Continuamos la entrada anterior donde la dejamos, en el alucinógeno puerto de Navacerrada, donde naturaleza y caos se funden en un entorno lleno de personalidad -sin especificar si es positiva o no-, aspecto que el visitante debe discernir por su cuenta. Vamos a visitar el siguiente paso de montaña de esta parte de la sierra de Guadarrama, el puerto de los Cotos, casi tan famoso como el de Navacerrada pero sin urbanizar. Desde allí nos adentraremos en los misterios geológicos del entorno glaciar del pico Peñalara, guiados por nuestra guía geológica vintage. Por supuesto, todas las fotos son
del que escribe a menos que se indique lo contrario.
Para la redacción de este periplo serrano y, por eso de estar bien documentado como un Humboldt de barrio, voy a tirar de dos buenas guías: Por la sierra de Guadarrama, de Cayetano Enríquez de Salamanca, y la Descripción física y geológica de la provincia de Madrid, del insigne gallego Casiano de Prado, uno de los impulsores del conocimiento científico de estas montañas.
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Mis compañeros de expedición
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Así pues partimos del
puerto de Navacerrada en un día nuboso, frío y gris, tomando la SG-615 en dirección NE. Nuestra guía
vintage nos informa de que la zona de granitos
truécase por la de gneis glandular: efectivamente, el mapa del IGME indica que los leucogranitos del puerto de Navacerrada desaparecen para dejar hueco, a la altura del puerto de los Cotos, a los
ortogneises glandulares.
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Texto de la guía de 1926
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Avanzo por la ladera septentrional -la de la segoviana cuenca del Duero- sin encontrar cortes en la carretera producidos por los aludes; los 98 años de diferencia con lo narrado en la guía se han de notar de alguna forma, menos mal. A ambos lados de la carretera aparecen espigados ejemplares de pino silvestre entre la neblina, aunque pocos de ellos de formas aberrantes, típicos de zonas con menos densidad arbórea y más barridas por el viento.
A medio camino, a la izquierda, encuentro varios apartaderos y, algo más adelante, las vistas a la vertiente segoviana se hacen más abiertas, recortándose el macizo de Peñalara de forma difusa, fantasmagórica.
Alcanzo el puerto de los Cotos o del Paular (1830 msnm) y la famosa Venta Marcelino (1924), un establecimiento mítico en la Sierra con permiso de su homólogo de Navacerrada, la Venta Arias.
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Venta Marcelino, cerrada
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Dejo el coche en el enorme aparcamiento, prácticamente vacío; qué gozada aunque la temperatura es de 1ºC, hay viento y la humedad es del 90%. Me pertrecho y me dirijo al poste granítico ("coto") que delimitaba la vía rodada -allá por el siglo XIX- cuando el puerto estaba nevado. Al otro lado de la carretera hay otro poste, algo más alto: arqueología caminera pura. De ahí viene el nombre del puerto, de estos dos mojones, ahí es nada.
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Coto señalizador
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Asciendo por el camino pavimentdo, dejando a la izquierda la Venta Marcelino. Más arriba se encuentra el abandonado
albergue "Coppel" del Club Alpino Español (1912), con sus ventanas entreabiertas y su frontón en listones de madera verticales que aloja el escudo del Club. La tipografía
vintage, que sobresale del muro queriendo dar el necesario empaque al conjunto -era un albergue únicamente para socios- recuerda tiempos donde llegar al puerto era una aventura en sí misma, y había que aprovecharlo con pernoctación incluida. El nombre del albergue es un homenaje al
relojero alemán Carlos Coppel, miembro destacado del Club y espía en sus ratos libres.
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Refugio "Coppel" del Club Alpino Español
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Rodeo el edificio, convenientemente vallado aunque, según se infiere por el tejado, amenazando ruina inminente. Dos telediarios, como se suele decir.
Detrás encuentro el mirador de Lucio, una caseta con paneles de interpretación, de esos que quedan guay pero no se lee ni Dios, con perdón. De frente encuentro la vereda que lleva a Peña Citores, donde hay un pequeño refugio. Estrecha, pedregosa, discurre entre masas bajas de enebros y altos pinos silvestres; dos de ellos parecen piernas que indican que hay que tirar p'arriba, entre la neblina.
