martes, 16 de mayo de 2023

Rutas anárquicas: el Tajo, de Almoguera a la Pangía (Zorita de los Canes)

Continuamos con nuestro periplo aguas arriba del Tajo donde lo dejamos en la entrada anterior, junto al castillo de Almoguera, admirando su pintoresco cinturón de murallas que encierra un abandonado solar, un espacio que no sirve absolutamente para nada, ni siquiera de esparcimiento de los propios vecinos. Como siempre, las fotos son del que suscribe a menos que se diga lo contrario.

Castillo de Almoguera: de lejos aparenta algo

Seguimos por la carretera GU-249 en dirección sur, hasta alcanzar la presa de Almoguera, esta vez aliviando agua como si no hubiera un mañana. Desciendo por el camino de la derecha y analizo el paisaje: al sur, la casa del Ejido -que ya exploramos anteriormente- sobre un montículo sedimentario propio de la llanura de inundación del Tajo, compuesta de gravas, arenas y limos. Más allá el borde de la paramera, con sus suaves ondulaciones sólo interrumpidas por blancos caseríos. La vegetación es rala a más no poder, testigo implacable de la pertinaz sequía.

El Tajo, la represa y la casa del Ejido

A los lados del río se levantan montículos y muelas que se elevan -algunos de forma abrupta, empinada- hasta encontrar el páramo alcarreño, salpicado de olivares, explotaciones cerealistas, arbustos resecos y encinas y coscojas dispersas sin formar masas boscosas, especialmente en las blanquecinas cuestas, algunas con profundas cárcavas donde se alternan margas y calizas.

Cadáver exquisito, experiencia patafísica

Avanzo sobre la presa hasta encontrar el canal de alimentación -de aguas verdosas que evidencian crecimiento estacional de algas y cianobacterias-, que cruzo por un puente semicircular. En el suelo, durmiendo el sueño de los justos, un muerto, un fiambre, un finado de sombra recortada como un cuadro de Dalí: un cadáver exquisito que me recuerda al juego de los poetas surrealistas. O, como podría decir el ilustre vanguardista Fernando Arrabal, una experiencia patafísica, donde aflora lo improbable, la excepción. Su color rojo, sus fuertes pinzas espinosas y su espolón en muñeca lo delatan: un cangrejo americano (Procambarus clarkii).

Chopera

Avanzo junto a las instalaciones de la Confederación Hidrográfica del Tajo, bajo una agradable chopera. Examino el paisaje en dirección aguas arriba: en primer término el embalse de Almoguera, flanquado por un espeso carrizal; a la izquierda, la amplia vega y sus cultivos minifundistas; a la derecha, las escarpadas cuestas y cárcavas blanquecinas -calizas y yesos- interrumpidas por las hendiduras de los arroyos estacionales, que vierten sus escasas aguas de escorrentía al embalse. Cantos de pájaros sobre el lejano rumor del agua cayendo; huele muy bien, como a geosmina.

Por el GR-113

Volvemos a coger la carretera en dirección sur hasta cruzar el canal. Inmediatamente cojo una pista a la izquierda: el Camino Natural del Tajo o GR-113.

Al principio el camino está asfaltado y asciende a media ladera, serpenteando entre espartos, aromáticas, quejigos y coscojas, hasta encontrar un ordenado olivar. A partir de aquí la pista discurre entre más olivos y cultivos de poáceas: trigo, cebada y centeno, fáciles de distinguir por sus características espigas.

Paisaje típico alcarreño, como de tapiz de Windows

El camino está bordeado de avena loca y cabizbajas amapolas, que evidencian, desde tiempos remotos, que ya queda poco tiempo para la cosecha del cereal, quizás diezmada por la carencia de lluvias. Sobre el manto verde emergen las cumbres de los cerros, suaves y levemente arboladas, típicas del relieve tabular, y el cielo, muy azul, se tiñe con los blancos borreguillos de los cirros.

Según se avanza, a la izquierda, aparecen las peladas vaguadas de los arroyos que vierten al embalse; las vistas son amplias, expansivas, dominantes de la fértil campiña.

La campiña del Tajo

La pista se ondula descendiendo ligeramente hasta que, a la izquierda y abajo, aparece el paraje "Carrascosilla", un topónimo que suele indicar que allí hubo un antiguo poblamiento. A la derecha el paraje "Hipólita", topónimo romano donde los haya.

Un poco más adelante encontramos una bifurcación, que cogemos a la izquierda, hacia el río, en un paisaje de patchwork algo monótono.

Casas de la Vega

Unas evocadoras ruinas emergen sobre los cultivos, a la derecha. La exploración se impone, como de costumbre: la cabra tira al monte. Se trata de un caserío agrícola abandonado -las Casas de la Vega-, de viviendas de dos alturas con bodega subterránea.

Accedo por una de las puertas, pisando crujientes restos de todo tipo, y examino su construcción: piedra, tapial y estructura de madera, todo revestido con una gruesa capa de yeso.

