viernes, 1 de diciembre de 2023

Rutas vintage: 1935, pinos, resinas y resineros en la Sierra de Gredos

La de hoy es una ruta vintage diferente. No vamos a recorrer presencialmente ni la Sierra de Guadarrama ni el Canal de Isabel II, como en entradas anteriores. Para el que escribe, esta entrada es mucho más importante puesto que implica a un personaje, a un tío abuelo suyo peculiar, montaraz, curioso y aprendiz de libre como su descendiente, el que tuvo la suerte de heredar sus legajos, sus investigaciones, sus notas a pie de página, sus jugosas reflexiones. 


Voy a reproducir íntegramente uno de sus trabajos, confeccionado en mayo de 1935 para dar una charla apoyada con fotografías en blanco y negro, con chavales del Hogar Escuela de Sotillo de la Adrada (Ávila). Mecanografiado, con las fotos cuidadosamente pegadas al estilo de un collage escolar, trata de la extracción y tratamiento de la resina en la primera mitad del siglo XX, y, creo, es un buen testimonio de una industria que, en la actualidad, todavía crea puestos de trabajo.

No "hablo" más, ni escribo más hoy.

Dejo expresarse a don Javier Marauri Mendoza:

En Sotillo de la Adrada, para ofrecer una charla con proyecciones a mis alumnos del Hogar Escuela de Huérfanos de Correos.

Vamos a hacer una excursión:

Hacer excursiones es agradable, pero tiene su parte molesta: hay que madrugar, es necesario andar mucho, trepar cuesta arriba por caminos pedregosos; al final estaremos cansados. No creáis que es malo sentirse cansado -el corazón ha latido fuerte, los músculos han estado tensos, los órganos internos han sido excitados, el oxígeno ha penetrado en nuestra sangre, y hemos eliminado toxinas y hemos hecho acopio de glóbulos rojos-, ésto sin contar con el beneficio de la alegría de sentirnos cerca de la Naturaleza, lo que es ya, por sí mismo, manantial de salud.

Pero nuestra excursión de hoy va a ser descansada: en vez de ir nosotros al campo va a venir el campo a nosotros. Vamos a ver en la pantalla algunas estampas de naturaleza bravía: la severa formación de los pinos muestra una escala de color, todos los verdes matizan esta decoración espléndida que en planos superpuestos, cada vez más alejados, dan perspectivas y contrastes de tonalidades tornasoladas.

¡Lástima que no oigamos los ruidos del bosque, los innúmeros seres vivientes que conciertan la sinfonía triunfal de la vida! Lástima también que no percibamos los olores que en vaharadas penetrantes mezclan esencias y fragancias.

Siempre la Sierra montañera ha tenido amadores; no es de hoy la afición a lo que se ha dado en llamar "alpinismo" y que, de un modo u otro, supone la atracción de las cumbres, el impulso del espíritu a remontarse, a volar a limpios ambientes y a contemplar perspectivas planetarias.

Del mago cantor del idioma castellano, Rubén Darío, es la salutación que se inicia así:
¡Oh pinos! ¡Oh hermanos en tierra y ambiente!
¡Yo os amo! ¡Sois buenos, sois dulces, sois graves!
Diríase un árbol que piensa y que siente
mimado de auroras, poetas y aves.

Mimado de poetas, cierto: Desde don Iñigo Lopez de Mendoza, Marqués de Santillana, que en el Siglo Quince se complacía en recorrer las sierras galanteando a las serranas:

Por todos estos pinares
nin en Navalagamella,
no vi serrana más bella
que Menga de Mançanares
Hasta Enrique de Mesa, del que al azar recuerdo palabras tan altas como estas:

Ya tornaron las cigueñas los campos visten de flor y se alegran con rumor de abundancia las aceñas; a la vera del regato allá en las tardes tranquilas dulces suenan las esquilas de las ovejas del hato.

Corazón vete a la Sierra y acompasa tu sentir con el tranquilo latir del corazón de la Sierra.

