Continuamos el repaso del libro de Norbert Casteret "Mi Vida Subterránea" donde lo dejamos: nuestro protagonista escondiendo armas y papeles secretos en algunas cuevas descubiertas por él mismo. Estamos en 1941, en la Francia de la Segunda Guerra Mundial.
Justo antes, en 1940, Norbert tuvo el palo más gordo de su vida: su querida Elisabeth murió tras el alumbramiento de su quinto hijo, a los 35 años de edad. Mujer increíble para la época, tremendamente audaz, aventurera y dura como ella sola, acompañó a Norbert en sus arriesgadas exploraciones sin apenas despeinarse, al tiempo que cuidaba y educaba a su abultada prole. Nuestro protagonista enfrentaba un doble duelo: la muerte de su esposa y la entrada de Francia en la Segunda Guerra Mundial, por no decir el cuidado y manutención de cinco retoños hambrientos. Para deprimir a cualquiera, pero a él no.
Elisabeth Casteret, a lo suyo (norbertcasteret.net) |
Justo después de la muerte de Elisabeth, Norbert recibió la visita de Marcel Loubens, un chaval ávido de aventuras que quería visitar las cavernas del macizo de Arbas, en los Pirineos franceses. Le facilitó un listado de cavernas y el chico, al poco tiempo, regresó a por más información, aduciendo que las había visitado todas en tiempo récord.
Maraña de galerías en la Henne Morte (undergroundadventures.cat) |
Unos días más tarde, el nuevo amigo de Casteret, Marcel Loubens, le informó que había explorado la Henne Morte con una amiga, descendiendo 80 metros únicamente con una escala de cuerda, bajo la lluvia que se colaba por la boca de la cueva: una locura que podría haber presagiado el agrio final que tendría, años más tarde, el pobre chaval.
Galería de la Henne Morte (Escalpyr) |
Loubens describe así la aventura:
El primer paso lo constituye una escalera de gradas gigantescas que descendemos ayudándonos de la cuerda, arrastrando tras de nosotros nuestro voluminoso paquete de escalas. Ahora comienza el tajo a pico, misterioso, que es necesario abordar. Los veinticinco metros de escala de que disponemos los atamos al cabo de la cuerda y los echamos al pozo. Sostenido por mi compañera, abordo el verdadero descenso. Diez, quince metros, he aquí la primera juntura de los aparejos y la escala flota en el vacío. Llego hasta su extremo; el vacío se abre debajo de mí. Suspendido del último escalón me balanceo en todos sentidos. De repente, ¡cuidado! Una piedra llega silbando, pasa como una tromba por mi lado y se estrella sobre los escombros que adivino unos ocho metros más abajo. Abandonando la escala, consigo asirme a una fina cornisa de la pared y, desde allí, en un peligroso ejercicio, intento finalizar el descenso.
Entrada de la cueva del Pont de Gerbaud, en el sistema Félix Trombe, similar a la de la Henne Morte (mission-speleo) |
Unos meses más tarde, a finales de 1941, Norbert, acompañado de Loubens, se dispusieron a explorar la Henne Morte.
Inmerso en la niebla, aquel gran embudo tenía en verdad un aspecto siniestro. Por un lado una enorme hondonada de paredes verticales que oculta, invierno y verano, gran cantidad de nieve; luego el orificio real de la sima, que se abre ante nosotros como en una mueca. Fue en este lugar, realmente impresionante y lúgubre, donde se desarrolló, medio siglo antes, el drama que dio su nombre a la sima antes anónima. Una mujer de aquellos lugares perdida en la niebla (muy frecuente en este macizo), vagaba por el sombrío bosque de abetos, a través de un caos de rocas despedazadas y cayó en la sima, como atestiguaron uno de sus zuecos encontrado al borde del abismo y su pañoleta cogida en un matorral. Naturalmente, nadie soñó en bajar a esta sima horrible, que desde entonces tomó el nombre de Clot de la Henne Morte («Abismo de la mujer muerta»).
