martes, 12 de abril de 2022

Unboxing literario: Lübke y el enigma del hombre prehistórico

Inauguramos una nueva sección: los unboxing literarios, donde desfilarán, uno a uno, tanto libros físicos -de esos que he ido acumulando con el tiempo y que nunca he encontrado tiempo para leer- como textos antiguos escaneados, mapas, periódicos viejunos y demás excentricidades a gusto del consumidor. Y es que uno practica la compra de libros casi compulsiva: si un tema se le enquista desbroza las librerías y puestos callejeros en busca de ese ejemplar que pueda saciar la malsana curiosidad, de esa que puede matar al gato de empacho.

El interfecto
Y es que no hay placer mayor que encontrar ese libro un poco viejo, pesado, encuadernado en tela, con sus hojas un poco amarillas y sus láminas de imágenes en blanco y negro. Y además barato, unos pocos euros normalmente. Y bien escrito y traducido, eso no tiene precio. Puede que no sea la primera edición del Quijote pero diantre, qué importa, si lo principal es leer aunque sea lo más básico, ya que una lectura puede llevar a otra hasta quizás encontrar el sentido de la vida; cosas más raras se habrán visto. 

Así pues, traigo un libro que cuadra la descripción anterior: Los Misterios del Mundo Subterráneo, de Anton Lübke. Como su nombre indica, trata de las cuevas en todas sus manifestaciones; es un libro generalista, divulgativo, denso en información, editado por la editorial Labor en 1961. Lo vamos a leer mi presunto lector y un servidor al mismo tiempo, extrayendo lo más interesante del susodicho, si es que lo hay.

El misterio de las profundidades (lámina del libro)

Comenzamos con la NOTA PRELIMINAR, cuya mayor curiosidad es que está redactada por Joaquina Comas de Candel, insigne profesora de Geografía e Historia y esposa del conocido cristalógrafo Rafael Candel Vila. Siempre es un placer ver que, en una época donde la mujer -al menos en España- estaba prácticamente condenada a permanecer con la pata quebrá toda su vida, algunas de ellas escaparon a tal determinismo. Doña Joaquina nos hace una advertencia respecto al autor, muy influenciado por las teorías de un tal Immanuel Velikovsky, un magufo de la época empeñado en decir que todas las manifestaciones artísticas del hombre primitivo son falsas: "Lübke manifiesta su duda sobre la capacidad intelectual del hombre primitivo y sobre la autenticidad de las obras artísticas que se le atribuyen [...] Pone en duda también la autenticidad de los restos humanos hallados en las cuevas y otros yacimientos prehistóricos, y de su industria lítica, aduciendo que son falsificaciones...". Aunque también nos dice, en defensa del autor, que hay que "reconocer la amenidad de este libro, la sugestión de los capítulos que tratan de la utilización de los espacios subterráneos con fines estratégicos, terapéuticos y de investigación científica, así como la vasta información sobre las cuevas más importantes del mundo..."

Nosotros no tomaremos en consideración estos rollos conspiranoicos, puesto que somos seres racionales de los que toman las raciones en los bares, aunque igual citamos alguno, por eso de entretener al personal.

El Picasso prehistórico

Seguimos con el PRÓLOGO DEL AUTOR, en el que plasma con romanticismo la psicología del que se adentra en la cavernas: "la idiosincrasia del espeleólogo tiene algo que ver con la oscuridad y el silencio del mundo subterráneo; no pregona a voz en grito lo que ha visto y experimentado en las honduras de las solitarias cuevas, veladas hasta entonces a las humanas miradas y no holladas por humanos pies". Un introspectivo, frío, húmedo y oscuro ser, que se mimetiza con los parajes que explora; puede que a alguien le dé la risa tan dramática descripción a lo Joseph Conrad, pero nos aclara que "quien piense que una cueva es sólo un húmedo y oscuro agujero en el suelo al que, en el mejor de los casos, puede atraer grotescas formaciones estalactíticas mágicamente iluminadas, se percatará, al leer los diversos capítulos de este libro, de lo infinitamente variado e impresionante que es el mundo para el que no se cansa de mirarlo con ojos maravillados: no sólo son dignas de ser descritas las formas prodigiosas de las estalactitas y estalagmitas, los precipicios abiertos por las fuerzas de la Naturaleza o los hielos eternos de las cavernas gigantescas, sino también la vida orgánica que se desarrolla en esta mansión de las tinieblas, los hallazgos de esqueletos humanos y animales de épocas probablemente prehistóricas; la vida de los insectos, reptiles y plantas; el agua que fluye por las profundidades; la temperatura y las condiciones eólicas que en ellas reinan; los elementos y las rocas que integran las montañas"

Pues acompáñeme el lector, que juntos veremos todo esto y mucho más, envueltos en el incomparable aroma de la aventura clásica, la del mapa en papel, brújula analógica e iluminación de carburo.