Vosotros habréis visto alguna vez, al pasar el tren, un desfile interminable de pinos; habrá llamado vuestra atención ver un cubito colgado en cada pino, debajo de una cortadura longitudinal hecha en el árbol, una verdadera herida sangrante producida por alguna herramienta. Si habéis preguntado, os habrán dicho que aquellos cubitos eran para sacar la resina, pero probablemente ya no sabéis más ¿Para qué se recoge la resina? ¿Qué utilidad nos proporciona este producto? Esto es lo que vamos a ver.

En primer lugar, hay que advertir que hay diferentes especies de pinos y que la resina se obtiene del llamado pino negral o marítimo, Pinus pinaster. Estos pinos son distintos de aquellos otros que dan ese rico fruto de blancos piñones que se aprietan en las verdes piñas y que se llaman Pinus albar; ya que hacemos esta distinción os diré que un pino negral o de resina produce en un año como tres kilos de resina con un valor de cuatro pesetas y media; un pino albar produce de cinco a seis pesetas en un año.

La campaña de recolección de la resina y transformación consiguiente supone la necesidad de un número de obreros que trabajan en el monte en diferentes tareas que luego veremos; otros obreros enlazan el monte con la fábrica yendo y viniendo por veredas y caminos; otros, por fin, llevan a cabo en la fábrica misma diversas operaciones que empiezan alineándose en el muelle de la fábrica los cántaros y barricas de resina, y terminan recogiendo los tres productos que se obtienen como ahora veremos: colofonia, aguarrás y pez; y después, con la labor complementaria de envase de los productos para su almacenamiento y exportación o distribución. La campaña de recolección de la resina empieza el 15 de marzo y termina el 31 de Octubre, durando por tanto siete meses.
Rumbo al monte...

Vamos a pasar un día con los resineros. No se tiene ésto por cosa agradable en el pueblo. La gente nos desanimará: hay que ir muy lejos y hay que andar más de ocho horas, pero nosotros insistimos, y una maravillosa noche del mes de julio a las tres de la madrugada iniciamos el acceso al monte; cabalgamos a ratos sobre las caballerías, entre las angarillas de los cántaros. A medida que avanzamos vemos, a nuestros pies, los puntitos de luz agrupados, como constelaciones de estrellas, que son los pueblecitos dormidos; en el silencio de la noche los cántaros forman un tintineo isócrono, que es como el tic-tac de un reloj que una y otra noche mide la vida -vidas monótonas- de estos hombres montaraces. El camino es penoso y hay que espolear a las caballerías; desde luego es inaccesible para los coches, a trechos surgen grandes piedras que se atraviesan en medio del camino o forman escalones.

Pinos resineros
Antes de amanecer llegamos a un portachín, es decir, un pequeño puerto, o sea un paso entre las cimas de las montañas; todavía está la luna en occidente. Inesperadamente descubrimos los primeros rayos del sol sobre las tapias de una casa de pastores; todavía hay muchos de éstos durmiendo sobre el campo envueltos en mantas, otros encienden hogueras para hacer sus desayunos, los mastines se desperezan: esta escena nos sorprende como una aparición.

Seguimos la caminata; parecía, desde abajo, que al coronar este monte habríamos llegado a lo más alto, y ahora vemos que, ante nuestra vista, se van desdoblando los montes y van creciendo. Mientras caminamos pensamos qué diferente es la montaña para el que ve desde abajo la lejana silueta de contorno festoneado ara el que se adentra en ella midiendo al andar su profundidad. Esta misma diferencia notaremos entre varias cuestiones, cuando contemplan como espectadores pasivos y cuando nos adentramos en ellas.