Descendieron hasta una neviza subterránea, una zona de acumulación de nieve que cae por la boca de la cavidad. Descendieron 170 metros hasta llegar a un río subterráneo, y regresaron porque necesitaban un equipo experimentado para acometer la exploración de tan inmenso sistema.
Regresaron en 1943 con un desnutrido -literalmente, estamos en la Segunda Guerra Mundial- grupo de exploradores mal equipados y con poca experiencia, a excepción de Norbert y Loubens. En la séptima incursión, en julio de 1943, Norbert alcanzó los 345 metros de profundidad, quedándose sus compañeros 100 metros más arriba.
Había allí una sala en la que dos cascadas caían y confluían en un lago que se desbordaba en una catarata espumeante hasta un nuevo abismo subyacente. Fue en este pozo vertical de cien metros donde efectué un descenso memorable, contraído sobre mi escala, con la lámpara apagada, en la oscuridad absoluta, ensordecido y empapado por la cascada. Abajo puse pie junto a un lago subterráneo en el que pude establecer de nuevo la iluminación y observar que el abismo se prolongaba en un nuevo pozo vertical, igualmente barrido por la misma terrible cascada.
Descendiendo un pozo de la Henne Morte (speleo.fr) |
De pronto, un ruido sordo…Inmediatamente un grito terrible, enorme en aquellas tinieblas, seguido de una llamada que sonó patética tres veces consecutivas: ”¡Socorro!”. Volamos de roca en roca y en un abrir y cerrar de ojos nos encontramos junto al compañero herido. Es Maurel. Yace en un charco de agua, doblado sobre sí mismo y gimiendo por lo bajo. Lo levantamos con precaución y lo apoyamos en la pared. Nos mira. No olvidaré nunca su mirada: en ella están retratados el horror, el sufrimiento, el miedo. Por fin consigue explicarse. El cuerpo está intacto, la cabeza protegida por el casco. El brazo izquierdo lo tiene roto. Lo sostiene con su mano sana y queda abatido, balanceando la cabeza, gimiendo débilmente. La exploración se interrumpe. Ahora sólo existe un fin, una sola razón por la que luchar: sacar al herido de allí.
El equipo logró izar al herido con muchas dificultades, en 27 horas de suplicio: rotura de cuerdas y desprendimiento de rocas, lo que se salda con dos heridos: uno con el brazo roto y otros con el omóplato y las costillas al revés.
Croquis del sistema Félix Trombe (yorkshire ramblers) |
Unos meses más tarde, Norbert dio una charla sobre la Henne Morte en París, en pleno asedio de la ciudad por los nazis, y soltó estas palabras que piden mármol:
Volverán a ella —proseguí—, porque el hombre es aventurero por naturaleza y porque ni un centímetro cuadrado de nuestro planeta puede permanecer desconocido para él. Ya sea en la cumbre de las más altas montañas, donde apenas puede respirar, pero que ha alcanzado, o en los hielos polares y en los desiertos ardientes, en los que apenas puede vivir, pero por los que ha pasado, o en el fondo de los grandes océanos y de los grandes abismos de la tierra que no han sido aún explorados y de los que no se sabe si se saldrá con vida. La exploración, continúa, pues, y se reemprenderá. Pero esta gran sima no entregará el secreto de su enorme profundidad más que a un equipo de espeleólogos aguerridos, especializados, mejor equipados que como lo estamos ahora, cuando no se puede encontrar nada: ni un metro de cuerda, ni un solo metro de tela de goma, ni pilas eléctricas. Pues serán necesarias muchas cuerdas y escalas, equipos individuales impermeables, lámparas eléctricas sumergibles, un teléfono de campaña. Con estas precauciones, provistos de un material apropiado y con la experiencia que nos ha llevado ya a casi cuatrocientos metros de profundidad, la sima de la Henne Morte tendrá que entregarnos su secreto y será vencida.
Norbert en pleno descenso |
Al finalizar la charla, Norbert se reunió con el químico Félix Trombe, que consiguió organizar una expedición con los mejores medios de la época y la colaboración del ejército, para el verano de 1947.
