miércoles, 30 de abril de 2025

Micropaisajes VI: bacilos, cocos, espirilos y otros seres de mal vivir (I)

Continuamos la entrada anterior dedicada a las cosas de casa, siempre siguiendo el hilo argumental del libro de Bruno P. Kremer Manual de Microscopía. Como suelo expresar, todas las fotos son de un servidor a menos que se diga lo contrario, y en la redacción de esta entrada no hay IA ni nada parecido. Es todo humano, quizás demasiado, con sus miserias y algún mérito que otro, si es que lo hay.

En esta entrada vamos a llegar a una frontera que en ningún otro momento vamos a traspasar: el límite de tamaño visible con un microscopio óptico normalito, que podría tener casi cualquiera. Lo más canijo, más esquemático, más simple aparentemente aunque lo más común, más ubicuo, más presente en nuestras vidas tanto fuera como dentro: la malquerida bacteria.

Y es que no hay que jugarse la vida para observarlas, como algunos humanos excesivamente proteccionistas de sí mismos se creen; basta con tomar algunas precauciones higiénicas (lavarse las manos con jaboncito, por ejemplo) y poseer un microscopio con objetivos de 40x para arriba, aunque hay especies de bacterias que se pueden observar con los objetivos de 20x e incluso 10x, dado su tamaño de entre 0,5 y 250 micras (milésimas de milímetro). Y, además de enanas, son poco pintorescas, escasamente agradecidas, apareciendo únicamente como puntitos o bastoncillos fijos o vibrantes; queda claro que, en esta entrada, no va a haber imágenes bonitas, aunque algunas serán interesantes al menos.

La trinidad de la microscopía bacteriológica

Dada la complejidad del tema voy a tirar de biblioteca: además del Kremer vamos a utilizar el precioso y vintage Atlas de Microscopía de Bernis Mateu y la Field Guide to Bacteria, de Betsey Dexter Dyer, dos buenas piezas de caza mayor. De primero obtenemos la morfología de las bacterias: cocos (bolitas), diplococos (parejita de cocos), tétradas (cuatro cocos), estreptococos (cocos en fila india), estafilococos (cocos en racimo), sarcinas (ocho cocos en cubo), bacilos (bastoncillos), vibriones (forma de creciente), espirilos (hélice rígida), espiroquetos (hélice flexible), monótricas (bacterias con flagelo) y polítricas (bacterias peludas, con muchos flagelos). Como son muy parecidas entre ellas, la clasificación general del las bacterias se efectúa sobre sus hábitats, los productos que comen y los que excretan, es decir, no cómo son, sino dónde están y lo que hacen con sus minúsculas vidas.

Morfología de las bacterias y centrifugadora

Estos pequeños seres aparecen cualquier hábitat que uno se pueda imaginar, ya que se pueden alimentar de literalmente cualquier cosa: materia orgánica, productos químicos o luz, entre otras delicias.  Por tanto sus hábitats también son muy variados, desde los más exóticos a los más prosaicos: manantiales calientes (hot springs) tanto terrestres como acuáticos, entornos hipersalinos, entornos sulfurosos (estuarios, aguas contaminadas, manantiales), animales (incluyendo humanos, tanto dentro como fuera) y plantas y hongos (como simbiontes o parásitos). Como nichos más específicos, en los que se pueden cazar estos organismos, tenemos granjas, ciudades (alcantarillas, corrosión en piedra y metal, etc), masas de agua (tanto aguas dulces como saladas, ácidas o alcalinas), plantas acuáticas (fuente inagotable), aguas estancadas (otra fuente tremenda), cuevas, acantilados y rocas húmedas (cianobacterias a mogollón), desiertos y dunas (cianobacterias y desert varnish) y bosques (hojarasca y materia en descomposición), entre otras muchas ubicaciones.

Las bacterias fueron descubiertas allá por 1683 por el gran Anton van Leeuwenhoek, y una de sus primeras observaciones fue a través de sí mismo, con su propio sarro dental y lingual.

Procedemos con el sarro dental o, dicho en fino, con la placa dental. Vamos a observar esos animálculos, como decía el amigo Anton. Cojo un palillo y, antes de lavarme los piños, introduzco la punta en el hueco entre los incisivos, sacando toda la materia que sea posible. Le pongo una gota de agua, el cubre y lo observo al fresco.

Aquí hay de todo: pequeños cocos vibrando al compás del movimiento browniano, bacilos cortos y pequeños reptando de un lado a otro, y bacilos grandes, largos y de movimientos lentos: éstos últimos son las bacterias más reconocibles de la placa dental.

