Continuamos la anterior entrada sobre la historia de la exploración de las cavernas, lo que se acabó denominando espeleología, un deporte-ciencia que, en mi opinión, tiene más de lo segundo que de lo primero, con el mérito añadido de los que lo practican ya que requiere un conocimiento exhaustivo del medio, si uno quiere salir vivo de él.
Nos quedamos en el siglo XIX, y ya es hora de pasar al siglo XX, donde la disciplina se perfeccionó con técnicas y metodologías propias. Nuestro primer invitado es el ingeniero barón Walter von Czoernig-Czernhausen, que en 1913 se unió a la Sociedad Espeleológica de Salzburgo, con la que exploró y topografió más de 400 cavernas.
Czoernig en su salsa (Die Höhlen Salzburgs) |
Su obra principal es Die Höhlen Salzburgs, un compendio de sus exploraciones espeleológicas por la zona de Salzburgo, siempre acompañado de cinta métrica, libreta de croquis y brújula.
Su expedición más famosa, con diferencia, es la del Eisriesenwelt, el Mundo de los Gigantes de Hielo, la cueva de hielo más extensa del mundo, con 42 km de desarrollo. No fue su descubridor -fue un tal Posselt- pero sí su más dedicado explorador con más de cien ataques a la cueva, dedicados parcialmente a la topografía.
Explorando el laberinto de la Eisriesenwelt (Die Höhlen Salzburgs) |
Recorrió toda la sierra kárstica del Tenne, en los Alpes austríacos, buscando cuevas como un loco, y vaya si las encontró: decenas de ellas, que plasmó en su magno libro. Flipado como él solo, no se conformó con explorar su país, Austria, sino que se internó en la antigua Checoslovaquia, Hungría, Bélgica y Reino Unido, escribiendo muchas publicaciones y recopilando abundante información espeleológica. Como resumen de su carácter místico -como muchísimos exploradores de raza-, transcribo la semblanza de Czoernig según su amigo y colaborador Angermayer:
"Czoernig sentía respeto por lo misterioso, por las fuerzas elementales de la Madre Tierra, por los enigmas de las profundidades que, en medio de la noche eterna, se abren a la mirada del explorador. Cuando estaba sumergido en el mundo subterráneo, desaparecía para él la noción del tiempo, tratárase de horas, días o noches. Una vez en el lugar, como dice el minero, ya no sabía soltarse. Su vida trascurría verdaderamente por los cauces del mundo de las cavernas, con todas sus bellezas, secretos e imponderables, tan celosamente guardados. Así hablaba también en sus escritos de las misteriosas maravillas de aquel mundo, del particular encanto del alpinismo subterráneo, como deporte y por la profunda impresión que causan, en quien las contemplan, las fuerzas de la Naturaleza intactas y como petrificadas."
El gran Norbert Casteret -el padre de la espeleología subacuática- reconociendo un murciélago anillado en la cueva de Tignahustes, 1936. Nótese la placentera expresión de su rostro, que denota -como decía Sören Kierkegaard en La Enfermedad Mortal- que él se ha atrevido a ser él mismo, y lo está disfrutando |
Nuestro siguiente explorador de las tinieblas es el gran Norbert Casteret. Tan grande es este personaje que le he dedicado varias entradas: por su pasión casi infantil, por sus agallas explorando cuevas en solitario, con una cuerda anudada y velas, por atravesar cauces subterráneos sin luz y en apnea y, sobre todo, por la capacidad de asombro que mantuvo hasta muy mayor.
Casteret y el oso de Montespan |
Es por ello que únicamente voy a reseñar uno de sus hallazgos más conocidos: las esculturas y dibujos prehistóricos de la cueva de Montespan, en los Pirineos franceses, su zona de asueto.
En su primera exploración de esta cueva, siguiendo el curso de un río subterráneo, tuvo que traspasar dos sifones en apnea -estaba entrenado ya que era campeón de apnea de su pueblo- recorriendo unos tres kilómetros hasta el final de la caverna. En su segundo ataque a la cueva recogió un molar de bisonte, por lo que pensó que ahí podía haberse alojado el hombre -y la mujer, por si no se entiende que es genérico- primitivo. Engorilado por la perspectiva volvió al año siguiente, encontrando una sala llena de esculturas de barro, relieves y grabados de todo tipo: un justo premio a la perseverancia indómita de nuestro amigo. Una de las esculturas que encontró, muy famosa, es la de un oso de barro al que se le colocó un cráneo real, quizás relacionado con un ritual de caza o protección de la casa-cueva, aunque es arriesgado escudriñar la mente de nuestros antepasados sin ser uno de ellos: por eso es difícil leer el ayer con los ojos del hoy y, a veces, es mejor no intentarlo.
El Instituto de Espeleología, fundado por Racovitza en Cluj-Napoca, Rumanía (worldrecordacademy) |
Casteret popularizó la espeleología pirenaica hasta límites insospechados, lo que produjo una pléyade de investigadores autodidactas que se lanzaron a explorar estos macizos calcáreos, aunque antes de él también hubo pioneros como los entomólogos Elzear Abeille de Perrin y Charles Piochard de la Brülerie.