Resinero haciendo la entalladura

Desde abajo no pensamos que, entre los árboles, en la augusta soledad del bosque, hay hombres, especie de Robinsones, que trabajan y pacientemente contribuyen a dominar la Naturaleza. Este obrero, que ahora vemos, realiza la primera labor de las necesarias para la recolección de la resina: con un hacha hace en el árbol un corte de doce centímetros de anchura, una entalladura que separa un poco la corteza y algo de madera; cada quince días la herida cicatriza y hay que volver a hacer una pica; al año siguiente se hace otra cortadura por encima de ésta y así puede repetirse hasta cinco veces, una vez cada año; después, se puede hacer la entalladura en otro sitio de la circunferencia del árbol, empezando desde el suelo, pudiéndose hacer tantas veces cuantas permita el diámetro del árbol, dejando una pequeña costilla entre las entalladuras contiguas. Cuando se ha girado alrededor del árbol se puede volver a empezar a hacer la entalladura, casi siempre en el sitio primero porque y suele haberse formado otra corteza nueva. Generalmente el pino se explota unos treinta años. Cuando el pino ha sido sangrado, sólo puede ya utilizarse para leña. 

Pino corpulento, sangrando

Ved este pino corpulento: en esa larga cortadura que presenta se distinguen bien los sucesivos cortes; al año próximo ya no se hará el corte por encima del más alto, sino que se empezará desde el suelo por otra parte del árbol; una vez hecha la entalladura, se coloca una lámina de zinc en la parte baja de la sangría para que la resina escurra por esa superficie y caiga en una pequeña vasija de barro vidriado que se coloca debajo, sostenida entre esta lámina de metal y un largo clavo. 

Remasador

En el cuadro que sigue se ve muy bien el corte y también el clavo de donde acaba de separar el remasador la vasija para recoger su contenido. Pero os he dicho una palabra, "remasador", que tengo que explicaros. No la habréis oído decir nunca y no la encontraréis tampoco en el diccionario: "remasador" quiere decir recogedor, el que recoge.

La técnica de esta industria nos ha sido transmitida por los franceses, y este término y algunos otros son burdas formaciones de palabras en castellano, por analogía con las francesas originales. Remasar, o "hacer la remasa", es hacer la recolección. Y remasador la persona que la hace. Estas palabras no son sino el verbo francés ramasser adulterado (coger, alzar del suelo); los que hacen los cortes se llaman picadores (es decir, del francés piqueurs, y los que traen la resina desde el pinar cargueros (del francés chargeur) de donde sale también la palabra "cargue" con que se nombra el puesto convenido para dejar los cántaros o los barriles llenos, que serán recogidos por las caballerías o los camiones. 

Pinos con cubitos colgados

Ved en este grupo de pinos los cubitos colgados unos de frente y otros de perfil. Todos estos cubitos van siendo descolgados uno por uno por el remasador, que con una cuchilla o espátula separa la pegajosa resina de las paredes del cubito, para echarla en otra vasija mayor. El aspecto de la resina es blanco lechoso y exhala un riquísimo y penetrante olor muy parecido al del aguarrás, que vosotros conocéis.

Remasador vaciando las vasijas

Ved este otro remasador vaciando las vasijas: a la derecha se distingue otro cubito con todo detalle. Estamos en lo más intrincado del bosque: el pinar está sobre un terreno de pendiente casi vertical, por donde trepa ágilmente el remasador para tomar y dejar los cubitos con movimientos rápidos. Los pájaros, dueños y señores del espléndido parque, forman una sinfonía de notas dilatadas que se conciertan allá en la altura de las copas y repercuten por los valles cóncavos del inmenso escenario.

Estos sitios, aunque poco frecuentados, están explorados, son perfectamente conocidos; cada propietario, ya sea un municipio o un particular, sabe el número de pinos que tiene, así como las calles de la ciudad tienen sus nombres. Los sitios de la Sierra se distinguen por nombres diferentes, algunos muy bellos; recordad en nuestra Sierra de Guadarrama "Siete Picos", "Peñalara", “Collado del Viento”, “Boca del Asno”, “Cabezas de Hierro", “La Peñota", “Puerto de los Cotos”, "Monton de Trigo”, "La Maliciosa”, "Las Guarramas". Lo que estamos viendo es la Sierra de Gredos; los lugares por donde hemos ido pasando se dicen "Cerramiento", "Las Trampas" , "Barros Rojos", "La Canaleja", "Los Riscos". 