Cojo otra muestra de placa para hacer una tinción de Burri, un método muy simple para teñir bacterias ya que no hay que comprar colorantes especializados, sino que es suficiente con tinta china, en este caso negra. Extiendo la muestra y le añado una gota de agua y otra de tinta, y procedo al frotis. Lo pongo a secar en un calientatazas -aparato muy práctico para el microscopista aficionado- y lavo la preparación con agua, para expulsar el exceso de tinta. Las bacterias quedan teñidas de negro, y la muestra se observa sin cubreobjetos.

Al microscopio, con campo claro, se aprecian especialmente las bacterias más largas, que son realmente enormes comparadas con las demás, mucho más chicas.

Bacterias de la placa dental, tinción de Burri, 450x

Seguimos con las bacterias de la lengua. Con una cucharilla raspo la parte trasera del centro de la lengua, y la observo con una gota de agua y cubreobjetos, en fresco.

Lo que encuentro es similar a lo anterior, solo que esta vez aparecen mogollón de células del epitelio bucal, muy características con sus grandes núcleos y formas amorfas.

Procedo a la tinción con azul de metileno y eosina (tinción de Giemsa); el azul es un colorante alcalino, muy usado en microbiología, que tiñe tanto tejidos o células animales y vegetales como bacterias; la eosina es ácida, rojiza y tiñe especialmente el citoplasma celular pero no el núcleo si la célula está viva. El método es el mismo que en la tinción de Burri: se aporta una gota de agua y otra del colorante, se extiende y se seca al aire o con la ayuda de una llama o calientatazas, se retira el exceso de colorante con agua o alcohol y se observa sin cubreobjetos. Aparecen las bacterias teñidas y las células del epitelio bucal, con sus núcleos bien visibles.

Bacterias de la lengua con célula epitelial, azul de metileno/eosina, 250x

Continuamos con productos alimenticios y, para ello, nada mejor que los lácteos. Abro un delicioso yogur griego natural, atrapo un poco del líquido transparente -llamado técnicamente sobrenadante- y lo pongo sobre el portaobjetos, con cubreobjetos para aplastar el líquido. Es, pues, una observación en vivo o en fresco, sin ayuda de colorante, por lo que para observar estos seres tan pequeños hace falta un sistema de tinción óptica: el sistema de contraste de fase

Aparecen varios tipos de bacterias entre blanquecinos glóbulos de grasa y proteínas lácteas floculadas, alimentos de gran palatabilidad tanto para humanos como para los que no lo son. Los esféricos Streptococcus thermophilus parecen vibrar nerviosos, con la ansiedad propia del que se quiere zampar toda la lactosa que sea posible antes de reproducirse o pasar a mejor vida, lo que sea con tal de producir ácido láctico. De vez en cuando un Lactobacillus cruza el campo de visión muy rápido, echando leches -nunca mejor dicho-, atraído por vaya usted a saber.

Yogur seco, 250x, contraste de fase

El líquido del yogur ya se ha secado, dejando todas las bacterias en el mismo plano visual. A mayores aumentos las formas bacterianas se definen un poco más, advirtiéndose que, además de cocos y bacilos, también hay vibriones, con su típica forma de creciente lunar.

Vibriones en yogur seco, 450x, contraste de fase

Seguimos con la exploración de la vivienda en busca de reductos bacterianos, y lo encuentro en el filtro del lavavajillas. Extraigo, con una pipeta, unas gotas de un líquido verduzco bastante asqueroso, que observo en fresco. con iluminación de contraste de fase.

Sumidero ominoso

Aparece una vibrante multitud de pequeños cocos y espiroquetos que se mueven como pequeñas hélices o diminutos sacacorchos, nadando alegremente entre minúsculas partículas de restos de comida, jabón y demás delicatessen.

Con iluminación de campo oscuro, se aprecian los cocos, bacilos y espiroquetos como si fueran estrellas sobre un cielo negrísimo, como si lo infinitamente grande y lo infinitamente pequeño fueran las dos caras de la misma realidad.

Bacterias del lavavajillas, 250x, campo oscuro

Busco otro lugar, también discreto como les gusta a ellas, donde las bacterias puedan sobrevivir sin ser molestadas: la parte inferior del tapón del lavabo, donde puede aparecer de todo.

Tapón con sorpresa

Con unas pinzas raspo el tornillo inferior del tapón -que, por cierto, urge lavado- y lo coloco sobre el porta, cubriéndolo con el cubreobjetos. Lo observo con iluminación de contraste de fase.

Aparecen cocos, bacilos y espirilos bastante más grandes, moviéndose en plan sacacorchos. Se mueven de esa forma porque son como pequeños taladros, capaces de atravesar las mucosas y convertirse en patógenos. Viven en aguas estancadas así como en zonas estratégicas de tu propia casa o, si no eres muy limpio, de tu propio cuerpo. Su antídoto es el jabón, como de costumbre.

