lunes, 12 de junio de 2023

Unboxing literario: la vida subterránea de Norbert Casteret (II - Montespan y la Gruta Helada)

Continuamos la anterior entrada sobre Norbert Casteret, uno de los padres de la espeleología y, sin duda, uno de los exploradores más vocacionales e irredentos. Un personaje capaz de hacer verdaderas locuras desde su más tierna infancia, de esas que provocarían un ataque al corazón a cualquier padre alfa, tan abundantes en la actualidad.

Nos quedamos con la sensación de triunfo del joven Norbert tras explorar su primera sima, la sima de Planque, tras una épica lucha interior que no hizo otra cosa que afirmar su gusto por lo oscuro y húmedo, por la exploración sin concesiones y sin la más mínima prudencia, tan típica de los pioneros de casi todas las disciplinas.

Traspasando sifones en Montespan

Tras esta exploración -y con la suerte del principiante- se produjo uno de sus hallazgos más conocidos: los dibujos y esculturas prehistóricas de la cueva de Montespan, que ya reseñé en una entrada anterior dedicada a los albores de la espeleología moderna.

Se trata de un descubrimiento poco convencional en sus formas: en 1922, Norbert llegó al lugar en bici, solo y armado con sus fiables velas. Realmente no había cueva alguna sino la surgencia de un río subterráneo, aunque encontró una grieta practicable encima del manantial, entre la vegetación. Una vez dentro se desnudó y se metió en el río con la vela, recorriéndolo hasta que el techo se hizo demasiado bajo, sin posibilidad de avance: un sifón. Recordó que había sido campeón de apnea, tomó unas buenas hiperventilaciones (inspiraciones muy profundas y expiraciones rápidas) y atravesó el sifón rápidamente, aunque sin la vela, lo que le hizo retroceder en un inesperado ataque de cordura. Volvió al día siguiente bien pertrechado con un gorro de natación estanco lleno de velas y cerillas, para poder proseguir tras el sifón, cosa que hizo sin problema. Encontró una gran sala y otro sifón, esta vez más largo, que traspasó de la misma forma hasta llegar a una zona donde encontró renacuajos en el riachuelo, lo que indicaba que allí había algo de luz: había alcanzado la otra entrada de la cueva, tras tres kilómetros de exploración. 

Huellas de magdalenienses en la cueva de Montestan, tal y como las descubrió Casteret

Salió de la cueva y observó un molar de bisonte que había recogido en una de las salas, infiriendo que era de Bos primigenius, y que algún humano -del magdaleniense o auriñaciense- lo habría llevado al interior de la cueva.

Volvió a la cueva de Montespan el año siguiente con compañía, dispuesto a explorar la cueva en condiciones. Al pasar el segundo sifón, en un pequeño laminador, Norbert encontró un sílex tallado, y tropezó con una gran piedra de extraña forma, que resultó ser la escultura de un oso prehistórico descabezado, acompañada de un cráneo de oso real en el suelo:

    "Al acercarme al muro tropiezo con una roca que me cierra el paso. Instintivamente dirijo la luz hacia el obstáculo y lo observo durante un segundo o dos, quizá lo suficiente para darme cuenta de que no se trata de una roca, sino de un bloque arcilloso con una forma un tanto extraña. Una segunda ojeada me llena de asombro sin límites al reconocer la silueta de un animal echado, agazapado, con las patas delanteras extendidas en el suelo... Estas formas macizas y redondeadas me hacen pensar inmediatamente en un oso. Permanezco unos segundos como mudo, petrificado, y al fin puedo exclamar:

—¡Un oso!
Henri Godin deja el pico y me contempla con asombro.
—Un oso, te digo, ven a verlo, ¡Aquí hay la estatua de un oso!"

Un oso: quizás, de modo instintivo, Casteret descubrió lo que Cuvier denominó correlación orgánica, que la forma del individuo y sus características determinan la función, lo que permite una taxonomía, aunque en este contexto aplicado al arte en lugar de la paleontología.