Palomar y chimenea

Hornacinas, chimeneas y palomares; es llamativo que la mayoría de construcciones abandonadas que hemos encontrado a la ribera del Tajo son muy parecidas, incluso en el modelo de chimenea y palomar. En esos tiempos no se hacía I+D, lo que funcionaba permanecía ¡para qué complicarse la vida, que ya es suficientemente dura!

Tinaja escondida
Salgo al otro lado de la casa, a la calle interior del poblado. Encuentro dos bodegas muy interesantes, frescas y húmedas. En una de ellas una enorme tinaja, asegurada con un madero, no sea que la roben. Balas de paja se apoyan en una marchita pared, como ayudando a que colapse de una vez por todas.

Balas de paja, ruina segura

Sigo por el GR-113 en dirección E, hasta llegar a un paraje en el que el páramo encajona al Tajo, y una serie de construcciones aparecen a ambos lados de la pista. A la izquierda y junto al río, un antiguo transformador eléctrico (según aparece en las Minutas del IGN)) y un par de corrales.

Transformador y corrales

A la derecha aparece una construcción de tejado a dos aguas, derribado aunque con los hastiales intactos, arco de porche y una moldura a modo de decoración.

Original entrada

Detrás de la casa atravieso un pinar de repoblación, recordándome a los que se trasplantan pelo en Turquía: un pelo detrás de otro y en fila india, como estos pinos. Encuentro un ancho camino -que lleva a la cercana población de Albalate de Zorita- con un agradable merendero y, tras él, la ermita de la Santa Cruz.

Merendero y ermita

Se trata de una ermita del siglo XVI, construida para alojar una cruz que unos pastorcillos -el relato nos es familiar, seguro- encontraron en este paraje. Se abandonó a finales del XIX, para ser reconstruida en 1980. Presenta una planta de cruz latina con muros de sillar y sillarejo, y un sencillo arco de medio punto sirve como entrada, cerrada en esta ocasión. 

Cripta de la ermita, en modo almacén

Rodeo el edificio y encuentro unas escaleras que llevan a una cripta, abierta. Descubro una estancia en penumbra, con cosas esparcidas y algo que parece un rudimentario altar. Lugar paradójico: tranquilo con un toque desasosegante, un sagrado trastero.

Seguimos pegados al río, que hace curva a la izquierda. Aparece una bifurcación y, sin temor alguno, cojo el camino chungo, el de la izquierda, el que va pegado al río.

Bosque de galería y carrizal

Se trata de un camino malo, medio inundado, con un amplio carrizal que lo separa del Tajo. Algunas construcciones, ligadas al regadío por medio de canales, aparecen en la otra orilla, en un bosque de galería de encinas y pinos.

Regadío

Algo más adelante el camino -menos mal- llega a su fin, encontrándose con la carretera GU-219, que nos lleva directamente a Zorita de los Canes pasando bajo la conocida ciudad visigoda de Recópolis, que no he visitado en esta ocasión pero que se lo merece, sin duda alguna.

Zorita de los Canes

El pueblo surge bajo su imponente y descarnada fortaleza de origen musulmán, estrecha y alargada como un buque varado en la paramera alcarreña. Me acerco a su proa, masiva y cortante, sobre la que emerge un torreón semicircular, en mampostería y sillarejo. Me acerco a la puerta: cerrada, otro día será, aunque se adivina el foso y, tras la rampa, la puerta de la zona religiosa, ojival, indicando influencia gótica.

Castillo de Zorita de los Canes

Tiro por la calle principal del pueblo y me desvío a la izquierda, por la calle del río Tajo, encontrando un merendero muy agradable convertido en parque fluvial de pago; no me parece mal, en España lo gratis no se suele valorar y mucho menos cuidar. Chachi piruli.

Restos del ferrocarril del Tajuña

Algo más allá, una sorpresa: los extremos de un viejo puente. Consulto los mapas históricos del IGN y me llega la respuesta: son restos del ya desmantelado ferrocarril del Tajuña, un tren de vía estrecha que comunicaba Madrid con Alocén (Guadalajara), aunque su objetivo inicial fue que llegara hasta Aragón. Arqueología ferroviaria de la buena.

Central de Zorita

Con la sana intención de explorar el potente meandro que hace el Tajo en este enclave prosigo en dirección noroeste, hasta encontrar la central hidroeléctrica de Zorita, un interesante y bien compuesto edificio de hormigón visto.

La progresión hacia el meandro es imposible, todos los caminos están cerrados. Doy la vuelta y cojo la GU-219 en dirección noreste, alcanzando después la CM-200, con la intención de finalizar el recorrido. Sin embargo, aún queda algo: el ascenso al cerro de la Pangía, parte integrante de la microrreserva de los cerros margosos de Pastrana y Yebra, un interesante espacio natural cuyo mayor mérito es la presencia de un endemismo: el limonio de los yesos (Limonium erectum).

Subiendo al cerro de la Pangía

Me dirijo al noroeste, cruzando el Tajo. Después, a la derecha, el desvío a Sayatón. Cojo la siguiente pista, a la derecha, que asciende en un paisaje de olivar y pinar sobre arcillas y areniscas. La pista vira a la izquierda, ascendiendo suavemente hasta que el suelo cambia de color haciéndose aún más claro: yesos y arcillas yesíferas. Recorro los últimos metros en el cordal, en dirección sur, hasta alcanzar la cima del cerro de la Pangía, sin vistas panorámicas aunque siempre algo se deja ver.