Muevo la preparación en busca de posibles sorpresas, ya que el agua sucia suele albergar mucha (demasiada) vida. Vaya si la encuentro: anclado a un trozo de materia orgánica, un nematodo se contrae y estira como un látigo, girando de un lado a otro de forma amenazadora, comiéndose todo lo que puede. Estos gusanos, de cuerpo cilíndrico muy musculado y boca aterradora, son ubicuos, están por todos los lados: dentro del cuerpo como parásitos, en la tierra o en el agua. Y al microscopio acojonan, a fe mía.

Nematodo juguetón, 100x, contraste de fase

Pasamos a la experiencia bacteriana más importante de esta entrada, tal y como viene explicada al final del Field Guide to Bacteria: la columna de Winogradsky.

Se trata de un recipiente de plástico o vidrio -recomendado éste último si se va a dejar al sol- en el que se vierten, por capas, diferentes elementos que van a dar de comer a distintas poblaciones de bacterias, especializadas para cada hábitat. El recipiente se puede dejar abierto o cerrado, a la sombra o al sol.

Procedo a fabricar mi columna de la siguiente forma, de abajo a arriba: surtido variado de clavos y tornillos con restos de infusiones secas (hojas de té y café), papel higiénico y trozos de cartón, tierra con materia orgánica (restos de raíces), sedimento de río con agua de río y restos de algas, y agua del grifo hasta rellenar 3/4 del recipiente. Lo tapo herméticamente y lo pongo al sol, a ver qué sale.

Mi columna de Winogradsky
La dejo unos días, abro el recipiente y cojo una muestra de la parte superior, donde había dejado unas algas de río.

Al microscopio, con iluminación de contraste de fase, se aprecia un crecimiento de diatomeas estacionales, unas algas verdes unicelulares rodeadas de una cáscara (frústula) de sílice. Unas diatomeas del género Navicula, simulando pequeños barcos, cruzan el campo de visión como queriendo llegar a buen puerto; entre ellas, multitud de bacilos y pequeños cocos bailan al son del movimiento browniano.

Seco el porta, con el mítico calientatazas, para fijar las bacterias y demás organismos, y le añado una gota de Diamine Honey Burst, una tinta que utilizo en mis plumas estilográficas. Al rato limpio la preparación, la dejo secar y observo: la tinta se ha adherido a los caparazones solíceos de las diatomeas, pudiéndose observar con iluminación de campo claro.

Bacterias y diatomeas teñidas con Honey Burst, 250x

Diez días más tarde vuelvo a abrir la tapa de mi columna de Winogradsky, que suelta un pestazo a metano causado por las arqueas metanogénicas, que lo producen en condiciones anaerobias como es el caso.

Con una pipeta cojo unas gotas de la lámina superior a la arena de río. Al microscopio, con iluminación de contraste de fase, se aprecian montones de bacilos, muchos agrupados en parejas: diplobacilos.

Bacterias de la columna, 450x, contraste de fase

Hago un frotis de la muestra, lo fijo con el calientatazas y le agrego una gota de azul de metileno/eosina. Se seca, se lava con agua y al microscopio. Se aprecian los bacilos -solitarios o emparejados- teñidos de azul.

Bacterias de la columna, 250x, azul de metileno/eosina
Aquí finalizamos la primera entrada dedicada a estos deliciosos organismos, de tan mala fama y tan retadores para el microscopista aficionado pues, como hemos recalcado, están en el límite de lo visible con nuestros humildes instrumentos. En próximas entregas observaremos más bacterias de la columna de Winogradsky además de hongos y levaduras, organismos que hay que reivindicar por útiles y ubicuos.

Tras observar críticamente estos organismos, y a tenor de la investigación creciente de lo que significa la consciencia, ya en humanos o en general, me surgen unas preguntillas que quiero lanzar al éter, por si alguien, convenientemente iluminado, tiene alguna respuesta: las bacterias no poseen cerebro pero ¿tienen las bacterias consciencia de sí mismas, experiencia subjetiva? ¿una bacteria sabe que es una bacteria? ¿tiene capacidad de elección o actúa mecánicamente, siguiendo una especie de software sin actualizaciones? ¿son todas exactamente iguales o cada una tiene su propio carácter y gustos, dentro de una misma especie? ¿les gusta explorar, como a los peces cebra?

CONTINUARÁ

martes, 1 de abril de 2025

Rutas vintage: 1926, la línea férrea Madrid-Sevilla II (Entrevías y el Pozo del Tío Raimundo)


Continuamos la primera entrada de esta serie -en la que exploramos los alrededores de la estación de Atocha, el barrio de Pacífico y Puente de Vallecas- donde la dejamos, en la entrada al barrio de Entrevías, uno de los más mitificados de la ciudad, habitualmente para mal. Como recordamos, por eso de dar perspectiva, estamos siguiendo la ruta de la excursión Madrid-Sevilla, celebrada en el XIV Congreso Geológico Internacional de 1926 y que aparece recogida en una guía de viaje. Por supuesto, todas las imágenes son propiedad del que suscribe y aquí no hay IA, ni se la espera ni falta que hace.