Resina al cántaro

Fijaos en el cántaro grande donde va echando la resina el remasador, y vamos a seguirle para verle trasvasar el contenido de los cántaros que antes hemos visto vacíos, a lomos de los mulos. Esto es el cargue, es decir, el lugar convenido donde dejan los cántaros llenos y vienen a recogerlos los cargueros, para llevarlos hasta la fábrica.

Son las seis de la mañana, hemos hecho lo más penoso de nuestra excursión; antes de emprender el regreso nos detenemos un poco para sumergirnos en la calma augusta de la Naturaleza.

¡Qué lejos estamos de las calles atestadas de autos ruidosos y de gentes preocupadas empujándose en los cruces de la ciudad! Parece que estos hombres no se encuentran descontentos de su vida: tienen un aspecto de serenidad y de placidez como emanación de la Naturaleza en que viven, que los hacen a nuestros ojos envidiables y superiores.

Si vosotros, que me acompañáis idealmente en la excursión, os detenéis conmigo y reflexionamos juntos sobre lo que estamos viendo ¿qué enseñanza sacamos?

Cuando vosotros habéis visto un paisaje de pinos, con sus heridas abiertas y sus potecitos colgados con una sensación de abandono, no habéis pensado en que hasta allí donde parece que el hombre no interviene, en todo cuanto supone apropiación y transformación de los bienes que la Naturaleza nos ofrece para satisfacer nuestras necesidades, todo se hace a costa de trabajo.

Vosotros vais al teatro o al cine, cosa que parece una tregua en el trabajo, un descanso, algo agradable y cómodo ¿Habéis pensado alguna vez en que para tener vosotros aquel descanso, es necesario que muchas personas trabajen aplicando el esfuerzo del músculo y de la inteligencia de una manera sostenida?

Pensad un momento en las actividades que intervienen para que vosotros podáis recrearos ante una película: quién concibe un asunto interesante o divertido y lo desarrolla; muchos actores se compenetran con aquella ficción para darle vida; músicos, pintores, escenógrafos, fotógrafos, aportan todo aquello de que son capaces para tratar de hacer una obra nacida para existir: el material fotográfico, las cintas de celuloide sensibles a la reproducción de las imágenes, la construcción de aparatos receptores de sonido, energía eléctrica para luz y motores; todo supone la existencia de fábricas donde la inteligencia y los brazos de los hombres han dado aquello de que son capaces.

¡Trabajo en las cimas de la montaña y en las entrañas de la Tierra y en la amplitud del mar! ¡Por el trabajo la vida es fecunda y merece ser vivida! 

Mulos a la fábrica

Vamos a continuar nuestra narración:

Vemos ahí los pacientes mulos con su carga en dirección a la fábrica: llevan unos ciento veinte kilos de peso, cuatro cántaros de treinta kilos. Menos mal que el camino es ahora cuesta abajo. 

Fábrica de resinas

Ésta es la fábrica de resinas. Vemos la explanada del muelle para cargar la resina remasada. A la izquierda vemos las chimeneas de los hornos que son necesarios para las calderas que luego veremos: estas chimeneas y estos hornos están fuera del edificio de la fábrica, no pueden estar dentro porque los productos resinosos, el aguarrás principalmente, son inflamables; a la derecha, al fondo, se ven puestos al sol los platos de la colofonia, otro producto que luego veremos más cerca. 

Entramos a la fábrica

Fijaos en la amplia puerta de la fábrica; vamos a acercarnos a ella en el momento que llega el carguero y saca los cántaros que llevan las caballerías.

La explanada da acceso al muelle (vista exterior). Ya el carguero está retirando de lomos del mulo los pesados cántaros. Se nota el peso de los treinta kilos en el esfuerzo que para sacar los cántaros aparece.