Cadena de cerros margosos

La vista más interesante el hacia el noroeste, donde los blanquecinos cerros muerden la superficie cultivada, formando unas cárcavas muy pintorescas por lo secas y descarnadas.

El Uluru alcarreño

Desciendo por el mismo camino, hasta la carretera. Desde aquí, el cerro aparece místico, icónico, como irreal. Me recuerda -salvando las distancias- al Uluru de Australia o a la Torre del Diablo, en Wyoming.

O quizás sea un servidor, que tras una mañana de exploración extrema tenga ya el puntito. Da lo mismo.

CONTINUARÁ

viernes, 14 de abril de 2023

Unboxing literario: Lübke y la exploración espeleológica (II)

Continuamos la anterior entrada sobre la historia de la exploración de las cavernas, lo que se acabó denominando espeleología, un deporte-ciencia que, en mi opinión, tiene más de lo segundo que de lo primero, con el mérito añadido de los que lo practican ya que requiere un conocimiento exhaustivo del medio, si uno quiere salir vivo de él.

Nos quedamos en el siglo XIX, y ya es hora de pasar al siglo XX, donde la disciplina se perfeccionó con técnicas y metodologías propias. Nuestro primer invitado es el ingeniero barón Walter von Czoernig-Czernhausen, que en 1913 se unió a la Sociedad Espeleológica de Salzburgo, con la que exploró y topografió más de 400 cavernas.

Czoernig en su salsa (Die Höhlen Salzburgs)

Su obra principal es Die Höhlen Salzburgs, un compendio de sus exploraciones espeleológicas por la zona de Salzburgo, siempre acompañado de cinta métrica, libreta de croquis y brújula.

Su expedición más famosa, con diferencia, es la del Eisriesenwelt, el Mundo de los Gigantes de Hielo, la cueva de hielo más extensa del mundo, con 42 km de desarrollo. No fue su descubridor -fue un tal Posselt- pero sí su más dedicado explorador con más de cien ataques a la cueva, dedicados parcialmente a la topografía.

Explorando el laberinto de la Eisriesenwelt (Die Höhlen Salzburgs)

Recorrió toda la sierra kárstica del Tenne, en los Alpes austríacos, buscando cuevas como un loco, y vaya si las encontró: decenas de ellas, que plasmó en su magno libro. Flipado como él solo, no se conformó con explorar su país, Austria, sino que se internó en la antigua Checoslovaquia, Hungría, Bélgica y Reino Unido, escribiendo muchas publicaciones y recopilando abundante información espeleológica. Como resumen de su carácter místico -como muchísimos exploradores de raza-, transcribo la semblanza de Czoernig según su amigo y colaborador Angermayer:

"Czoernig sentía respeto por lo misterioso, por las fuerzas elementales de la Madre Tierra, por los enigmas de las profundidades que, en medio de la noche eterna, se abren a la mirada del explorador. Cuando estaba sumergido en el mundo subterráneo, desaparecía para él la noción del tiempo, tratárase de horas, días o noches. Una vez en el lugar, como dice el minero, ya no sabía soltarse. Su vida trascurría verdaderamente por los cauces del mundo de las cavernas, con todas sus bellezas, secretos e imponderables, tan celosamente guardados. Así hablaba también en sus escritos de las misteriosas maravillas de aquel mundo, del particular encanto del alpinismo subterráneo, como deporte y por la profunda impresión que causan, en quien las contemplan, las fuerzas de la Naturaleza intactas y como petrificadas."

El gran Norbert Casteret -el padre de la espeleología subacuática- reconociendo un murciélago anillado en la cueva de Tignahustes, 1936. Nótese la placentera expresión de su rostro, que denota -como decía Sören Kierkegaard en La Enfermedad Mortal- que él se ha atrevido a ser él mismo, y lo está disfrutando

Nuestro siguiente explorador de las tinieblas es el gran Norbert Casteret. Tan grande es este personaje que le he dedicado varias entradas: por su pasión casi infantil, por sus agallas explorando cuevas en solitario, con una cuerda anudada y velas, por atravesar cauces subterráneos sin luz y en apnea y, sobre todo, por la capacidad de asombro que mantuvo hasta muy mayor. 

Casteret y el oso de Montespan

Es por ello que únicamente voy a reseñar uno de sus hallazgos más conocidos: las esculturas y dibujos prehistóricos de la cueva de Montespan, en los Pirineos franceses, su zona de asueto. 

