miércoles, 8 de junio de 2022

Rutas anárquicas: el Tajo, de la colonia San Joaquín a Almoguera

Continuamos con nuestro periplo aguas arriba del Tajo donde lo dejamos en la entrada anterior, junto a la ermita de la colonia San Joaquín, longitud 3º02'23" Oeste, latitud 40º10'24" Norte. Hace un día soleado, radiante, el último de mayo, fresco ya que es muy de mañana. Me fijo en una pequeña pizarra, junto a la ermita, que lleva a una sombreada terraza y -ya que meterse varias tazas de café al día es lo mejor para el cuerpo y la mente- accedo al interior del bar "El Camino" apartando las tiras colgantes de plástico que cuelgan del dintel de la puerta, decidido cual Cyrus Smith en tierra desconocida.

Un café glamouroso en modo influencer

Dentro, tres sujetos acodados a la pequeña barra -dos tocados con sombreros de esparto- compadrean con el barman, que mira con curiosidad al forastero. Le pido el cafetito y observo el local, una mezcla de cantina de Nuevo México y corral manchego-cañí, muy de Almodóvar, con mobiliario vintage y una virgen de madera que convive de forma armónica con la protocolaria botella de Soberano, en pintoresca sinergia. Degusto el café afuera -que echa chispas, como es costumbre en nuestra piel de toro- observando los cachivaches desperdigados aquí y allá, pensando en el próximo movimiento.

Descenso a los cortados del Tajo

Me pongo en marcha por la GU-282 en dirección ESE hasta llegar a la frontera con la provincia de Cuenca, donde cojo una pista a la izquierda y, a unos 200 metros, un poste de señalización me envía a la derecha, en dirección Zorita de los Canes. La pista está en estado razonable, con sus roderas y su penacho central de tallos secos y cortados que roza los bajos de mi 4x2, con su grimoso sonido metálico. Avanzo un kilómetro hasta que me detengo en un camino a medio borrar a la izquierda, donde un extraño montículo llama mi atención. Camino hacia él en un paisaje de plantas silvestres muy crecidas, a medio secar, y traspaso un bosque de cardos enormes hasta alcanzar la base del montículo. Lo intento trepar, pero me hundo hasta el muslo en la arena de tipo playero, por lo que desisto: una duna en toda regla.

Esparto sobre el montículo arenoso

Rodeo la duna (realmente el resto de una explotación de áridos) y me fijo en la vegetación esteparia: hermosas matas de esparto y algunas aromáticas, mientras que en la base abundan las gramíneas (avena loca y cebadilla silvestre) y cardos gigantes, algo amenazadores. Está completamente agujereada ¿por qué?

La respuesta llega rauda: en un momento y coincidiendo con un ruido como de disparo, decenas de liebres corren de un lado a otro -algunas bajo mis pies, con sus largas orejas y potentes cuartos traseros- trepando ágilmente por la duna hasta meterse cada una en su madriguera.

El Monte de las Liebres

Regreso al carro y sigo en dirección norte hasta que llego a otra pista perpendicular, que tomo hasta volver, de nuevo, al norte, en dirección al paraje "La Hijosa". El paisaje es un mosaico de colores: regadíos en funcionamiento alternan con minifundios cerealistas, algunos bien crecidos y otros en barbecho, con algunos baldíos. A la altura de un caserío -equipado con el habitual perro insoportablemente ladrador- unos aspersores de riego han anegado la pista arcillosa impidiéndome toda progresión, con lo que reculo hasta el cruce anterior. Observo la pista que sale hacia el este pero deduzco que, en algún punto, también estará inundada, por lo que regreso a la carretera dejando a la derecha el Monte de las Liebres.

Cruce interesante

El cartel de la urbanización "Buena Tierra" me llama la atención, por lo que, en el cruce, sigo recto hasta encontrar, a la derecha, un hermoso abandono: la finca "Las Bridas". Se trata de una parcela con dos edificaciones, transformada en el icónico y habitual vertedero. A la izquierda encuentro los restos del bar "La Bolinga", con su barra de ladrillo y sus quintos de cerveza, apoyados como si hubieran sido consumidos ayer mismo.

Bar "La Bolinga"
Saltando restos de váteres, ladrillos y demás porquería, llego hasta la caseta de ventas de la urbanización, fósil del desarrollismo atroz de décadas pasadas.

Caseta de ventas
Dentro encuentro multitud de archivadores entreabiertos, con hojas mecanografiadas amarillentas. Cojo uno y lo leo, por eso de documentar los hallazgos: una legalización de 1991; qué tiempos aquellos.

Bajo al cruce y tomo la CM-221 al este; voy muy despacio porque no sé a dónde ir, ya que no encuentro pistas apropiadas para pegarme al Tajo. Un BMW X-5 (cómo no) me pide amablemente, con luces y pitidos, que me aparte de la desierta carretera, que tiene prisa la criatura. Que te den, musito mientras bajo la velocidad.

A la altura del pk 0,800 tiro por una pista, de muy buen aspecto, a la izquierda, que lleva a una gravera y a la cima del "Cerrillo Garbancero", simpático otero sobre la estepa circundante, con el pueblo de Leganiel de fondo. La tierra es de margas blancas, donde brillan apuntadas flechas de yeso color nácar.