Son las once de la mañana. De modo que, desde las tres de la mañana, son ocho las horas que hace que salimos: cuatro de subida al monte y otro tanto de bajada, con un pequeño intervalo para ir recogiendo la carga. Todavía hará el carguero un segundo viaje; éste es aún más penoso porque tiene que hacer la subida con todo el calor.

Vamos a entrar por aquí mismo a la fábrica

Interior del muelle

Éste es el interior del muelle. A la izquierda está una gran puerta por donde hemos entrado. Esos bultos que son las barricas que, llenas también de la miera o resina, han traído los camiones de otros pueblos; en primer término, a la derecha, vemos como el brocal de un pozo: en este pozo, que es una caldera, se echa primeramente la resina que como sabéis se solidifica según va cayendo gota a gota del árbol. Debajo está el hogar, el fuego que la hace derretirse para poderla pasar a un depósito a través de unos filtros donde quedan las impurezas.
A medida que se filtra la resina se la hace pasar por un caño (un gran caño) de comunicación a ese artesón que veis a la izquierda y que se llama cargador. Esta es la parte más alta de la maquinaria, a la derecha se ve el codo de un gran tubo que ahora veremos de cerca, y que es el capuchón del alambique

Resina al cargador

Ved todo el aparato en conjunto. Arriba está el obrero que hace pasar la resina por el cargador, con ayuda de la pala que empuña. Desde el cargador pasa la resina derretida al alambique que vemos en el centro, ese gran bloque de cemento: en el alambique la resina se pone en ebullición; cuando está a 200º de calorías se inyecta en el alambique agua fría, por un registro que vemos a la izquierda, y ahí dentro se opera la disgregación de productos, se hace la evolución -dicen los resineros-; la parte más pesada que es la colofonia, por el fondo de la caldera sale a un depósito cubierto de finísimos cedazos como ahora veremos, y la parte menos pesada, que es aguarrás o aceite de trementina, sale vaporizado mezclado con el vapor de agua, por el capuchón de este otro aparato de la derecha, en cuyo interior hay un serpentín. 

Serpentín

Como el serpentín está bañado por el agua en su interior se condensa el vapor, se hace líquido y pasa a salir por un grifo que no vemos y que está en el extremo derecho, en la parte baja sobre un depósito abierto como el pilón de una fuente. Como hemos dicho el aguarrás iba mezclado con el agua al vaporizarse pero, cuando sale por este tubo, se separan automáticamente el aguarrás y el agua.
Siendo el aguarrás (que, como está explicado, es un aceite) menos pesado, flota sobre el agua que queda en el fondo. 

Alambique resinero

Para dar salida al agua hay un tubo de desagüe llamado, no sabemos porqué, el florentino, en una de las paredes del pilón cerca del fondo. No hay cuidado de que se vaya por este tubo el aguarrás, porque como el agua que sale es una pequeña cantidad, el desagüe se hace muy bajo y el aguarrás siempre flota y queda sobre el nivel del desagüe. 
En la escalera vemos al destilador que continuamente observa el manómetro, ese cuadrante como esfera de un reloj que marca la presión de la caldera, y abajo a la derecha el obrero que va recogiendo en cubos la colofonia.
Con la salida del aguarrás por un lado y de la colofonia por otro, ha terminado la operación de destilación.
Pero hagamos un alto antes de seguir. Al acercarnos al aparato observemos algunos detalles: vemos el manómetro. El destilador toca la rueda de la válvula, que abre y cierra la llave de la caldera para dar salida a la colofonia. Abajo se ve la parte superior de la artesa a dónde pasa la colofonia; sobre estas espigas que vemos se ponen los cedazos finísimos, que filtran la colofonia antes de caer a la artesa: son unos cedazos rectangulares de finísima malla metálica llamados filtros. Para que os deis idea de la finura de los agujeros, os diré que tienen 250 hilos en un centímetro cuadrado (así son de caros, costando esa tela cincuenta y nueve pesetas el metro cuadrado). 