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Pinos silvestres que caminan
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Entre los bloques pétreos disgregados encuentro un ejemplar de
ortogneis globular, con sus nódulos de feldespato blanquecino que me recuerdan, por su forma, a la gran mancha de Júpiter.
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Ortogneis glandular
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En el
mapa de minutas del IGN se representa, un poco más al este de mi posición y a una altitud de unos 1950 msnm, un refugio. Para comprobarlo dejo el sendero para coger una trocha, apenas marcada, que sigue la curva de nivel de 1950 msnm hacia el este. El bosque está oscuro, húmedo, frío y, bajo los pies, el terreno es blando y cubierto de acículas, bloques de piedra, masas de enebro rastrero y piorno. Los pinos, algunos de formas grotescas, torturadas, se cubren con la
manta gris de los líquenes, colgando de sus ramas como barbas de chivo.
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Pino de forma aberrante
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Llego a una
pequeña pradera encharcada, justo en la posición en la que el mapa marcaba el refugio, del que no he encontrado referencia alguna. Nada de nada, pero la planitud del lugar evidencia que aquí podía haber alguna construcción.
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Pradera donde había un refugio
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Asciendo por la
ladera de Dos Hermanas en dirección NE, con la intención de coger el camino principal de ascenso al pico Hermana Menor (2271 msnm). Al poco tiempo de dejar la pradera, encuentro un
dado de hormigón que parece una barbacoa. Tras la reja-parrilla, lo que parece una paellera, rebosante de agua de lluvia ¿qué es esto?
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Misterio de la paellera encerrada
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Más arriba, a unos 2000 m, aparece el camino que lleva al cordal de Peñalara, que cojo a la derecha. Por aquí pasaba uno de los remontes de la antigua estación de esquí de Valcotos, que fue modélicamente desmantelada en 1999 siendo un claro ejemplo de lo que habrá que hacer, más pronto que tarde, con Valdesquí y otras estaciones que seguramente quedarán obsoletas. Valga el ejemplo de la estación de Navacerrada: cuando las barbas de tu vecino veas pelar, pon las tuyas a remojar.
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Confluencia de sendas, en zona de repoblación
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Se nota que el bosque, en esta posición, es de repoblación reciente, ya que son ejemplares jóvenes, rectos, aún no vencidos por el viento. En algunos lugares aparecen praderas de piornal, donde quizás no pudieron plantar árboles debido a las acumulaciones de piedras que se ponían en las zonas bajo remontes.
Sigo en dirección N por un sendero bien marcado que, a medida que gana altura, se va haciendo más abierto, con menos arbolado y más hierba y plantas rastreras, hasta alcanzar un collado junto a la peña Los Quesos (2032 msnm).
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Collado de la peña Los Quesos
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El suelo está salpicado de bloques, cantos y arena disgregada, propio del arco morrénico de un
paisaje glaciar cuaternario, que se alterna con zonas donde los ortogneises glandulares le comen terreno, nunca mejor dicho. Estamos sobre
el arco morrénico derecho del glaciar rocoso de Dos Hermanas.
Desciendo levemente hacia el cerro del Cuco (2004 msnm), que dejo a la derecha.
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Hacia el cerro del Cuco
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Hacia abajo, a la izquierda de la vereda y tras la espera niebla, diviso lo que parece un extraño crucifijo. Se trata de la
estación meteorológica automática "Hoyas" (2019 msnm), perteneciente a la red GUNMET.
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Crucifijo meteorológico
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La niebla, repentinamente, se retira, dejándose apreciar la preciosa Hoya del Toril o de la Laguna Grande, todo un circo glaciar cubierto por el cervunal, un pastizal de alta montaña.
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Esquema de la Hoya de la Laguna Grande, según la guía de 1926
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Por ahí, a media altura, el pequeño búnker que es el refugio Zabala (1929), jugando al escondite. Detrás, aunque no se vea un pijo, deberían estar las cumbres de la Hermana Mayor (izquierda, 2284 msnm) y Peñalara (derecha, 2428 msnm), marcando los límites de la Hoya.