Vista de Leganiel desde el Cerrillo Garbancero

Regreso a la carretera y, a unos pocos centenares de metros, giro a la izquierda por la GU-249 dejando a la derecha la EDAR de Illana. Voy en dirección oeste dispuesto a encontrarme con el Tajo, que observo acercarse a la izquierda, en un paisaje de cantiles yesíferos, margas y arenas micáceas, mientras el intermitente bosque de galería del Tajo se alterna con aspersores y parcelas de cereales ya amarillos. Prosigo unos kilómetros por la estrecha carretera desértica hasta que, a la izquierda y sobre una repisa de la loma, aparece la alargada silueta del castillo de Vállaga. Un poco más adelante aparco frente a una enorme piscifactoría y me dispongo a atacar el ¿castillo?

Está fácil esto del ataque

Debido a la proliferación -y tremendo porte- de los hierbajos secos, no atisbo ninguna senda que lleve a la ruina, por lo que asciendo por el barranco de la Canaleja hasta la pareja de cerros "Los Castillejos", que me recuerdan, en pequeñito, a la celebérrimas y pintorescas Tetas de Viana. Giro bruscamente hacia el este por una meseta recortada a media altura que, en unos minutos, me deja en el castillo.

Impracticable

Se trata de una estructura alargada, con restos de la bóveda de cañón primitiva y nichos laterales, usados presuntamente para almacenar vino: parece ser que primero fue fortaleza y después bodeguiya, quizás poco práctica por estar al sol en lugar de enterrada.

Vistaca desde el castillo

Las vistas son magníficas: abajo la piscifactoría, donde se observan, en las piscinas, sombras de enormes pescados; a la derecha el Tajo, que discurre tranquilo entre campos de labor.

Prosigo hasta que, pasada una caseta de servicio de la Confederación Hidrográfica del Tajo, el río se acerca a la carretera, donde paro. Se trata de un frondoso soto, con el suelo cubierto de una espesa pelusa blanca: se trata de las semillas del chopo o álamo blanco.

Río verde

El agua del río está verde debido a la proliferación de cianobacterias, crisofíceas, clorofíceas y otras algas, que también hacen que el agua huela a fresco, a mar, a sulfuro de dimetilo, de forma deliciosa. Un pequeño salto de agua forma blancos borreguillos, como decimos los marinos de agua dulce.

Canal del Tajo
Seguimos cruzando el canal del Tajo hasta divisar, a la izquierda, una nave abandonada y, detrás, la Casa del Ejido, que nos disponemos a explorar.

La Casa del Ejido

Se trata de una casona agrícola cuyo elemento más característico es un gran palomar castellano a modo de torre, en planta alta. Al acceder al vestíbulo de la propiedad observo, a través del techo hundido, el palomar, con sus nidales intactos. No amenaza ruina, analizo con el tumbao característico de los que hemos estudiado arquitectura, entre otras cosas.

Bonito palomar

Detrás de la casa aparece, desde un alto, la presa de Almoguera. Para verla desde más cerca, cruzo el Tajo y desciendo hacia la izquierda, situándome en uno de los estribos. Desde aquí contemplo las compuertas, contrafuertes y aliviaderos.

Presa de Almoguera

Sigo por la carretera, en dirección norte, hasta el pk 3,900, donde diviso una ermita subida a un cerro, a la izquierda. Tomo el desvío y, tras una curva pronunciada, aparco junto a la ermita, dentro de un olivar habilitado a tal efecto.

La ermita del Santo Cristo de las Injurias

Es una ermita moderna, con un fresco soportal perimetral y buena vista al Tajo. Bajo el soportal hay dos imágenes bastante poco agraciadas, aunque lo importante es que les gusten a los devotos. Si ellos están contentos yo también, válgame Dios.

Sigo por la misma carreterilla que me ha traído a la ermita, y me fijo en las cruces metálicas de un viacrucis que llega hasta el pueblo de Almoguera. A la entrada de la localidad giro a la izquierda para subir, por una urbanización de chalets adosados, hasta un mirador en la parte más alta del pueblo.

Vista de Almoguera

Desde aquí se observa el trazado urbano, centrado en el peñasco donde se asienta su castillo roquero, de factura árabe. Dentro está vacío, un secarral, pero el cinturón de torretas y muralla me parece bastante bien conservado, pintoresco.

Bajo a la plaza de España, donde aparco frente al "ayto". Subo por la rampa de la calle Amparo, donde hay un bonito rincón donde aparece un sector de la muralla y la torre de la iglesia de Santa Cecilia, con su reloj que, como suele ser habitual, no marca la hora correcta: se le habrán acabado las pilas.

Rincón de Almoguera

Tiro por la continuación de la calle, rodeando la iglesia por la izquierda, hasta encontrarme unas bodegas subterráneas y la silueta de la muralla, muy bien conservada. Subo trabajosamente hacia el acceso del recinto bajo un sol de justicia, solo para toparme con una verja metálica cerrada a cal y canto, sin horario de apertura. Podría ser que el señor alcalde, con toda la razón del mundo, se avergüence del tan lamentable estado interior, sobre todo cuando podría hacerse algo decente por cuatro duros. Pero bueno, si a sus vecinos les mola, pues envido.

Hacia el castillo

Desde la puerta cerrada pienso en lo que me ha aportado el recorrido de hoy. Ha habido de todo: agradable café, incidentes, descubrimientos por casualidad y calor, mucho calor.

Seguiremos en próximas entregas dando rienda suelta a la curiosidad que lleva nuestra aventura low cost. Como bien decía el maestro Thor Heyerdahl, no importa tanto adónde se vaya, sino cómo se vaya.

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