En su primera exploración de esta cueva, siguiendo el curso de un río subterráneo, tuvo que traspasar dos sifones en apnea -estaba entrenado ya que era campeón de apnea de su pueblo- recorriendo unos tres kilómetros hasta el final de la caverna. En su segundo ataque a la cueva recogió un molar de bisonte, por lo que pensó que ahí podía haberse alojado el hombre -y la mujer, por si no se entiende que es genérico- primitivo. Engorilado por la perspectiva volvió al año siguiente, encontrando una sala llena de esculturas de barro, relieves y grabados de todo tipo: un justo premio a la perseverancia indómita de nuestro amigo. Una de las esculturas que encontró, muy famosa, es la de un oso de barro al que se le colocó un cráneo real, quizás relacionado con un ritual de caza o protección de la casa-cueva, aunque es arriesgado escudriñar la mente de nuestros antepasados sin ser uno de ellos: por eso es difícil leer el ayer con los ojos del hoy y, a veces, es mejor no intentarlo.

El Instituto de Espeleología, fundado por Racovitza en Cluj-Napoca, Rumanía (worldrecordacademy)

Casteret popularizó la espeleología pirenaica hasta límites insospechados, lo que produjo una pléyade de investigadores autodidactas que se lanzaron a explorar estos macizos calcáreos, aunque antes de él también hubo pioneros como los entomólogos Elzear Abeille de Perrin y Charles Piochard de la Brülerie

En 1907 Émile Gustave Racovitza y René Jeannel fundaron Biospeleologica, una organización cuyo objeto era la investigación zoológica y el levantamiento topográfico de las cuevas, inaugurando una nueva disciplina: la bioespeleología.

Racovitza buceando en Banyuls-sur-Mer, cuando trabajaba en el laboratorio Arago: en el cartel que porta se lee "fotografía subacuática" (3seaseurope)

Racovitza fue uno de los grandes exploradores de los siglos XIX y XX y no le hizo ascos a nada, como debe ser: geografía, espeleología, geología, biología y oceanografía, todo junto y además revuelto. Exploró la Antártida en 1897 en la expedición del navío Belgica, recogiendo todo tipo de muestras de flora, fauna, minerales y fósiles, incluyendo notas antropológicas e incluso políticas. Regresó vivo de milagro y comenzó a trabajar en el Laboratorio Arago, un centro oceanográfico en Banyuls-sur-Mer (Francia), donde Racovitza fue uno de los pioneros de la fotografía subacuática.

Lago de las Cuevas del Drach, foto de Racovitza (romaniatv)

En 1904 exploró las Cuevas del Drach, en Mallorca, donde comenzó su carrera bioespeleológica descubriendo varias especies de invertebrados. Le gustó tanto la experiencia que consagró el resto de su vida a esta disciplina, haciendo incontables contribuciones a la ciencia europea. Un personaje apasionante, sin duda.

Tras los pioneros Czoernig, Casteret y Racovitza damos un salto temporal hasta los años 40 del pasado siglo, tras la Segunda Guerra Mundial, cuando la espeleología ya se constituía como disciplina, habiendo enriquecido otras ciencias como la paleontología, antropología, zoología o incluso la medicina. La investigación avanza con numerosos artículos en publicaciones especializadas, y se fundan clubs y pequeñas agrupaciones de espeleólogos. 

Gustave Abel con su material espeleológico, en la entrada de la Schlenkendurchgangshöhle, 1930 (pdf)
La agrupación más notoria fue la Landesverein für Höhlenkunde en Salzburgo (Alemania), donde Gustave Abel inventó un sistema catastral en el que registró más de 8000 cuevas de todo el mundo, ordenadas por continentes y países, cordilleras y sierras. Además Abel estudió en profundidad la hidrología de algunos karst alpinos austriacos, debido a que le encargaron el plan de abastecimiento de agua de la ciudad de Salzburgo. Exploró más de 300 cavidades dedicándose a topografiarlas, descubriendo unas 150 más, y participó en la organización el primer Congreso Mundial de Espeleología, en 1953.

Espeleobuceadores australianos en 1953 (Cave Diving Group)

En la década de 1950 aparecieron grupos y publicaciones en casi toda Europa, incluyendo España, que merecerá una entrada aparte en esta bitácora. También en dos paraísos para esta disciplina: Estados Unidos y Australia, donde se popularizó el espeleobuceo.

Hasta aquí llega nuestro recorrido de la exploración espeleológica clásica hasta 1961, año de publicación del libro que nos ocupa y que recordamos: "Los Misterios del Mundo Subterráneo", de Anton Lübke. Sin embargo, vamos a finalizar con una curiosidad: el laboratorio espeleológico en el reino de las tinieblas.

Laboratorio de la cueva de Postojna
El Laboratorio Subterráneo de Moulis, situado en los Pirineos franceses, se creó en 1945 con el objeto de poder estudiar, de forma absolutamente científica, los organismos capturados en tantas expediciones espeleológicas que se habían realizado en los Pirineos franceses, popularizadas por el incombustible Norbert Casteret. De todas formas, la idea de un laboratorio subterráneo no era nueva: ya en 1896 el prehistoriador y radiestesista (sí, lo que oyes) Armand Viré -compañero de farra de Jeannel y Racovitza- montó el denominado Laboratorio de las Catacumbas bajo el Jardin del Plantes de París, en unas antiguas catacumbas romanas. El laboratorio fue destruido en 1910 debido a una crecida del Sena, que anegó las catacumbas.

