el indescriptible hotel del Algarrobico. "¿Qué coño sigue haciendo esta mierda aquí?", me pregunto desolado. "Quizás la Junta de Andalucía está esperando a que las nieves del tiempo hagan de las suyas", me contesto decididamente esperanzado.
Aunque parezca mentira, este bodrio aún sigue existiendo (2012, La Gaceta de Gea) |
Llegamos cómodamente al espigón del Cantal, que es poco saliente y de piedra, para llegar a las urbanizaciones costeras del municipio de Mojácar, cuyo asentamiento principal, de aspecto árabe, ocupa la cumbre de un alto cerro, rodeado de huertas regadas por buenas y abundantes aguas. Una sucesión de hoteles nos da la bienvenida: esto no es Benidorm, la presión turística es aún tolerable en el agradable paseo marítimo, dotado de las palmeritas de rigor y la larguísima e idílica playa.
Miro el derrotero buscando un buen fondeadero o atraque: me informa que en Mojácar está el fondeadero de Marina de las Torres, abierto a los vientos del primer y segundo cuadrante. Lo mejor es ir al seguro puerto de Garrucha, que dispone de todos los servicios básicos. Llamo a puerto por el canal 9 VHF; tenemos atraque.
Enfilamos al faro de Garrucha; a babor diviso una agradable sorpresa: el Parador Nacional de Mojácar. Pues allá que voy, porque a uno le gusta la buena vida, y más si es gratis por imaginada. Tras el faro, el castillo de Jesús Nazareno, una defensa contra los piratas norteafricanos. Entramos en puerto, el derrotero informa que no hace falta practicaje. Amarramos y echamos el pie a tierra, con el acostumbrado mareíllo.
Ya en la terraza de la habitación del Parador, un suave y aromático terral me roza la cara; las luces de los barcos brillan tenuemente en la lejanía. Con una cerveza de Almería bien fría repaso mentalmente el periplo. El Mediterráneo tiene un encanto especial, quizás por todos los marineros, exploradores y buscavidas que lo han surcado y descrito a través de los siglos. Pero para disfrutarlo no hace falta ni estar allí, solo hay que dejarse llevar por la magia: la magia del derrotero.
Gracias por compartir sus experiencia
ResponderEliminarA ti por leerme ¡Saludos!
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