Tras salvar la vía férrea del Cercanías por la pequeña rotonda que se encuentra en la calle del Convenio esquina avenida de Diego, accedemos a la avenida de Entrevías, donde un gran cartel de Renfe me recuerda que estamos en terrenos ferroviarios, zonas de almacenes y mantenimiento. Tras el opaco muro, y abajo en la ladera, se encuentran los depósitos y talleres ferroviarios de Cerro Negro (1960), que luego observaremos con detalle.

Más allá, un muro de vegetación esconde un agradable restaurante de aspecto andaluz (1960) con tablao flamenco, bien dotado de una serie de arcos en fachada con rejas de forja. En esta localización, según los mapas de las Minutas y Primera Edición a 1/25000 del IGN, había una serie de construcciones semicirculares, quizás dedicadas al mundo ferroviario.

Restaurante regionalista
Me filtro por el parque de Timoteo Pérez Rubio o de la Viña (1990), un moderno espacio verde con canchas deportivas, que rodeo convenientemente. Allí encuentro un extraño muro vagamente semicircular ¿un rocódromo? pero abierto, con varios huecos para pasar: tremendo lienzo para los "artistas urbanos" de turno aunque también sirve para aliviarse con discreción, dada la escasa oferta de baños públicos con los que deleita a los madrileños su "Excmo Ayto". Cuando vengas a la capi, mejor sal meado de casa.
WC al aire libre

Desde aquí observo la sucesión de torres cuadradas de 10 alturas en ladrillo rojo (1990) que rematan el polígono residencial de la Viña -construido sobre un amasijo de insalubres infraviviendas- hacia la cornisa ferroviaria, haciendo de landmark (hito, mejor dicho) de esta zona de Entrevías.

Torres de la Viña

Tras estas torres, de aspecto claramente noventero, encuentro una ristra de viviendas a juego, con balcones corridos y contrafuertes separadores, por eso de que no parezca una corrala chunga.

Pseudo-corrala

Tiro por la calle del Conde Rodríguez San Pedro, adentrándome en lo que era el Entrevías Viejo, lugar donde no había más que hotelitos modestos, según el argot de principios del siglo XX. En el cruce con Avelino Fernández Poza miro a la izquierda, para encontrar, en la acera derecha, un pequeña casita de una altura enquistada entre dos bloques, una de las pocas supervivientes del antiguo poblado y modelo de lo que pudo avistarse por estos lares. Al fondo, el cristalino cubo del centro cultural Lope de Vega (2010).

Casita superviviente del Entrevías Viejo
Prosigo por la calle del Conde Rodríguez San Pedro, entre las típicas edificaciones sesenteras y setenteras que sustituyeron, en su día, al viejo y pobre poblado, mayormente destruido durante la Guerra Civil. El paisaje urbano es anodino e indiferenciado; lo mismo podría encontrarme en el barrio de Pacífico, Aluche, Tetuán o la Prospe, entre otros.

En la esquina con la calle Cardeñosa diviso una acogedora churrería, en la que procedo al repostaje. Buen ambiente, buen género y aseos aseados ¿qué más se puede pedir a la vida?

Más adelante, en la esquina de la calle Buendía, me recibe el opaco muro del centro cultural Entrevías (1950), edificio originalmente designado como escuela-tipo para barrios desfavorecidos. Por la reja se atisba la fachada racionalista del edificio, de una sola altura y con un chulo diseño de fachada.

En la esquina con Calero Pita otra sorpresa: un trompe l'oeil (trampantojo en cristiano) de una calle andaluza, con sus faroles, balcones salientes y enrejados y zócalo azul.

Calle de Sevilla

A la vuelta descubro el misterio: se trata del Centro Social Entrevías (1914), con la peña flamenca "Los Cabales" y asociación deportiva incorporadas. Qué agradable debe ser en las noches de verano, oiga.

Andalucía en Entrevías

Después encuentro un edificio de aspecto racionalista, de una planta, con cornisa y esquinas redondeadas. Está desconchado, pintarrajeado con la palabra "LIBERTAD" entre los enrejados ventanales. Se trata del lateral de la parroquia de San Carlos Borromeo (1951), famosa por su "cura rojo" y por acoger a personas desplazadas y marginales.

En el frente del edificio, unos coloridos grafitis otorgan el toque identitario al barrio, reclamándolo como popular.

Parroquia jaranera

Alcanzo la curvada y traslúcida cubierta de la estación de Cercanías Asamblea de Madrid-Entrevías (2007), el hub de transporte de un barrio que quizás eche de menos una estación de metro. Al que suscribe le hubiera gustado una, al menos. Por aquí pasaba la antigua vía del ferrocarril Madrid-Barcelona, otorgando en nombre "Entrevías" al barrio, que queda confinado por ésta y por el amasijo de vías que discurre bajo las laderas que cierran el conjunto por su lado sur.