En 1930 se creó otro laboratorio subterráneo en la enorme gruta de Postojna, en Eslovenia. Disponía de acuarios y terrarios, agua corriente y luces rojas, por eso de no deslumbrar a la troglofauna.

Vestíbulo del laboratorio de Moulis, parece un búnker de la IIGM

Volvemos al Laboratorio de Moulis, que se implantó allí por los siguientes criterios: tenía que estar en una cueva de fácil acceso en una región calcárea, con mucha fauna troglodíatica; espaciosa con gran cantidad de estalagmitas, arcillas y aguas corrientes de circulación constante. Además -lo más importante- encontrarse cerca de una población y línea férrea, por eso de poder electrificar la cueva. Se eligió la cueva de Moulis, donde Jeannel montó el laboratorio.

Acuarios en Moulis

Como el acceso a la sala principal era una gatera y Jeannel no quería alterarla, hubo que cavar un túnel de 50 metros de longitud para comunicar la sala principal con el exterior. El proyecto del laboratorio fue ejecutado por el arquitecto municipal de Toulouse, Henri Fourès, que además era biólogo y espeleólogo.

Dentro de la cueva, dos salas secas contenían un acuario y un terrario. Una piscina de cemento, con separaciones de mamparos móviles, permitían criar Proteus y Cambarus, entre otros. Un depósito interior de agua, accionado por una bomba, permitía sacar agua por aspiración, y un compresor de aire mantenía la correcta aireación dentro de la cueva. En el exterior, a unos cientos de metros, se construyó un edificio con laboratorio físico-químico, taller fotográfico, biblioteca, estación meteorológica, habitaciones y despachos para los científicos y garajes. Además de lo referido a la bioespeleología, también se hacían mediciones de la ionización del aire en las cavernas, estudios de hidrometría y termometría, de cristalización de sustancias, de morfología de espeleotemas y demás.

En este laboratorio, en la actualidad, el CNRS -equivalente al español CSIC pero en Francia- ya no se dedica a las cavernas, sino que es una estación de ecología experimental y teórica, con estudios relacionados con la biodiversidad y las interacciones entre los ecosistemas y las sociedades humanas, de cara a la ansiada sostenibilidad.

Finalizamos nuestra serie de dos entradas sobre la historia de la espeleología clásica desde el siglo XIX hasta la década de 1950, siguiendo el apasionante libro de Lübke. En futuras entregas repasaremos la historia de la espeleología española hasta esas mismas fechas, si cabe aún más apasionante y arriesgada, y repleta de inolvidables personajes de los que se puede aprender mucho hoy en día.

martes, 14 de marzo de 2023

Incursiones cotidianas: Madrid, por San Fermín, Orcasur y Orcasitas

Regresamos con otra entrega de la serie "incursiones cotidianas" dedicadas a Madrid, en la que se hace ejercicio, se explora y se aprende, si uno se deja penetrar por el aparente feísmo de estos ámbitos tan poco comerciales esta enorme ciudad, que es una de las que tengo más a mano. El concepto es bien sencillo y válido para cualquier lugar más o menos urbano, antropizado: dejarnos arrastrar por la curiosidad sin prioridades aparentes, a saco, descubriendo si es acertada nuestra inevitable batería de prejuicios, que va a aflorar sin duda alguna.

De izquierda a derecha: San Fermín, Orcasur, Meseta de Orcasitas, poblado de Orcasitas (OSM Topo)
Hoy vamos a recorrer una zona del sur de Madrid poco conocida para los que no viven en ella, encajonada entre cuatro potentes ejes: la A-42 (carretera de Toledo), la A-4 (carretera de Andalucía), la avenida de los Poblados y la M-40, una de las circunvalaciones. Se trata de los barrios de San Fermín, Orcasur, Meseta de Orcasitas y el Poblado Dirigido de Orcasitas. Todas las fotos son del que suscribe, sin excepción.

Comenzamos bajo la mole del hospital Doce de Octubre, construido en 1972, frente a la estación de Metro. Observamos el complejo: consta de un edificio primitivo de ladrillo rojo y zonas acristaladas marcadamente verticales que emerge sobre un bloque horizontal, con ventanas horizontales. Un diseño muy coherente que podría parecer un hotel setentero en Benidorm si no fuera por los nuevos edificios anexos, de aspecto mucho más contemporáneo pero menos rotundos e interesantes en su diseño, "EMHO".

Viviendas en la calle de Carabelos

Cruzamos la avenida de Andalucía y atravesamos una zona ajardinada con pistas deportivas que nos deja en la calle de la Estafeta, a la altura de la calle de Carabelos. En esta última aparecen unos interesantes bloques de viviendas con forma de peine, construidos en 1970 en ladrillo blanco y cinco alturas, y dotados de las siempre agradables terrazas corridas multifuncionales, para cerrar o abrir al gusto del consumidor.

Plaza de los Ojos de la Mezquita, de mucho suelo y poco pelo

Cogemos la calle de Elizondo en dirección sur, hasta llegar a la desangelada plaza de los Ojos de la Mezquita, con sus escasos arbolillos, escuchimizados parterres y marchitos bancos. Y suelo, mucho suelo, gris como la vida, que contrasta con el misterioso y ensoñador nombre de la plaza.