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Tras la niebla, la hoya de la Laguna Grande
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A la derecha del camino -y entre dos crestas de la morrena principal de la Hoya de la Laguna Grande- encuentro la
Laguna Chica, o más bien lo que queda de ella: un charco delimitado por bloques y pedruscos disgregados de oscuro gneis. No hay que alertarse ya que se trata de
una laguna estacional, a diferencia de la Laguna Grande.
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Resto estacional de la Laguna Chica
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A unos metros diviso el cauce del arroyo de la Laguna Grande, que desciende rompiendo el pastizal, entre curiosas masas circulares de cervuno y piorno serrano. A su vera un lujoso camino de madera, que uno no se espera en un rincón de la vereda: tanta belleza excita mi vocación de poeta de barrio.
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Caminito fetén y manchas circulares de cervuno y piorno
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Desciendo hasta el arroyo donde descansa, en un cruce de caminos, una monérrima caseta circular con banquito de troncos, la Choza del Guarda. Detrás, con fuerza, discurre el arroyo convenientemente canalizado. Aprovecho para hacerme una corta meditación escuchando el fluir del agua, por eso de ir con el puntito puesto.
La guía de 1929 me dice lo siguiente:
Mientras los
visitantes descansan en los alrededores de la laguna, los que deseen
visitar la Hoya de Pepe Hernando invertirán tres cuartos de hora en
descender a la conjunción de las dos morrenas laterales, subir por la
morrena izquierda, recorrer la región de circo o nevé, salpicada de un
sin fin de lagunillas y volver al circo de Peñalara. Es de advertir que
este segundo conjunto glaciar es, no sólo más típico que el de la Hoya
del Toril, sino de los más claros y característicos de toda la Península.
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Choza del Guarda, con banquito y señales
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Dicho y hecho; con el objetivo de llegar a la Hoya de Pepe Hernando cojo el sendero de bajada, en dirección E. Cruzo el arroyo de la Laguna Grande por agradable puentecillo y tiro por una senda, casi imperceptible, que desciende levemente dejando el arroyo a la derecha. Aprovecho para mirar atrás; parece un jardín zen, con los bloques pétreos emergiendo del mar vegetal.
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Jardín alpino de la Hoya de la Laguna Grande
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Un poco más adelante, al otro lado del arroyo, aparecen las praderas de Las Mesillas, los restos morrénicos más antiguos del glaciar de Peñalara. Ahora mismo camino sobre la morrena izquierda, como se puede apreciar en la lámina anterior de la guía vintage.
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A la derecha, Las Mesillas
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El descenso es sencillo, aunque las masas bajas de enebro rastrero y piorno pinchan y mojan las piernas ya que, a veces, la senda desaparece. El piso de los pinos silvestres, más abajo, empieza a aparecer de nuevo.
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Bajando al límite de los pinos
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El bosque se hace sombrío y todavía más húmedo, con masas de helecho que me acompañan en el descenso. Entro en una zona alomada donde los pinos desaparecen, siendo sustituidos por bloques de piedra aquí y allá que dificultan la progresión: me encuentro en la morrena derecha de la Hoya de Pepe Hernando (1972 msnm), la hoya glaciar más característica de todo el Parque Nacional del Guadarrama.
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Por la morrena lateral derecha de la Hoya de Pepe Hernando
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La vista es espectacular; el sol entra tímidamente, como a trompicones, entre la neblina, dejando ver un estrecho y hundido circo, bordeado, al frente, por un paredón pétreo y, a los lados, por las morrenas laterales.
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Entre la niebla, arroyo, cervunal y piorno
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El suelo es una pradera blanda, encharcada por pequeñas lagunillas y el cauce de dos arroyuelos: una turbera de acumulación de restos vegetales.
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La Hoya, según la guía de 1929, bastante más pelada que ahora
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Me dirijo al fondo de la Hoya siguiendo el arroyo de Peñalara, que toma sus aguas de las Cinco Lagunas y se despeña en pequeñas cascadas por la cabecera del glaciar. Aquí, mirando hacia el SE, se aprecia la morrena izquierda, con su canchal, y la morrena derecha, con sus bloques erráticos salpicando la ladera.
