Una carretera de asfalto impecable, solitaria, recta como dibujada con tiralíneas. Hace calor; las nubes bajas y oscuras presagian tormenta en el desierto de Chihuahua, más concretamente al oeste del estado de Texas, antes de llegar al ruinoso villorrio de Valentine. A unos trescientos metros, a la derecha de la carretera, se divisa -si no es un espejismo- un cubito blanco con unos toldos, que surge de la rojiza estepa. Nada más en lontananza: únicamente plantas rastreras, agostadas y un silencio que es algo más que la ausencia de sonidos.
Con curiosidad desbocada, decido aparcar el coche en una superficie de tierra frente a tan peculiar construcción ¿Qué hace aquí esto?
Cruzo la carretera, el pequeño edificio revela una tiendecita cerrada, de aspecto impecable, de nombre Prada Marfa. A través del sorprendentemente limpio cristal aparecen, en tres estantes, zapatos de tacón y, por delante, varios bolsos con buena pinta, nada de polipiel. Temporada Otoño-Invierno de 2005, para los iniciados. Me acerco a la puerta. Un estruendo surge encima de mi cabeza: de cuatro nidos huyen varias golondrinas, alteradas por el visitante inesperado. Vaya movida; el corazón me sale por la boca.
Aunque no lo parezca, se trata de una famosa instalación artística, creada por los arquitectos berlineses Michael Elmgreen e Ingar Dragset en 2005 dentro del concepto artístico Land Art, en cristiano "arte en el territorio". La sola visión, insospechada, de esta escultura en un entorno fuera de su contexto, con sus implicaciones filosóficas imbricadas en la dualidad contradictoria de significados elemento-paisaje, hace que me eche al monte para analizar esta corriente artística, deduciendo lo que puede ser y lo que no es Land Art.
El término Land Art fue acuñado por el artista Robert Smithson en los años 60 del pasado siglo, inspirado por el contemporáneo arte minimalista, donde se primaba la geometría, el volumen y el material sobre el contenido emocional de la obra. Inauguró el movimiento con su célebre Spiral Jetty, una acumulación de rocas basálticas que forma una perfecta espiral sobre las aguas del Great Salt Lake de Utah (EEUU), construida en 1970.
La espiral Jetty sobre las costras de sal del Great Salt Lake (Utah, EEUU), imagen de Google Earth |
Otra obra señera del Land Art es The Lightning Field, del escultor norteamericano Walter De Maria. Se trata de una malla de 400 pararrayos situada en el desierto de Nuevo México, y simboliza la conexión con las fuerzas de la naturaleza, en este caso las eléctricas. La gracia de este, por decir algo, montaje, es quedarse una noche en una cabina ad hoc (250 dólares por persona y noche en temporada alta), rodeada de los postes. Si hay suerte y se desencadena una tormenta, se lo flipa. Si no, siempre se puede superar el sablazo fotografiando el monumento al atardecer o al anochecer; las sombras afiladas siempre dan juego.
El Lightning Field (1977) en plena performance (auladefilosofia) |
El City de Michael Heizer, al sureste de Adaven, Nevada, EEUU (Pinterest) |
Comenzamos en Llanes, Asturias, con la obra de Agustín Ibarrola Los Cubos de la Memoria. Se trata de un conjunto de grandes bloques de hormigón, pintados con diversos motivos, que hacen de escollera del puerto de esta bella localidad.
Los Cubos de la Memoria (La Gaceta de Gea) |
Otra obra de interés es la Oreja Parlante, en la ciudad de Zaragoza, esta vez de la austriaco-española Eva Lootz. La artista nos dice que "significa abandonar la parcela del individuo aislado y comprometido únicamente con su propio horizonte vital y sus intereses particulares –escuchar difumina las distancias y desdibuja los contornos, escuchar enseña generosidad– y abrirse al horizonte de una conciencia de la humanidad como un todo". Sobran las palabras.
La Oreja Parlante, de Eva Lootz (legadoexpozaragoza) |
La Cimbra, en Cerro Gallinero (cerrogallinero) |
El Laberinto, en Cerro Gallinero (cerrogallinero) |
Ya podemos tener una idea de lo que puede ser esta corriente artística. Ahora, vamos a exponer algunas obras que podrían adscribirse al Land-Art, aunque no estén oficialmente consideradas así.
La primera obra es Coche y Hormigón, del entrañable genio teutón Wolf Vostell, situada en su lisérgico museo cacereño, de visita obligada en mi opinión. Entre los bolos graníticos del Monumento Natural Los Berruecos surge este auto vintage empotrado en un cubo, que simboliza la dualidad entre la naturaleza y el mundo contemporáneo, digo yo.
Coche y Hormigón, de Wolf Vostell (Malpartida de Cáceres) |
Cabezas de Maitreya y Arjuna, en la Ruta de las Caras de Buendía (Viajes en la mochila) |
Con estas premisas, podría deducirse que algunas ruinas o restos que ya no tienen la función de antaño y que siguen mostrando cierta potencia estética en el paisaje pueden ser considerados Land Art ¿Por qué no?
Así pues, las gigantescas cortas y las ruinas de las onubenses Minas de Rio Tinto podrían ser Land Art. Su visión es verdaderamente sorprendente, sobre todo al amanecer o atardecer, debido al contraste entre el paisaje, colorido por la presencia de minerales, y los elementos artificiales: gigantescas cortas, huecos escalonados, restos de construcciones; todo de gran tamaño, como manda la ortodoxia de esta corriente artística.
Corta del Cerro Colorado, Minas de Riotinto, Huelva (La Gaceta de Gea) |
La Motilla del Azuer, en Daimiel, Ciudad Real (Motilla del Azuer). Más Land Art, imposible. |
Gracias a todos estos ejemplos, ya tenemos suficientes pistas para contestar con propiedad nuestra apremiante pregunta:
¿Qué es Land Art? ¿Y tú me lo preguntas? Land Art eres tú...
No hay comentarios:
Publicar un comentario