Viviendas neorracionalistas

Cogemos la calle de la Mezquita hacia Estafeta, donde, algo más al sur, encontramos un interesante edificio de viviendas en manzana cerrada, de cierto aspecto neorracionalista, construido en 1999. Sus limpios volúmenes blancos con esquinas marcadas permiten camuflar que se trata de viviendas de protección pública, teniendo mejor aspecto que la mayoría de éstas.

Vivienda en la calle Anaya
Tiro hacia el este por la calle de Navascués, bordeando la Colonia de San Fermín (1940). Se trata de una urbanización realmente gentrificable, uno de esos aḿbitos con encanto vintage y gran potencialidad para artistas en constante búsqueda del Otro, jóvenes bohemios con conciencia de clase, familias modernillas, surferos sin tabla y demás libérrima e identitaria fauna.

La colonia actual, edificada entre los años 1940 y 1946, se superpone formalmente a la anterior: la colonia de Alfonso XIII (1929), destruida en la Guerra Civil Española. Se trata de sencillas manzanas rectangulares con pequeños chalets adosados, de una planta, con patio trasero y pequeño jardín frontal.

Frontón mitad y mitad, o cómo no llevarte con tu vecino

Giro a la derecha por la calle Amaya, donde encuentro los pequeños chalets pintados en diferentes colores y tuneados con toldos a rayas, rejas clásicas o modernas, enanitos de jardín y molinillos de viento. Frontones triangulares dividen las viviendas, en muchos casos pintados por la mitad en distintos colores, no sea que alguien se confunda de morada.

Vivienda de esquina

Cruzo la avenida de San Fermín y me fijo en las esquinas de las manzanas, donde aparecen viviendas de dos alturas, como las almenas de un castillo. Prosigo entre tan agradable y variado entorno hasta que me topo con el colegio República del Brasil (1984), con un cierto aire a centro comercial quizás causado por su rotunda simetría en ladrillo y pavés, flanqueado por torretas curvas de aspecto racionalista.

Colegio simétrico

Regreso por una calle con nombre de bar de pintxos hasta la avenida de San Fermín, que tomo en dirección oeste. Se trata de la vía principal de la colonia: una calle de dos sentidos que alberga tiendas y equipamientos como el centro cultural y la parroquia homónima, quizás no demasiado agraciada pero útil, sin duda.

Centro de Salud guapo

Cruzo la calle Estafeta y me encuentro con el centro de Salud de San Fermín (1999), edificio muy interesante en vidrio y hormigón visto, con forma de L. Dentro trabajan nuestros esforzados y maltratados sanitarios, siempre víctimas de la soberbia ágrafa que caracteriza los populismos de uno y otro signo, en este caso el de la chulesca y sobrada Comunidad de Madrid. Aunque hay otros en otras partes, para desgracia de todos.

Murallones en calle de Antequera

Continúo la calle de la Estafeta en dirección sur hasta que se trasforma en la calle de Antequera, donde unos bloques muy altos constriñen visualmente el espacio: estamos en la Remodelación del poblado de San Fermín (1980), un damero de impersonales edificios en ladrillo rojo.

Descampado

Giramos por la calle del Campo hasta encontrar un gran descampado -valga la paradoja- que hace de aparcamiento aunque parece que duerme el sueño de los justos, quizás esperando la construcción de algún equipamiento público. Justo al lado, la estación de metro San Fermín-Orcasur.

Vivienda fisna en la calle de las ¿Coníferas?

Cruzamos la avenida de Andalucía y tiramos en dirección sur hasta la calle de las Coníferas, un bulevar de nombre irónico ya que su arbolado es de plátanos de sombra. De esta forma poética entramos en Orcasur (1978), un barrio que se configuró como una desafortunada amalgama de diferentes poblados de absorción y realojo en varias fases, aunque el aspecto global es bastante uniforme dentro de lo negativo. La bienvenida nos la da un bloque de viviendas de aspecto bastante cuidado, que bien pudiera estar en otra ubicación más glamourosa.

Residencia de mayores en calle de Albuñuelas: casi es mejor roscarla

En el cruce con la calle de Eduardo Barreiros tiro a la izquierda, donde encontramos un moderno edificio de formación de oficios, de equilibrados volúmenes. De frente la calle de Padul, por donde me interno en Orcasur, más concretamente en el polígono 3 (1979). Avanzo hacia el oeste por una zona de aparcamiento, observando los bloques de viviendas de ladrillo rojo, algunos exentos en dirección este-oeste y otros en manzana semicerrada, con soportales en planta baja y pocos bajos comerciales abiertos. Son las 10 de la mañana y ni un alma por aquí ¿dónde estarán?

Driblo a la izquierda hasta alcanzar la calle de Albuñuelas, donde encontramos un edificio rojo con unos balcones metálicos, que parece un barracón carcelario: es una residencia de mayores, bufff.