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Vista de las morrenas laterales desde el fondo de la Hoya
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En el fondo de la pradera también se aprecian restos del glaciar, en forma de cantos de gneis diseminados por el cervunal, propios del detritus causado por la
morrena de ablación.
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Cantos disgregados en la turbera
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Arriba, hacia Peñalara, el arroyo de
ídem se despeña en una estética cascada, que parece sacada de una pintura japonesa. Qué bonito, oiga.
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El arroyo de Peñalara descendiendo a la Hoya de Pepe Hernando
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Vuelvo junto a la
morrena izquierda, observando el canchal o pedrera que se desliza por la ladera: todo un clásico del glaciarismo.
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Canchal en la morrena izquierda
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En el extremo de la derecha, donde comienzan a aparecer los pinos silvestres, se adivina una vereda poco marcada. Un poco más adelante encuentro, a la izquierda y algo elevado, un
gran bloque errático que creo haber visto antes en la guía de 1929 ¿Será el mismo? Creo que sí.
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Bloque errático que se parece al de la guía
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¿Es el mismo bloque?
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Sigo por el sendero, que vira hacia la izquierda. Al poco se bifurca, tomando el ramal de la derecha que desciende abruptamente entre el espeso pinar.
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Descenso trialero |
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Al rato llego a una pequeña pradera (1815 msnm), muy tranquila y agradable. Un hito granítico -que simboliza algo que desconozco- preside la bucólica escena.
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Hito en la pradera
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Desde aquí bajo a saco por el pinar. Por todos lados hay setas grandes y pequeñas, que no cojo por dos razones de importancia: porque está prohibido y -algo mucho peor- me arriesgaría a un reventón hepático, dándome el Premio Darwin al gilipollas del año.
Llego a una enorme pradera soleada, la Sillada de Garcisancho (1680 msnm). Aprovecho para sentarme sobre unos grandes troncos cortados ad hoc.
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La Sillada de Garcisancho
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A partir de aquí me las tengo que apañar para llegar a la pradera de Cotos, pasando por la ubicación de una serie de construcciones que aparecen en el mapa de minutas del IGN. Para ello tomo el camino bien marcado que sale de la pradera en dirección O, hasta vadear el arroyo de Peñalara. Gira abruptamente hacia el E y luego desciende hasta cruzarse con el GR 10, que es el Camino Viejo del Paular.
La vereda vuelve a ascender a buen ritmo; jóvenes ejemplares de pino se amontonan aquí y allá sobre pequeños montículos, que que evidencia un pinar de repoblación.
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Pinar de repoblación
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Alcanzo una extensa y llana
pradera a 1780 msnm, donde unas vacas pastan a sus anchas. Al fondo las laderas del cerro del Cuco, por donde hemos pasado al inicio de la ruta.
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Pradera y el cerro del Cuco
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Sigo por el sendero en dirección SO, en descenso hasta la cota de los 1750 msnm. Busco el lugar donde las minutas del IGN me dicen que hubo una construcción; a la izquierda, tras unos esbeltos pinos, encuentro un
tejado ondulado semicubierto por las acículas de los pinos.
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Refugio ignoto
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Lo rodeo y miro por una ventana entreabierta: pintadas por todas partes, como de costumbre. Es curioso que, a la purria a la que le da por el "arte urbano", no se le olvida el puto spray ni de marcha por el campo. Ya podrían expresarse abrazando árboles... ah no, eso tampoco, que daña el medio ambiente.
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Pasarela entre los helechos
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Poco más al este una pasarela de madera vadea el arroyo de la Hoya del Toril, lo que evidencia que ya estamos cerca de la civilización. Al rato el sendero comienza a elevarse por la ladera de una loma, alcanzando una pradera muy grande y despejada, con vistas: la pradera de Cotos (1788 msnm).
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La pradera de Cotos
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Aquí, según algunos mapas topográficos antiguos, se encontraba el
campamento de la Organización Juvenil Española (OJE), en forma de pequeñas cabañas que, hoy en día, han sido sustituidas por encerraderos de ganado.