Mapa de Otto Hauser con las ubicaciones de los yacimientos neandertales

El primer capítulo trata del RESURGIMIENTO EN UNA CUEVA DEL HOMBRE DE NEANDERTAL, narrando el descubrimiento de los famosos restos humanos por el profesor Fuhlrott en 1856, en concreto una bóveda craneal enorme de frente estrecha y huidiza que lo catapultaría como el antecesor del Homo sapiens. No se encontraron ni utensilios ni instrumentos, lo que no permitía una correcta datación del hallazgo. En los años siguientes se multiplicaron los descubrimientos de humanos con características craneales similares, siendo los más importantes el del Homo moustierensis Hauseri y el del Homo aurignacensis Hauseri, descubiertos por el autodidacta Otto Hauser que, por cierto, dibujaba unos mapas preciosos de sus investigaciones, como mandan los cánones.

En España también se dieron numerosos hallazgos neandertales tanto en superficie como en cuevas, siendo el más importante la cueva de la Carigüela, en Piñar (Granada).

Yacimientos españoles (lámina del libro)

El Homo heilderbergensis fue descubierto en 1908 en los sedimentos de arenas y gravillas de Mauer, en Alemania, por el profesor Otto Schoetensack, un industrial químico que, al jubilarse, decidió dar rienda suelta a su pasión por la investigación de campo. Este ancestro -y no me refiero al profesor- poseía una potente mandíbula intermedia entre el maxilar humano actual y el del mono, algo parecido al famoso eslabón perdido.

En 1921 fue descubierto el Homo pekinensis, una especie de humano algo más "fino" que el anterior. Uno de los que participaron en este descubrimiento fue el enorme paleontólogo y místico jesuita Pierre Teilhard de Chardin, cuya teoría -básicamente tomada de Hegel pero ajustada al cristianismo, lo que le valió la condena de la Iglesia- de la dialéctica de la historia que nos lleva al Punto Omega, la realización del espíritu Absoluto -Cristo para Teilhard- en la tierra, a través de la noosfera, condensación y densificación de la conciencia universal. Toma ya: comparado con esto los huesecillos que se queden para hacer caldo. Como vemos, muchas veces los descubridores son mucho más interesantes que el descubrimiento en sí.

Ya pasada la Segunda Guerra Mundial, el expedicionario Marcel Homet -un obseso de la Atlántida- encontró varios esqueletos humanos bajo la espectacular Pedra Pintada (Brasil), donde se encontró un gran abrigo usado como osario, con abundancia de petroglifos.

Pedra pintada (Em Visao)
Homet también hizo descubrimientos en las altiplanicies amazónicas, donde localizó grutas con esqueletos y cerámica primitiva, huesos pintados de rojo, collares y perlas de vidrio, de forma similar a lo encontrado en algunas cuevas europeas, lo que le permitió imaginar que, tal vez, hubiese una conexión entre el hombre primitivo europeo y el americano a través de la Atlántida, parada de avituallamiento en mitad del océano Atlántico.

Otro apartado es ¿EXISTIERON TROGLODITAS GIGANTES? donde se nos cuenta el descubrimiento del Meganthropus en la isla de Java, a cargo del ilustre geólogo Gustav Von Koenigswald, cuya vocación empezó a los 15 años cuando consiguió un fósil de molar de rinoceronte. En sus pesquisas encontró dos mandíbulas enormes, con lo que se preguntó si se trataría realmente de huesos humanos. Lo llamó Gigantophitecus, por eso de que debía ser un gorila, o algo así.

Von Koenigswald a su rollo (wikipedia)

La discusión quedó zanjada por sucesivos antropólogos, verdaderas eminencias de la época, que discernieron que en la historia filogenética de la Humanidad no es de creer que haya habido antecesores gigantes de andar erecto o pitecántropos gigantes. Punto pelota.

Ante tal revelación científica, el libro se entretiene -de forma muy amena- en recordarnos que hay presuntos testimonios de la presencia de gigantes en la Biblia y en otras fuentes antiguas. En la mitología griega, por ejemplo, está la Gigantomaquia, lucha de los terribles gigantes con cola de dragón contra Zeus, otros dioses y Hércules, que acabaron ganando los segundos, como cabía esperar.

Cráneos gigantes (lámina del libro)

El autor también se los pasa bien con teorías muy imaginativas, de esas que hacen las delicias de los espíritus más autoiluminados, de esos que toman por verdad cualquier cosa que se les pase por la cabeza, ya sea que la tierra es plana, que las vacunas son agua de Valencia o cualquier otra original memez. Como por ejemplo la teoría de Denis Saurat, que cree probar la conexión entre los hallazgos en Tiahuanaco con la teoría lunar formulada por el físico Hans Hörbiger. Una chorrada como la copa de un pino, pero muy de moda en la época en la que apareció este libro. Y, como siempre, no hay que mirar el pasado con los ojos del presente: cada época tiene su afán.

Finalizamos la primera de una serie de entradas sobre este interesante libro dejando atrás su parte quizás menos interesante, menos científica y más sujeta a especulaciones fantasiosas. Continuaremos con ejemplos de trogloditismo arquitectónico, historia de la espeleología, troglofauna cavernícola y demás oscuras y húmedas delicias.

Allí nos vemos.



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