La participación del Ejército fue impresionante, bien se ve. El ochenta por ciento de la organización de superficie fue obra suya (tiendas, instalación del campamento, etc.). La totalidad de los medios de transporte (camiones, jeeps, carburante, veinticinco mulos) fue igualmente proporcionada por el Ejército (cerca de seis toneladas, que subieron hasta 1,300 metros de altitud) Y lo mismo para las comunicaciones de radio y teléfono entre el pueblo de Arbas y el campo de operaciones de superficie, en la montaña, entre el campo del orificio de la sima y el interior de ella, hasta la cota —250. El Ejército proveyó también las raciones individuales «K» para la alimentación de los exploradores durante el tiempo que duraba su estancia bajo tierra, así como botas de goma, cascos, lámparas de carburo y tiendas. El equipo subterráneo, que contaba con veintidós hombres (cinco de ellos militares), tenía por misión alcanzar la sala situada a doscientos cincuenta metros de profundidad, e instalar allí un campamento subterráneo de tres grandes tiendas. Esta innovación sensacional, tan discutida en aquella época —incluso por participantes de la expedición— y debida a Félix Trombe, sentó precedentes para cualquier otra expedición, que desde entonces comporta siempre campamentos subterráneos.
Aquello fue una innovación increíble en el mundo de la espeleología. Además de los equipos individuales anteriores, también se instalaron grupos electrógenos y tornos de mano para ascender y descender en plan ascensor, lo que Trombe -que había inventado el sistema- llamaba "sombrero chino", permitiendo el descenso de un pozo de 100 metros con cascada incorporada. De esta forma, tras varios años de incursiones en la cueva, llegaron al fondo de la Henne Morte: un sifón impenetrable a 446 metros de profundidad.
En 1948 un cura espeleólogo de la zona, Denis Cathala, contactó con Norbert porque había encontrado cosas raras en la gruta de Aldène, una antigua mina de fosfatos naturales derivados de la descomposición de osamentas de de animales prehistóricos.
Boca de la cueva de Aldène, en la cornisa del acantilado de Cesse (vakatiehuis) |
Norbert y Cathala se introdujeron en una gatera por la que salía un viento helado, hasta llegar a un piso inferior. Desde aquí recorrieron más de un kilómetro de estrecho pasillos, descendieron un pozo y llegaron a un sinuoso vestíbulo, en el que había huellas de animales impresas en la arcilla endurecida del suelo, que ellos identificaron como hienas. También encontraron osamentas de oso y montones de coprolitos expulsados por las hienas, como pelotas blancas de carbonato cálcico.
Estudio de las huellas prehistóricas en Aldène (sudouest) |
Avanzaron por la cueva, en suave descenso, mientras encontraban más huellas y huesos de animales además de "nidos de osos", cráteres de unos dos metros de diámetro por cincuenta o sesenta centímetros de profundidad producidos por los revolcones de los osos al dormir. En una galería cercana estaba la gran sorpresa: huellas de pies humanos por todas partes:
Un atento examen nos revela cinco tallas diferentes que se escalonan entre dieciocho y veinticinco centímetros de longitud, lo que corresponde a las medidas de veintisiete a treinta y nueve. Así pues, pies pequeños, pies de niño incluso para algunos, ya que el pie de dieciocho centímetros revela el paso de un niño de unos siete años. [...] Se ven también huellas profundas de dedos encogidos, sin la planta del pie, atestiguando que en aquel lugar se andaba de puntillas, para adaptarse mejor al suelo húmedo y no resbalar. Un detalle nos llama la atención por su poder de evocación. un bastón que debía servir de apoyo a uno de los hombres, ha quedado impreso en el suelo a todo lo largo. A su lado, paralelamente a la señal dejada por el bastón, se ve una huella de pie cuyos dedos han resbalado lateralmente. El barro señala todo esto y permite reconstruir la escena; el hombre a quien se le ha caído el bastón, se ha agachado para recogerlo y al hacerlo plegó el pie, levantando el talón para arrodillarse. El peso del cuerpo se ha apoyado por completo sobre los dedos…
También encontraron marcas de carbón y astillas calcinadas en paredes y techo, lo que indicaba que rozaban las antorchas contra la roca para reanimar el fuego, al apagarse y soltar humo. Podían ser primitivos, pero en absoluto tontos.