En un extremo encuentro un edificio ruinoso: la Casa del Ingeniero, donde se supone vivía el encargado del mantenimiento de estos montes. Es un edificio de buena factura, sólido, de mampostería regular y arcos escarzanos en planta baja. Está en restauración o demolición, una de dos. No me queda claro; hagan sus apuestas.
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Casa del Ingeniero
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Tomo el camino que discurre junto a la carretera, con la idea de llegar al aparcamiento y, después, visitar unas cosillas más. De esa forma atravieso el enorme parking y me infiltro en la
carretera que lleva a Valdesquí, con la intención de visitar el cerro del Pingarrón y las construcciones
vintage que haya por ahí.
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El helipuerto y la Venta Marcelino desde la carretera de Valdesquí
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Al rato encuentro un sendero tras una barrera, a la izquierda. Tras ésta, una construcción de hormigón me recuerda sospechosamente a un
búnker de la Guerra Civil Española, aunque los mapas antiguos me indican que aquí hubo otro campamento juvenil. Efectivamente, el
Batallón Alpino del Guadarrama, en su defensa de Madrid de las fuerzas sublevadas, se apostó en varios lugares de la Sierra. Y éste parece uno de ellos, según delata esta construcción y unos dados de cimentación próximos a ella.
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Posible construcción del Batallón Alpino del Guadarrama
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Prosigo hasta encontrar el
refugio del Pingarrón (1838 msnm), dotado de unas espectaculares vistas sobre el valle del Lozoya.
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Refugio con vistas
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Vuelvo a la carretera tratando de encontrar una construcción que aparece en las minutas del IGN; en el lugar, una pradera.
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Juro que aquí había algo
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Regreso al puerto, dirigiéndome al apeadero del bus. Junto al poste una auténtica reliquia de arqueología caminera: un precioso
hito kilométrico del Plan Peña de 1939.
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Mojón del Plan Peña
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Me dirijo a la Estación de Cotos, por eso de curiosear. Lo primero que encuentro, en el lateral de la estación, es la ruina de la cantina. Accedo por lo que era la terraza, llena de enseres, productos alimenticios, grasa y todo tipo de basura; parece como si se hubieran largado ayer.
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Cantina chunga
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Sobre la marchita barra, vasos, tazas, papeles y botellas; "chocolate a la taza y caldito montañero", reza un cartel entre las sucias ventanas. Las vigas de madera en paredes y techo otorgan un agradable toque alpino al improvisado vertedero.
Tras la barra, más de lo mismo. Unos cuadritos en la pared, con fotos en blanco y negro, dan algo de pena.
Ya fuera observo la estación, cerrada a cal y canto. Es bonita, de gran sabor alpino con sus tres arcos y recercados de granito.
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Estación cerrada
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Bajo la marquesina metálica, una sorpresa: un guapísimo reloj de estación, en hora, dejando correr su segundero continuo. Me recuerda a los relojes de las estaciones de tren de Suiza, fabricados por
Mondaine.
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Reloj ferroviario de calidad
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Junto a la estación encuentro un chalet con una imagen religiosa. Tiene pinta de casa de convivencias, aunque podría estar abandonado.
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Posible casa de ejercicios espirituales
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Pues nada, ya termina nuestro periplo por el puerto de Cotos. Cojo el coche y me dirijo al puerto de Navacerrada. Tras unos cuantos kilómetros, observo una apartadero con una fuente de granito en su extremo, sobre el
arroyo de los Puentes.
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Fuente |
Bebo como un poseso. El agua está fresca, buenísima; su chorrillo brilla al sol del mediodía.
Pienso en lo mucho que he explorado y descubierto, como si fuera la primera vez que un humano pone los pies en esta tierra serrana: los glaciares, los refugios, las ruinas. Como dice Enrique de Mesa en sus Andanzas serranas:
Era un deleite trepar por la roqueda, hundir en la hierba menuda de los pastizales los pies doloridos en las asperezas de agria pedriza, calmar la sed y la fatiga á la sombra de alguna peña cubierta de verdosos líquenes, bebiendo de bruces el agua clara y pura, nieve deshecha que borbotea humilde.
CONTINUARÁ
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