El oso de Monterpan en la actualidad (megafaunarituals)
En Montespan Norbert descubrió, además del la escultura del oso, numerosos grabados:

"Mientras Godin examinaba atentamente la estatua del oso sin cabeza, echo una ojeada alrededor de mí, y me doy cuenta de que todo el suelo de tierra está lleno de esta clase de relieves como montecillos desdibujados y redondeados, representando pequeños caballos echados de lado y modelados en alto relieve. Me acerco a la pared rozándola con la luz, como aprendí del conde Begouén, y veo surgir unos finos grabados hechos con ayuda de buriles de sílex ¡un bisonte, una cabra montés, dos caballos!"

Este descubrimiento resonó en el mundo de los prehistoriadores, lo que le otorgó cierta notoriedad aunque, como es lógico, no le permitía vivir de la exploración, por lo que se siguió dedicando a labores administrativas en Toulouse.

Porche de la Gruta Helada

En 1924 conoció a su futura esposa Élisabeth, alpinista aficionada al igual que su madre (mujeres avanzadas para la época, desde luego), por lo que Norbert -hombre práctico- convino integrar su afición espeleológica con el alpinismo, por eso de aprovechar tan convincentes maestras. Este hecho provocaría el descubrimiento de la Gruta Helada de Casteret, el segundo de sus greatest hits aunque no el último.

En 1926 se fue de excursión a Gavarnie, con la intención de ascender -en varios días- al Monte Perdido con Élisabeth, la mamá Casteret y su hermano Marcial. Al llegar a España, atravesando la brecha de Rolando, observó una sombra en la ladera oeste del pico Anónimo, denominado "de los Rebecos" por Casteret; por cierto, vaya basura de nombre le pusieron los del IGME de la época, sugiero cambiar lo de "Anónimo" por "de los Rebecos" urgentemente, si alguien con suficiente poder lee esto.

"Jadeando llegamos hasta él [la cueva], y nos quedamos estupefactos. La entrada, un porche de unos treinta metros de ancho, se encuentra obstruido por un caos de rocas, y al pie de esta barrera que forma como una escarpe, contemplamos una de las decoraciones más extrañas y más raras que podamos haber visto en el mundo: un lago helado y más allá, viniendo de las entrañas de la tierra, un río de hielo horizontal, de veinte a treinta metros de ancho. Atravesamos apresuradamente el lago de entrada sobre un mantel de hielo transparente, aparentemente poco espeso primero, y luego ponemos el pie sobre la capa que le sigue; ésta más espesa y blanca, como porcelana. La luz del día penetra oblicuamente en la caverna, y al reflejarse en el suelo produce unos tintes y unos reflejos verdes y glaucos en la bóveda y paredes. Este mundo subterráneo glaciar, casi inimaginable, nos confunde: ¡es extraordinario! El vestíbulo colosal se presenta rectilíneo en todo lo que alcanza la vista, mientras que a mano derecha descubrimos una gran sala lateral completamente helada, como el resto de la gruta, Hasta cien metros más allá de la entrada, los rayos solares, reflejados por el hielo, nos iluminan aún débilmente; pero a partir de ahora rema la oscuridad, obligándome a encender la única bujía que llevo, ya que el resto de nuestros elementos de iluminación quedaron en las mochilas al pie de la capa de nieve, una vela para cuatro; esto es claramente insuficiente, y aún más cuando, a partir de ahora, la gruta se hace accidentada y de recorrido difícil. Necesitaríamos igualmente crampones para el hielo."

Tras el descubrimiento, y estimando que tendrían que volver a la gruta con suficiente equipo, siguieron su excursión hasta coronar el Monte Perdido.

Espectro de Brocken en Pirineos (La Vanguardia)
Élisabeth y Norbert volvieron a la gruta un mes después. Aprovecharon la ruta para atacar el Taillón, -donde admiraron el espectro de Brocken, ese curioso efecto óptico que amplifica las sombras sobre el mar de nubes- para bajar después al porche de la cueva.