Finalizamos esta serie de entradas dedicadas al gran Norbert Casteret con una de sus más famosas exploraciones, y quizás la más dramática de todas ellas: la de la Piedra (o Pierre, en francés) de San Martín, uno de los sistemas kársticos más profundos del mundo.
Campamento de los exploradores en la Piedra de San Martín |
Entrada del pozo Lepineux, con las placas de homenaje a Marcel Loubens (Alain Collet) |
Cosyns contactó con Norbert y quedaron en una campaña conjunta de exploración del pozo Lepineux al año siguiente, en 1951, porque no disponían del material adecuado para descender a semejante profundidad.
Ya en 1951, desplegaron un torno de acero con un cable de 400 metros por el que descendió Lepineux, aterrizando en una sala pedregosa con gran pendiente, un embudo gigante.
Sección francesa del sistema de la Piedra de San Martín (Speleo Spit Club) |
Justo después Marcel Loubens, el gran discípulo de Casteret, recorrió otros 500 metros en solitario, descubriendo una enorme sala.
En 1952 Norbert se unió a una nueva expedición, con buenas perspectivas de descubrimientos aunque de final fatídico. Descendieron el pozo Lepineux cuatro espeleólogos con el objeto de colorear -con fluoresceína, como ya vimos en la anterior entrada- el torrente subterráneo. Este equipo ascendió con el torno, produciéndose el accidente que acabaría con la vida del increíble Marcel Loubens y que catapultaría a la fama a la sima.
Marcel Loubens (izda.) junto al torno, en la boca del pozo Lepineux (Google Arts) |
El propio Norbert nos cuenta el accidente y sus causas:
La causa del accidente fue la unión demasiado frágil del eslabón terminal del cable, en el lugar en que se fija al aparejo de paracaidista con que vamos equipados. Dicha juntura, un modelo en su género, había sostenido en los años precedentes, en los que todos nosotros dependíamos de ella, todo el material que Max Cosyns había puesto en servicio desde hacía una década. Personalmente había descendido desde 1935 a lo largo de un cable más fino y con ayuda de un torno más ligero, en los pozos verticales de las simas vecinas de Heyle y Utciapa, de doscientos cincuenta y ciento cincuenta metros respectivamente. Pero el material iba a tener un fallo y habría un víctima en este 14 de agosto de 1952. El accidente podía haberle ocurrido a Occialini, que había descendido el último en la sima, es decir, inmediatamente antes del ascenso de Loubens, o a mí mismo, que esperaba su llegada a la superficie para descender a mi vez. La fatalidad quiso que el eslabón se abriera imperceptible o insidiosamente y que la víctima fuera Marcel Loubens.
Como no fue posible izar su cuerpo, se optó por inhumarle junto a una gran piedra en el fondo del pozo Lepineux, que no era más que un enorme caos de rocas. Esta decisión tan lógica trajo muchos problemas para el equipo de espeleólogos, incomprendidos por una sociedad que no parecía enterarse de que el espeleosocorro no se había inventado todavía.
Descendiendo el pozo Lepineux, en la Piedra de San Martín (Espeleobloc) |
Como desecaba observar con detalle la arquitectura del pozo fatal, accidentado de cornisas, de grietas abarrotadas de piedras, de bloques inestables, y queriendo estudiar el delicado problema de la ascensión del cuerpo de Marcel Loubens, descendí el primero en la impresionante vertical de trescientos cuarenta y seis metros, suspendido de un cable nuevo, movido por un nuevo torno y manejado por el ingeniero Queffelec. Tuve así el triste y doloroso privilegio de arrodillarme el primero en la soledad de las tinieblas de la sima, ante la tumba de nuestro amigo.
El equipo efectuó un trayecto de más de tres kilómetros a través de un gran caos de piedras, atravesando salas enormes y alcanzando los setecientos metros de profundidad, lo que constituía, en 1953, la sima más profunda del mundo.