Estación vanguardista
Tiro por la calle de la Mancha, hacia el SO, para encontrar unos altos bloques  lineales y modulares con cubierta de dos aguas (1972), que bordean la calle y dan la bienvenida al Entrevías Nuevo. Se trata de una de las actuaciones más modernas del Poblado Dirigido de Entrevías (1956), planificado por Sáenz de Oíza, Manuel Sierra y Jaime de Alvear. Es admirable la flexibilidad de estas viviendas, cuya planta se basa en módulos iguales y repetidos, pero en distintas configuraciones espaciales: líneas, giros, cruces y cierres con formación de manzanas.
Bloques juguetones

Giro hacia la calle de Guadalcázar, donde los bloques lineales se han transformado en manzanas cerradas de 12 plantas, recogiéndose sobre sí mismos. Giro a la derecha a la altura del CEIP Giner de los Ríos (1973), edificio brutalista de ventanales corridos. Avanzo por la calle Membézar entre bloques lineales paralelos (1972), similares a los anteriores pero de cinco alturas y jardines intermedios.

Alcanzo el Centro de Salud Entrevías (1990), una severa pastilla de dos alturas, con ventanas minúsculas; total, para lo que hay que ver. 

Centro de Salud carcelario

Tras alcanzar el anodino centro comercial Entrevías (1991), tipo por la calle de la Campiña en dirección SE. A la derecha aparecen una sucesión de bloques de cinco alturas en U (1972), con incisiones intermedias que otorgan ritmo a la calle. 

Bloques incisos
Prosigo hasta alcanzar una interesante galería comercial (1959) con escalinatas y cubierta "toblerone" (esto es invento mío), de aspecto cutre y semiabandonado, únicamente animado por una pequeña farmacia y otros negocios de menor enjundia. Se trata del supermercado diseñado para la 2ª fase del Poblado Dirigido; chulo no, lo siguiente.

Galería en las últimas

Rodeo la galería por la calle de la Serena, para luego girar a la izquierda por la calle Cazorla. En la margen izquierda, unos bloques modulares en aspa con soportales (1981), de buen aspecto; a la izquierda y elevadas sobre un zócalo pétreo, las viviendas experimentales (tipo C) en hilera (1960) correspondientes a la fase 1 del Poblado Dirigido de Entrevías.

Tiro por la calle Vedra, para observar la estrecha calleja de acceso a las viviendas unifamiliares de dos alturas, estrechas y largas, con un pequeño patio trasero, de luces, y un patio delantero usualmente cubierto -y convenientemente tuneado- por el consumidor. La sensación es de viviendas informales, aunque no lo son.

Pasillo de acceso
Asciendo una escalerilla que me lleva a otro nivel de la juguetona colonia. Allí encuentro una furgoneta Renault 4 "cuatro latas" (1965-1974) sobre fondo de casa de pueblo, por su encalado blanco: una delicia para los sentidos.
Bodegón vintage

Extasiado, me asomo por una calleja perpendicular, donde encuentro todo un catálogo de portones, aplacados, rejas y buzones: el tuning en su máxima expresión. Ya lo dijeron los arquitectos del poblado dirigido, de forma mucho más romántica y adaptada a cuando había jardines en lugar de patios cerrados:

Es muy alentador y curioso el ver como casi todas las familias han dispuesto rosales y otras flores o bien parras, yedras y plantas e incluso algún árbol, teniendo cada jardín algo peculiar que les distingue de los demás y nos habla del gusto de sus moradores. Esto confirma una vez más el hecho de que toda labor social auténtica debe estar encaminada al desarrollo de la personalidad del individuo. (Revista de Arquitectura Nº 68, 1963)

Tuning urbano
Un poco más adelante, por la calle Vedra, el paisaje urbano cambia: las viviendas con patio frontal mutan en viviendas (tipo A del Poblado Dirigido) de dos plantas con patio trasero (1958), con aspecto absolutamente de pueblo.
Calle del pueblo
Alcanzo la calle de Villacarrillo, con una pequeña zona ¿verde? con bancos. Tiro por la calle de Martos, donde me reciben unas viviendas similares a las de antes pero con revestimiento monocapa en fachada en lugar del revoco, lo que les otorga un toque como de nave industrial.
Casas que parecen naves
Cojo la primera callejuela, a la izquierda, para encontrar una personalización cuqui, claramente inspirada en Andalucía: encalado blanco, puerta con tejadillo y bonitos azulejos; sin estridencias, que para eso están los demás. A mi espalda observo los patios traseros, cubiertos en su mayoría con placas onduladas traslúcidas.
20, sol y gato

Sigo por la calle de Martos a la derecha. Un poco más adelante me sorprende una cubierta aserrada: se trata del CEIP Manuel Núñez de Arenas (1965), parte de la gran zona escolar y deportiva planificada al mismo tiempo que el Poblado Dirigido.