Destilador mirando la colofonia

Repasemos recapitulando este conjunto en que aparece la disposición general del aparato; arriba a la izquierda está el muelle.

El destilador mira una muestra de colofonia. La colofonia es un producto que, al enfriarse, se solidifica como ya veremos, de un color parecido al ámbar aunque hay varios matices porque hay dieciocho clases de colofonia, según el grado de transparencia: hay desde la llamada sublime, de un color amarillo claro transparente, a esta otra casi negra y opaca, pasando por toda una gama de matices. La más oscura es la que se deposita en el fondo, la más clara es la de la superficie: la más clara tiene más aguarrás y, al ser éste poco pesado, queda encima; es más apreciada por esta razón, puesto que es más conveniente para la destilación a que es sometida en transformaciones subsiguientes. El valor varía de una peseta en tonelada de una a otra clase. De la colofonia se obtiene aceite de colofonia para usos químicos, se fabrica jabón y las tintas para las imprentas; también se fabrican objetos artísticos, peines, etc.

El aguarrás o aceite de trementina se utiliza en medicina, en la fabricación de barnices, como primera materia para fabricar éter anestésico y también se fabrica de ella alcanfor sintético.

El destilador abre la llave (válvula) para dar salida a la colofonia; esta sale por un tubo y se recoge en cubos.

Cubos humeantes

Otro aspecto de estas operaciones: los cubos humeantes se llevan al exterior de la fábrica para ir echando el contenido, todavía líquido, en unos grandes platos alineados en unas mesas. Esto se hace porque con la exposición al sol aclara el color de la colofonia.

Vedlos: el obrero los va llenando con el cubo. Parece sobre las mesas la sopa preparada esperando la llegada de un regimiento de gigantes hambrientos. 

Resina, del cubo al plato

Aquí, como están al sol, no se distingue el contenido dorado y brillante. Vedlos en la segunda foto, con el sol nublado, cómo brilla la superficie.

Torso erizado de pinos

Al fondo del paisaje la montaña, con sus términos superpuestos, nos muestra el torso erizado de pinos.

Ved allá atrás un tonel; en estos toneles se echa el contenido de los platos que queda sólido y sale como un molde. 

Envasado de la colofonia en toneles

He aquí la operación de envasar en los toneles la colofonia. El obrero levanta el plato y deja desprender el molde dentro del tonel; en el momento de enfocar la cámara, el plato que recibe de frente el sol brilla como un disco de oro, por eso en la impresión fotográfica aparece como un borrón, velado; para hacer fotografías -ya lo sabréis algunos- no puede dar el sol en el objetivo de la cámara, porque se vela la placa; sobre este disco, herido por los rayos del sol, ha hecho el efecto de un espejo y por eso aparece como velado ese trozo de la fotografía.

Los huecos que quedan alrededor del tonel se rellenan con trozos de otros moldes fraccionados, de modo que luego, bajo los efectos del calor solar, el contenido del tonel forma un solo bloque, para sacar el cual harán de deshacer el tonel; si por alguna rendija de la ensambladura de las tablas sale la colofonia medio derretida, se tapa con barro la hendidura. 

Fabricando un tonel

Vamos a ver ahora cómo se fabrican estos toneles. Fijaos en los aros: son de castaños jóvenes, arbustos o tallares que se cultivan a este fin en algunos pueblos de Gerona (donde hay industria tonelera). Se corta cada árbol en sentido de su longitud por la mitad, de modo que de cada árbol salen dos aros.

Ved cómo se fabrica un tonel: un aro de hierro como patrón, sostenido por un vástago de hierro. Se van colocando alrededor las tablas cortadas de antemano un poco más estrechas en los extremos; se ponen los cercos de la parte superior que se sujetan atando las puntas del arbusto con alambre, para lo cual se hacen en la madera unas muescas con la exactitud que da la práctica del oficio; enseguida e pasa por la parte inferior una gruesa maroma que se ve, allá a la izquierda, sobre el banco de trabajo, y con el torno, que también vemos, se ajusta estrechamente, apretando bien las tablas; entonces se van poniendo bien los cercos que, por la curvatura de las tablas, son de mayor diámetro hacia el centro; naturalmente que desde que se empiezan a colocar las tablas en círculo hasta que el tonel está acabado pasan unos pocos minutos, unos quince. 