Atravesaron la cueva hasta alcanzar otra apertura en la ladera oeste del pico de los Rebecos, encontrando un lago helado con playas y una cascada, entre murallas ciclópeas:

"Nos encontramos en pleno cuento de hadas subterráneo, en pleno Julio Verne. Nos une una exaltación grave y pueril a la vez, mientras atravesamos decorados de ensueño y vamos descubriendo a cada paso nuevos aspectos maravillosos, de entre los más raros de nuestro planeta: un glaciar subterráneo y una catedral natural sumergida en las mismas entrañas de la tierra. Sólo existe un inconveniente, una sola molestia en medio de la belleza y de la calma que nos envuelven: el frío extraordinariamente intenso que nos penetra hasta los huesos."
Interior de la Gruta Helada (España fascinante)

Una anécdota curiosa para enmarcar el carácter de nuestro protagonista. Al salir de la gruta por su otro extremo, Élisabeth, extenuada por la exploración, decidió echarse una siesta al sol sobre las rocas del lapiaz. Norbert, mientras tanto, atisbó una sombra al sur de la faja de los Sarrios, como a un kilómetro de distancia de donde estaban. Ni corto ni perezoso dejó a Élisabeth una nota escrita y se acercó a la presunta cueva, descubriendo un segundo lago helado que terminaba en una sima. Regresó sin que su santa -nunca mejor dicho- le echara sermón alguno.

La madre de Casteret, Maud, en la Gruta Helada

El descubrimiento de la Gruta Helada volvió a inundar los titulares periodísticos de la época:

"Las antiguas circulaciones de alto nivel, en las montañas, sólo nos han sido reveladas de quince años a esta parte, en los glaciares naturales de Dachstein, y en la caverna más grande de Europa, Eisrienwelt, en Austria. Y he aquí que en 1926 el señor Casteret encuentra a dos mil setecientos metros de altitud, detrás de la Brecha de Roland, al pie del Monte Perdido, un río subterráneo (helado en nuestros días), netamente fósil. Todo ello se remonta al Mioceno ¡desde entonces existen este hundimiento y este agotamiento del río subterráneo! El hallazgo de Casteret autoriza incluso a una hipótesis, hoy un tanto atrevida, pero que estoy convencido que se verificará en el futuro: la de la contribución de las erosiones subterráneas a la depresión del Circo de Gavarnie."
Este descubrimiento, como no debía ser menos, fue muy agradecido por las autoridades españolas de la época:

"No sólo fueron alpinistas y geólogos los que se interesaron por la gruta de Casteret, sino que un día recibimos la sorpresa de un mensaje personal del rey de España, S. M. Alfonso XII, quien felicitaba a los franceses que habían descubierto y explorado, en su reino, la gruta helada más alta del mundo."

El nuevo equipo
El día siguiente a la excursión, Norbert, quizás con cierta culpabilidad -o una bronca de su novia- decidió mejorar su técnica y equipamiento. Atrás debían quedar ir descalzo y en calzoncillos, alumbrarse con velas y romperse la cabeza contra las piedras. Invirtió su dinero en lámparas de acetileno -montadas en cascos militares- y eléctricas de mano, además de monos de una pieza:

"Al ver salir un día a Isabel de una gruta enfangada, en un estado indescriptible, con las ropas manchadas y destrozadas y el pelo lleno de barro, decidí adoptar para ella y para mí un traje de tela gruesa, como un «mono» de trabajo, que ofrece todas las ventajas y comodidades y que por otra parte es usado hoy por todos los espeleólogos."
Nos quedamos, pues, con la catarsis de Norbert, de montaraz asilvestrado y anárquico a explorador científico y sistemático, siempre dejando ese lado intuitivo que bien podría fascinar a su coetáneo y paisano Henri Bergson: debemos obrar como hombres de pensamiento; debemos pensar como hombres de acción.

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