Llego a la Ronda Sur, la frontera de Entrevías con el vecino barrio del Pozo del Tío Raimundo, barriada autoconstruida -chabolas, vamos- por inmigrantes en la década de 1940 y completamente remodelada entre 1976 y 1986 a petición vecinal. En 1976 se redactó un Plan Parcial que desarrolló todo el conjunto urbanístico, por lo que el aspecto del barrio es mucho más uniforme -y menos pintoresco- que el de Entrevías; "no queremos chabolas verticales ni colmenas", parece que dijeron los vecinos. Y creo que lo consiguieron, pues las viviendas tienen un aspecto muy digno: se dividen en unifamiliares, bloques lineales bajos y torres.

Ronda Sur: la frontera ignota
Sigo, de frente, por la calle de la Cooperativa Eléctrica, entre un bloque de cuatro alturas y unos adosados con fachada al tresbolillo, ambos de 1982. Una torre cierra por el N la plaza del Pozo del Tío Raimundo, donde se ubica el Centro Cívico (1985), de aspecto posmoderno con sus columnas y arcos. Un colorido mural preside la plaza, un tanto dura como gustamos en la ciudad: si hay que morder el polvo, que sea en áspero. Por cierto, el susodicho nos muestra a Las Sinsombrero, mujeres de la Generación del 27 que incluye a las enormes María Zambrano y Remedios Varo.
Mural a descifrar

Cruzo la plaza en diagonal atravesando una socorrida área infantil, para tirar por la calle Santanderina y luego avenida de las Glorietas. Allí encuentro una plaza bordeada de bloques bajos, con fuente. No es la de Trevi, pero aceptamos pulpo como animal de compañía.

Zona "verde"

Sigo por la calle de Esteban Carros, en dirección S, entre bloques lineales de cuatro alturas en ladrillo visto (1985), bastante uniformes y sin locales comerciales ni nada que dé vidilla; un barrio bastante muerto, o eso parece a la luz del día.

En la esquina con la calle Cabo de Tarifa encuentro unas interesantes naves industriales con bóveda de cañón (1983). Me recuerdan, salvando las distancias, a la mítica fabrica de turbinas de AEG de Peter Behrens (1910).

Naves cañón

En la acera de enfrente, unos adosados de dos plantas y fachada lisa en ladrillo visto (1986), algunos tuneados con diferentes aplacados. Para hacerlos más cálidos, están equipados con jardinera y todo.

Adosaditos con jardinera
Tras ellos, abandonamos El Pozo con un negocio de materiales de construcción, desde donde quizás se proyecta, hasta el infinito y más allá, toda la materia tuneadora.

Leroy del Pozo, tuning extremo
Alcanzo el parque Garrigues Walker (2022), una masa de pino piñonero con el atractivo de que el Anillo Verde Ciclista pasa por aquí. 
Pinar guapo

Sigo un camino en dirección NO, cruzando el camino del barrio de La Celsa, un antiguo -y peligroso por la droga- poblado chabolista que se encontraba un poco más abajo, junto a la actual M-40.
Escucho, en la lejanía, el murmullo del agua. Atraído por el posible canto de una ondina -nativa de Entrevías, por supuesto- me dirijo a la masa de agua. En la inmediaciones, unas abubillas hincan el pico en la hierba, recogiendo enormes gusanos negros.

Abubilla despistada

Llego a un lago con un par de sonoros chorros. Demasiada natura, volvemos al lío.

Chorros y piñoneros
Vuelvo a alcanzar la Ronda Sur, internándome por la calle Hornachos. Estoy en la 2ª fase del Poblado de Absorción de Entrevías, avanzando entre una sucesión de bloques perpendiculares a la calle, los de la derecha de 1970 y los de la izquierda más altos y modernos, de 1998. 

Nuevo vs. viejo

Un poco más adelante me topo con la parroquia de Santa María del Pozo y Santa Marta (1999), en ladrillo rojo a juego con el resto de edificaciones y lucernario aserrado.

Parroquia severa
Giro por la calle de Montánchez, en dirección NE. Aquí encuentro los bloques longitudinales del Poblado de Absorción (1969). Se trata de la repetición de un módulo en U o en L, que en este caso es perpendicular a la calle, formando espacios ajardinados intermedios. Como detalle de diseño, el uso de elementos prefabricados bajo los ventanales y en vertical.

Ventanas y prefabricados
Alcanzo el centro de Servicios Sociales Entrevías (1992), bastante posmoderno con esas ventanas semicirculares a lo Robert Venturi.

Posmodernismo en Entrevías
Rodeo el edificio por la izquierda, cruzo la calle de la Serena y sigo por la calle Peñarroya, alcanzando un área infantil rodeada de la consabidas viviendas tipo C (1958, 2 alturas con patio delantero) de la fase 2 del Poblado Dirigido de Entrevías. Detrás surgen los bloques en U que ya vimos en la calle de la Campiña.