La peguera, el horno de la pez

Vamos, por fin a ver el horno de la pez, la peguera. Helo aquí: los residuos de la filtración de la miera y de la colofonia se van amontonando formando como cúmulo de broza o basura: ésto se lleva a la peguera: a este horno se prende fuego por arriba y, según va ardiendo, lo que arde y no es consumido por el fuego destila un líquido negro, que se le hace pasar por un filtro colocado en el fondo del horno y que forma parte del dispositivo del depósito. De allí se recoge y se pone al sol en los platos que ya conocemos y que están ahí expuestos, donde aquello se solidifica. Esto es la pez, producto del que todos habéis oído hablar.

Ha terminado ante nuestros ojos el proceso de transformación de la resina, desde que gota a gota brota de las entrañas del árbol hasta que sus componentes disociados quedan en los almacenes envasados en barriles y bidones, para ser transportados a los mercados del mundo.

Hemos asistido al proceso de esas lágrimas de resina que el árbol vierte por la herida abierta, convirtiéndose en colofonia, en pez, en aguarrás. A su vez, otras fábricas y otros laboratorios esperan estas primeras materias para ser transformadas en subproductos, en jabón, en éter, en tintas, en pinturas, en utensilios y objetos de uso.

Para llegar a estos resultados ha sido precisa la concurrencia del esfuerzo sostenido de la inteligencia y del trabajo corporal de muchos hombres. La inteligencia, facultad del espíritu, arranca sus secretos a la Naturaleza en beneficio de la satisfacción de necesidades materiales, y el trabajo corporal hace realidades utilizables las creaciones del espíritu. Del mismo modo, la casa que habitamos y el traje que vestimos y el pan que comemos son el resultado de una armonía concertada del trabajo de la inteligencia y del músculo. 

Termina nuestra excursión. Nos hemos asomado a la Sierra de Gredos, más jugosa y menos adusta que la de Guadarrama. Hemos pasado por La Adrada, por Pedro Bernardo, por Casillas. Descansamos un momento en Mijares, uno de los más interesantes y típicos pueblos de la Sierra. 

Mijares
No me he conformado, como veis, en la excursión, con la contemplación pasiva de horizontes agrestes y de rincones típicos. He sentido la curiosidad de conocer, que quiero comunicaros a vosotros, por donde pasemos, lo mismo en los libros que en la vida. Pensando en vosotros recogí estas escenas.

Pino señero

Ya de regreso el bosque se aclara, algún pino señero se yergue, majestuoso, frente a las altas cimas y atrae con nuestra mirada, nuestra veneración, al árbol que tantos beneficios reporta a la Humanidad; aunque nos abre sus entrañas en ofrecimiento de su sangre, esto no lo debilita para procurarnos la benéfica influencia que devuelva la salud a los cuerpos cansados, y tras de cobijarnos bajo la sombra acogedora de sus ramas perennes, nos da después de muerto leña para calentarnos o madera para lo que pueda servir.

Lástima que esos bienes que los pinares montañeros procuran a los hombres no podamos disfrutarlos intensamente los habitantes de la ciudad, que gastamos la vida en pasar por la vida de espaldas a la vida.

Acerquémonos a la Naturaleza ¡Qué bien se está allá arriba! El aire embalsamado de esencias orea nuestras frentes, templa nuestra voluntad, depura nuestros sentimientos. La altura ahonda nuestras meditaciones y exalta nuestra vocación de ser honrados, veraces, justos, tolerantes, fraternos.

Mayo de 1935

Javier Marauri Mendoza

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