En 1907 Émile Gustave Racovitza y René Jeannel fundaron Biospeleologica, una organización cuyo objeto era la investigación zoológica y el levantamiento topográfico de las cuevas, inaugurando una nueva disciplina: la bioespeleología.
Racovitza buceando en Banyuls-sur-Mer, cuando trabajaba en el laboratorio Arago: en el cartel que porta se lee "fotografía subacuática" (3seaseurope) |
Racovitza fue uno de los grandes exploradores de los siglos XIX y XX y no le hizo ascos a nada, como debe ser: geografía, espeleología, geología, biología y oceanografía, todo junto y además revuelto. Exploró la Antártida en 1897 en la expedición del navío Belgica, recogiendo todo tipo de muestras de flora, fauna, minerales y fósiles, incluyendo notas antropológicas e incluso políticas. Regresó vivo de milagro y comenzó a trabajar en el Laboratorio Arago, un centro oceanográfico en Banyuls-sur-Mer (Francia), donde Racovitza fue uno de los pioneros de la fotografía subacuática.
Lago de las Cuevas del Drach, foto de Racovitza (romaniatv) |
En 1904 exploró las Cuevas del Drach, en Mallorca, donde comenzó su carrera bioespeleológica descubriendo varias especies de invertebrados. Le gustó tanto la experiencia que consagró el resto de su vida a esta disciplina, haciendo incontables contribuciones a la ciencia europea. Un personaje apasionante, sin duda.
Tras los pioneros Czoernig, Casteret y Racovitza damos un salto temporal hasta los años 40 del pasado siglo, tras la Segunda Guerra Mundial, cuando la espeleología ya se constituía como disciplina, habiendo enriquecido otras ciencias como la paleontología, antropología, zoología o incluso la medicina. La investigación avanza con numerosos artículos en publicaciones especializadas, y se fundan clubs y pequeñas agrupaciones de espeleólogos.
Gustave Abel con su material espeleológico, en la entrada de la Schlenkendurchgangshöhle, 1930 (pdf) |
Espeleobuceadores australianos en 1953 (Cave Diving Group) |
En la década de 1950 aparecieron grupos y publicaciones en casi toda Europa, incluyendo España, que merecerá una entrada aparte en esta bitácora. También en dos paraísos para esta disciplina: Estados Unidos y Australia, donde se popularizó el espeleobuceo.
Hasta aquí llega nuestro recorrido de la exploración espeleológica clásica hasta 1961, año de publicación del libro que nos ocupa y que recordamos: "Los Misterios del Mundo Subterráneo", de Anton Lübke. Sin embargo, vamos a finalizar con una curiosidad: el laboratorio espeleológico en el reino de las tinieblas.
Laboratorio de la cueva de Postojna |
En 1930 se creó otro laboratorio subterráneo en la enorme gruta de Postojna, en Eslovenia. Disponía de acuarios y terrarios, agua corriente y luces rojas, por eso de no deslumbrar a la troglofauna.
Vestíbulo del laboratorio de Moulis, parece un búnker de la IIGM |
Volvemos al Laboratorio de Moulis, que se implantó allí por los siguientes criterios: tenía que estar en una cueva de fácil acceso en una región calcárea, con mucha fauna troglodíatica; espaciosa con gran cantidad de estalagmitas, arcillas y aguas corrientes de circulación constante. Además -lo más importante- encontrarse cerca de una población y línea férrea, por eso de poder electrificar la cueva. Se eligió la cueva de Moulis, donde Jeannel montó el laboratorio.
Acuarios en Moulis |
Como el acceso a la sala principal era una gatera y Jeannel no quería alterarla, hubo que cavar un túnel de 50 metros de longitud para comunicar la sala principal con el exterior. El proyecto del laboratorio fue ejecutado por el arquitecto municipal de Toulouse, Henri Fourès, que además era biólogo y espeleólogo.
Dentro de la cueva, dos salas secas contenían un acuario y un terrario. Una piscina de cemento, con separaciones de mamparos móviles, permitían criar Proteus y Cambarus, entre otros. Un depósito interior de agua, accionado por una bomba, permitía sacar agua por aspiración, y un compresor de aire mantenía la correcta aireación dentro de la cueva. En el exterior, a unos cientos de metros, se construyó un edificio con laboratorio físico-químico, taller fotográfico, biblioteca, estación meteorológica, habitaciones y despachos para los científicos y garajes. Además de lo referido a la bioespeleología, también se hacían mediciones de la ionización del aire en las cavernas, estudios de hidrometría y termometría, de cristalización de sustancias, de morfología de espeleotemas y demás.
En este laboratorio, en la actualidad, el CNRS -equivalente al español CSIC pero en Francia- ya no se dedica a las cavernas, sino que es una estación de ecología experimental y teórica, con estudios relacionados con la biodiversidad y las interacciones entre los ecosistemas y las sociedades humanas, de cara a la ansiada sostenibilidad.
Finalizamos nuestra serie de dos entradas sobre la historia de la espeleología clásica desde el siglo XIX hasta la década de 1950, siguiendo el apasionante libro de Lübke. En futuras entregas repasaremos la historia de la espeleología española hasta esas mismas fechas, si cabe aún más apasionante y arriesgada, y repleta de inolvidables personajes de los que se puede aprender mucho hoy en día.