Viviendas bajas vs. altas

Sigo por la calle de Membézar, admirando la imaginación constructiva del personal -individuación, según Carl Jung- en estos chalets adosados tan cucos.

Individuación a tope

Cruzo la calle de Santa Rafaela, donde hay (todavía) más de estos adosados tan polivalentes, gentrificables a tope. A la altura de la calle Ruidera aparecen unos bloques de 4 alturas (1971) formando manzanas cerradas con caminos ajardinados, pertenecientes a la fase 1 del Poblado de Absorción de Entrevías.

Caminos entre bloques
Al otro lado de la calle Ruidera, ya en el cruce con la calle Mudela, las edificaciones son más modernas, de 1996. Me filtro por una zona peatonal, donde aparecen líneas paralelas de chalets adosados de dos alturas (1996) y diseño moderno muy convencional, nada que ver con los anteriores.

Plaza dura, dura

Sigo por la calle Mudela en dirección SO, metiéndome en una estrecha calleja peatonal entre dos largos bloques de adosados (1998), con patio trasero pero acceso por el frente, a diferencia de los adosados del Poblado Dirigido, en los que se accede por el patio. 

Dos caras de un mismo bloque

Vuelvo a la calle de Mudela, donde encuentro un bloque de viviendas, muy majas ellas, de 5 alturas (1994), plagado de balcones de buen tamaño, algunos llenos de macetas.

Bloque de balcones

Justo después, otra ristra de adosados similares a los anteriores, ensanchándose la calle para acomodar los bancos reglamentarios que suelen acompañar a una zona verde, en este caso la cornisa de Entrevías.

Bancos reglamentarios
Alcanzo el mirador, donde el cerro llano en que se enclava Entrevías se despeña hacia el río Manzanares, por donde fluye la vía férrea que nos llevará a Sevilla. La vista es un espectáculo: en primer término, los caminos de hierro; tras ellos, el tremendo nudo sur y los barrios de San Fermín, Orcasitas y Orcasur, que ya recorrimos en una entrada anterior.

Menuda vista
Mirando a la derecha, entre la vegetación que cubre el cerro, un hito ferroviario: los depósitos y talleres de Cerro Negro (1945), con su sucesión de bóvedas rebajadas en hormigón armado, un hito constructivo para la época. Allí se procedía al mantenimiento de los trenes TAF (1952-1980) y TER (1964-1995), antecesores de los Talgo.

Talleres de Cerro Negro

Retrocedo hasta encontrar el perímetro de un muro que desciende la ladera, que sigo en dirección sur.

Muro con vistas
Al rato, encuentro la enorme base de mantenimiento de Santa Catalina (2010), donde se ejecutan las labores de mantenimiento de los trenes de Alta Velocidad.

Base de Santa Catalina

Un poco más adelante, me topo con una subestación eléctrica y su característico zumbido chisporroteante. Unos perros, ajenos a la actividad electrostática, olisquean aquí y allá, mientras decenas de conejos huyen despavoridos: la vida misma.

Asciendo la ladera en dirección NE entre la masa de pino piñonero, hasta alcanzar el huerto comunitario de Entrevías. Tras el rótulo de colorines como de guardería -imagen corporativa de los huertos urbanos- unas señoras parlotean sobre si una maceta tiene que ir ahí o acá, o algo así.

Huerto arco iris

Cruzo la avenida de Santa Catalina, llegando a una cornisa cuyo camino principal desciende hacia unas charcas artificiales, verdosas por la proliferación de algas verdes primaverales. Se trata del parque del Soto de Entrevías, un espacio residual transformado entre las pistas deportivas del barrio y el gran recinto de las cocheras de la EMT.

Charca verde
Desciendo a la laguna inferior, donde detecto la presencia de una tienda de campaña con basura aledaña. Como no me gusta molestar, me las piro.

Prosigo en dirección a un hermoso cortado en la ladera, cuyo camino aéreo resulta tentador bajo los espigados pinos. Desde aquí se aprecia mejor el Centro de Operaciones de la EMT de Entrevías, cuya peculiaridad es la implantación de una estación de hidrógeno verde para los autobuses.

Bonita vereda y cortado

El sendero rodea el complejo de la EMT en dirección SO. El cortado y su ladera, empinada y llena de cárcavas, muestra que se trata de arenas, gravas, cantos y arcillas cementadas del pleistoceno; se trata del único afloramiento geológico de por aquí, así que habrá que aprovecharlo.

Cárcavas y buses

Un poco más adelante encuentro un vértice geodésico desarraigado, en precario equilibrio, como queriendo huir a un entorno más natural. 