Pasión cinegética
Tras el bajón avanzo por la calle de Salobreña y tiro a la derecha. Camino paralelo a una línea de casas con semisótano, parcelita y una altura. Algunas parcelas están cubiertas con plásticos y uralita,un look decididamente chabolista que puede contribuir al desasosiego del inocente flanêur. Aunque -podría ser- sea eso lo que se busca.

Viviendas típicas

Con la mosca detrás de la oreja rodeo el Centro de Salud hasta llegar a la avenida de Orcasur, una rotonda larga y estrecha en la que se implantaron todos los equipamientos del barrio, tiendas incluidas. Una mala idea urbanística similar en concepto a Brasilia pero en cutre, donde la diversidad de pequeños ámbitos queda relegada a enormes espacios comunales -de corte darwinista- donde malotes y niñatos copan el espacio desplazando a niños y mayores, que se las tienen que arreglar como pueden.

Plaza del Pueblo

Tras una enorme biblioteca -testigo de la suma importancia de la educación en este barrio- encuentro la plaza del Pueblo, un espacio con los elementos algo inútiles de rigor: pérgola (de las que no echan apenas sombra) con banco testimonial, kiosko elevado para eventos, pequeña zona infantil y suelo, mucho suelo tras la pintarrajeada trasera del abandonado mercado del barrio.

Sede Rayo Orcasur

Al otro lado encuentro una estructura metálica a dos aguas, sin cubrir, como si hubiese sucumbido a un apocalipsis zombi. Debajo, el centro social del equipo de fútbol del barrio. Detrás vemos una zona de skate, otra infantil y ni un solo banco; aquí nadie se sienta: es mejor correr.

"Centro comercial"

Volvemos al mercado del barrio, todo cerrado, lo que seguramente provoca que los vecinos tengan que coger el coche para asegurarse su más básica subsistencia. Frente al mercado, un peculiar centro comercial con dos escaleras de caracol simétricas y una gran cubierta metálica, que sería hasta simpático si no fuera siniestro.

The Last of Us

Unos sujetos -todos hombres de mediana edad- pululan de aquí para allá sin prestarme atención, mientras me interno en el edificio y subo una de las hélices, donde encuentro unas sillas quizás dispuestas para admirar la puesta de sol, o no. Únicamente veo abiertos un supermercado y dos talleres mecánicos en la trasera, además de una pequeña cafetería en el lateral.

Agradable entorno, para variar

Invadido por la lacerante acedía que me produce este barrio me dirijo hacia la parroquia, por eso de acogerme a sagrado. La encuentro: pequeña, acogedora, en un entorno mucho más cuidado que el anterior. Un jubilado ocupa uno de los escasos bancos, quizás satisfecho por su hallazgo.

Iglesia de buen diseño

Tiro por la calle Nívar con la intención de largarme de aquí, mientras observo los sobrios y lisos barracones de tres alturas. Alcanzo la Gran Avenida de la Meseta de Orcasitas (1973) mientras respiro aliviado: mucha más animación, gente, comercios, cierta alegría de vivir.

Patrimonio industrial aprovechado

A la izquierda la iglesia de la Preciosa Sangre (1980), de módulos hexagonales. Más al oeste alcanzo la plaza de la Asociación -centro neurálgico del barrio- donde observo la decorada chimenea de la Central Térmica, que provee de calorcito a los vecinos. Nada que ver con Orcasur: espacios limpios, verdes, con abundantes bancos y sombras, muchos pequeños comercios y bares, gente normal en fondo y forma y, sobre todo, alternancia de espacios urbanos grandes -sin ser enormes- y pequeños, sin ser escondrijos sombríos.

Aprovecho para estudiar el plano del barrio: se configura mediante una plaza central (la de la Asociación), y alrededor seis plazas cerradas de nombres que piden mármol: Promesas, Asambleas, Solidaridad, Memoria Vinculante (?), Movimiento Ciudadano y Mil Delegados. Alrededor de cada manzana cuadrada -de cuatro alturas- aparecen ocho torres cuadradas de diez pisos a modo de satélites: el Sistema Solar de Orcasitas.

Plaza de las Promesas

Me filtro en la plaza de las Promesas a través de la columnata que sostiene la manzana cerrada. Su simetría rotunda y zonas ajardinadas recortadas con bancos de granito y rejas me recuerdan vagamente a la arquitectura franquista de los años 50.

Plaza del Movimiento Ciudadano

Vuelvo a la plaza de la Asociación y, bajando unas amplias escalinatas, alcanzo la plaza del Movimiento Ciudadano, recuerdo de la importancia que tuvo la movilización popular en la construcción de este barrio. Se trata de una plaza cuadrada pero delimitada por cuatro bloques exentos de cuatro alturas, en ladrillo blanco y con balcones corridos, que podrían fácilmente situarse en zonas con mayor renta per cápita.

Mural histórico

Atravieso la plaza de la Memoria Vinculante, bastante similar, y llego a un Centro de Mayores (1990) de buen aspecto, con un cuerpo central de acceso y laterales con muros-cortina verticales. Al lado me sorprende un bonito mural con la historia del barrio a modo de cómic. Detrás un frontón y, al lado, un agradable parque con lámina de agua.