Vértice deprimido
Un vez en la parte inferior del cortado, observo su estratificación: arenas cuarzo-feldespáticas se alternan con gravas, compactadas con el barro arcilloso, pegajoso por las lluvias.

Buena estratigrafía
Prosigo en dirección a las vías, en una zona que, según las Minutas del IGN, antaño había una cantera relacionada con una fábrica de cerámica, localizada donde ahora está la cochera de la EMT. Me llama la atención una gran nave de aspecto vetusto (1980), que en la actualidad aloja unos trasteros.

Nave con visera solar

A su izquierda emerge la antigua estación de Santa Catalina (1851), una pequeña estación de mercancías y clasificación actualmente sin uso. No puedo resistir reproducir una de sus reseñas en Google Maps: "Estación con mucha HISTORIA Y LLENO DE ENCANTO EN TODO SU CONTENIDO TE LLEVA AL PASADO Y A LA VEZ AL PRESENTE CON UN FUTURO PARA EL MAÑANA". Genial, física cuántica nivel popular. Por cierto, hay unos vagones de carga realmente chulos, que me recuerdan a los que aparecen en un álbum de Tintín que no recuerdo.

Vagones de museo en Santa Catalina
Alcanzo la calle Embajadores, y me cuelo por un estrecho túnel que cruza las vías y la autovía A-4.

Túnel metafísico

Asciendo por un talud a la izquierda, alcanzando las vías en dos niveles. No hay nadie, como cabría esperar en un espacio liminal con crisis existencial.

Liminal

Al otro lado se desplaza, lentamente y sin emitir apenas sonido, una locomotora monísima, que parece un juguete gigante. Justo por encima, un AVE pasa cagando leches, como el conejo blanco de Alicia.

Chiquitrén
Al salir del túnel encuentro la estación depuradora "La China" (1934), una de las más antiguas de Madrid.

EDAR de colorines

Tiro a la izquierda, por una camino que se dirige al Centro de Tenis Caja Mágica (2003), un grisáceo y cúbico complejo de canchas de tenis, diseñado por Dominique Perrault para la candidatura fallida de Madrid de los Juegos Olímpicos de 2012. Podría encontrase abandonado, ruinoso como tantos otros edificios de esta índole, pero parece que está bien de salud.

Descampado y Caja

Tras el descampado llego a un puente sobre el Manzanares, que fluye muy crecido por las recientes lluvias.

Manzanares rebosante

Al otro lado encuentro el carril bici del Parque Lineal del Manzanares, que es, como su nombre indica, nada más que el río, sus riberas y bosque de galería.

Prosigo junto al carril bici, lleno de pertrechados ciclistas, aguas abajo. Al poco, paso por debajo de ambos carriles de la M-40. Al fondo la vía férrea cruza el río, formándose unos rápidos que abrazan, con mala leche, los pilares del puente.

Río salvaje

A la altura de una pasarela equipada con una tubería debajo, me desvío a la derecha, hacia la rotonda que marca el inicio de la carretera de Villaverde a Vallecas.

Parque y Ensanche del Espinillo
Encuentro el parque del Espinillo, donde -según las Minutas del IGN- en tiempos había una fábrica de productos químicos. Aquí se encuentra el Ensanche del Espinillo (1988), un plan urbanístico consistente en manzanas cerradas y bloques lineales, con ese diseño posmoderno típico de finales del siglo pasado y principios de éste.

Me filtro por una calleja perpendicular y llego al muro que separa las vías, en un parquecillo urbano que no es más que un espacio residual con césped y arbustos recortados: menos da una piedra. 

Muro de las vías
Pasado un famoso supermercado valenciano, asciendo unas escaleras para encontrar una gran glorieta elevada con explanada, donde niños y (muchos más) mayores se relajan con el grave y cadencioso murmullo de los trenes al pasar. 

Explanada villeverdense, gris y dura
Desde aquí se puede admirar la estación de Villaverde Bajo (1995), por la que pasaba -en los tiempos de nuestra guía de 1926- la línea férrea Madrid-Sevilla, que es la que estamos siguiendo. En la actualidad el trazado del AVE a Sevilla discurre junto al Manzanares hasta Perales del Río.

En la estación de Villaverde Bajo también se bifurcaban las líneas a Extremadura y Andalucía.

Estación de Villaverde Bajo

Aquí finaliza la segunda entrada de la serie dedicada a la línea férrea Madrid-Sevilla según la Guía del Congreso Geológico Internacional de 1926, en unos barrios mucho más interesantes -y denostados- de lo que pueda parecer: Entrevías y el Pozo del Tío Raimundo.

En próximas entradas seguiremos en nuestro camino hacia el sur, hacia los páramos manchegos, Sierra Morena y más allá. Pero antes seguiremos explorando el sur de la ciudad de Madrid, que todavía queda tela que cortar en esta ciudad tan caótica como interesante.

CONTINUARÁ 

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