Mural "Los Domingueros"

Llego a la avenida de Rafael Ybarra, frontera de la Meseta de Orcasitas con el Poblado Dirigido de Orcasitas (1976). Reparo en un mural que representa cuatro simpáticos currelas que, pitillo en mano, dan la bienvenida al barrio. Se trata de "Los Domingueros", de Miquel Wert, que representa a unos obreros que trabajaban en la construcción del poblado los fines de semana, a cambio de una vivienda digna.

Hotelitos

Aprovecho para analizar la planta del Poblado Dirigido, de gran diversidad y complejidad urbana, como a un servidor le gusta: ristras de pequeños hotelitos con callejuelas, plazas bordeadas por altos bloques, mercados con pequeñas tiendas, todo entre viales más o menos anchos que se abren en zonas de aparcamiento, todo aderezado con una buena cantidad de bancos y arbolado.

Diversidad urbana de la buena

Tiro por la calle Deva -más bien una calleja- admirando los sencillos hotelitos de dos alturas con escalera, algunos tuneados. Unos se orientan este-oeste y otros norte-sur, configurando una gradación de espacios urbanos más o menos privados.

Viviendas en plaza de Jaizquibel

Giro al sur hacia la plaza de Jaizquibel, bordeada por sólidos bloques exentos de diez alturas con balcones corridos y planta baja exenta. Sigo por la calle de Villabona alcanzando el Mercado de Orcasitas, con mucha actividad y buen ambiente.

Cruzo la calle de Guetaria y paso entre dos líneas de tiendas bajas a modo de mercado abierto entre grandes bloques de viviendas, alcanzando la calle de Ibarra, que cojo en dirección norte; aquí vuelven a aparecer los chalets de dos alturas, y ya se escucha el murmullo de la autovía A-42. 

Chaletes en calle de Ichaso
Giro por la calle de Ichaso y me cuelo entre dos ristras de adosados, con lo que llego a una zona verde bastante grande, separada de la autovía por un talud elevado, bastante aseado para lo que podría ser. Estamos en la plaza Zapola: unos chavales perrean como si no hubiera un mañana; puede que tengan razón.

Bloques en plaza Zapola

Atravieso la plaza de Ermua y alcanzo la iglesia del poblado, en la calle de Cestona. Tras el discreto y masivo Centro de Salud encuentro un opaco edificio de hormigón visto y una altura: la Escuela Municipal de Música Maestro Barbieri (1982).

Escuela de Música

Alcanzo la rotonda de la avenida de los Poblados, cruzo y me interno en el paseo principal del parque de Pradolongo (1985), en dirección noreste, dirigido por unas láminas de agua con fuentecillas. Antes esta zona estaba ocupada por chabolas e infraviviendas, y ahora es uno de los parques más grandes de Madrid, y es bastante agradable.

Bulevar de Pradolongo

Llego a una especie de OVNI elevado: es el templete de Pradolongo, un mirador privilegiado.

Encuentros en la Tercera Fase

Subo y admiro el gran estanque, con graderío lateral y tómbolo interior. Una gran bandada de gaviotas sombrías (Larus fuscus) emerge cual estruendosa nube, quizás ahuyentadas por una tabla -no sé si un kayak- que se desplaza por el agua con unos diez marineros a bordo, de pie y con palas.

Estanque de Pradolongo

Desciendo el graderío de la derecha y cojo un sendero abierto en el césped, que me deja junto al Centro Cultural Maris Stella, un moderno equipamiento que tiene en su interior una iglesia conocida como la "iglesia rota". Hoy se utiliza para exposiciones y alberga un club de piragüismo: buen ejemplo de lo importante que es recuperar -para dar uso- elementos inservibles o ruinosos, ya que lo que no se usa se pierde.

Parque en obras con esculturas emergentes

Alcanzo la calle del Dr. Tolosa Latour y cruzo hasta internarme en un parque aterrazado, en obras, con unas peculiares "esculturas emergentes" de colores, y que me gustan o no dependiendo de lo que hayan costado al erario público (baratas=me gustan, caras=no me gustan). 

El 12 de Octubre desde el Anillo Verde Ciclista

Sigo por el parque "Miguel Sarabia Gil" por unas curiosas pasarelas aterrazadas, hasta que llego a un montículo pelado. Me fijo en los enormes edificios nuevos del hospital 12 de Octubre, y me da por pensar que estaría muy bien que se invirtiera el dinero público -además de en obritas para fardar de cortar cintas- en mejorar las condiciones del personal sanitario, frecuentemente abusado por su carácter vocacional.

Desde aquí sigo el Anillo Verde Ciclista y, en pocos minutos, alcanzo la estación de metro 12 de Octubre, donde empezamos esta ruta tan didáctica a través de cuatro barrios del siempre desconocido sur de la capital.

Rutas anárquicas: el Tajo, de Almoguera a la Pangía (Zorita de los Canes)

Continuamos con nuestro periplo aguas arriba del Tajo donde lo dejamos en la entrada anterior , junto al castillo de Almoguera , admirando s...