Izado del cuerpo de Marcel Loubens |
El cadáver de Loubens no pudo ser izado en esta ocasión por problemas técnicos:
A priori acaso no pueda comprenderse qué era lo que podía impedir izar un ataúd en un pozo vertical, aunque tuviera ciento cuarenta y seis metros de profundidad. Sin embargo, el problema no era tan sencillo y la vertical de la sima no dejaba de estar erizada de canales naturales, de hendiduras y de pasajes en espiral donde algunos de nuestros hombres se encontraron con dificultades, no teniendo bastante con sus brazos y piernas para salirse de ellos, separarse de las grietas, de los balcones en los que quedaban arrinconados para liberar el cable que se introducía por surcos. Con razón temíamos que una carga inerte de más de ochenta kilos no pudiera franquear todos estos obstáculos. Y ello fue en definitiva lo que nos determinó a abandonar por segunda vez a nuestro pobre amigo en su tumba, al fondo de aquella sima inhumana.
Periódico de la época narrando el izado del cuerpo de Marcel Loubens (delcampe.net) |
Planearon volver a la sima el año siguiente, en 1954. Lepineux, acompañado de Norbert, concibió un equipamiento novedoso para izar, de una vez por todas, el cuerpo de Loubens: un ataúd de aluminio con forma de obús, o de supositorio, según se mire. En la primera izada dicho ataúd quedó atascado en un saliente a mitad del pozo, por lo que un miembro del equipo tuvo que descender, suspendido de un cable de acero, para desatascar el ataúd, escoltándolo en el resto del ascenso, con dos cojones. El operario, Bidegam, nos narra la subida:
Mientras descendía sólo tenía una preocupación: la de ver el cable que sostenía la caja cruzarse con el hilo, más delgado, de mi auto-elevador, arrinconarlo contra una roca y cortarlo en seco. Sin remisión: aquello sería la caída fatal en el vacío. Me venían a la memoria las palabras de Casteret a la salida de la sima, hirientes como un estilete: “El izamiento del ataúd será extraordinariamente peligroso, y estoy midiendo mis palabras”. A pesar de todo, mi descenso se efectúa sin accidente alguno y llego al nivel del ataúd metálico aprisionado bajo el maldito saliente. Una serie de cortos descensos y ascensos que ordeno en el laringófono acaban por colocar el ataúd en la posición justa que he escogido para poder sacarlo del cepo. Todo a punto: “Izad”. Con la espalda en la pared, empujando el pesado ataúd con las manos y los pies, lo saco de aquel rincón y empieza a subir; aplastándome, pero sube, De cincuenta en cincuenta centímetros vamos subiendo los dos al mismo tiempo.
Norbert y sus compañeros, en todas las campañas que efectuaron en la Piedra de San Martín, descubrieron montones de cosas interesantes: nuevas características geológicas, ríos y torrentes subterráneos, fenómenos climáticos y meteorológicos y, quizás lo más importante, vida. Ocho especies de troglobios semiacuáticos y un coleóptero denominado Aphaenops loubensi, en memoria del malogrado Loubens.
Un globo sobrevuela la sala de la Verna, en la Piedra de San Martín (Red Ibérica de Espacios Geomineros) |
En sucesivas exploraciones Norbert y su equipo avanzaron hasta encontrar la tremenda sala de la Verna, la sala subterránea visitable más grande del mundo. Pero llegó 1960, y Norbert ya contaba con 63 años y no le parecía atractiva la idea de pasarse días enteros bajo tierra avanzando penosamente entre un caos de bloques y torrentes subterráneos, por lo que se dedicó a planificar las expediciones siguientes.
El jefe del equipo de espeleólogos fue el belga Félix Ruiz de Arcaute, que tenía mucha experiencia explorando las cavidades del macizo Larra-Belagua. Se le encargó topografiar el conjunto de la Piedra de San Martín con el objeto de aprovechar el torrente subterráneo para la generación de electricidad, idea original de Casteret. En esta prospección Arcaute descubrió montones de nuevas simas en el lado francés, más perforado que un queso de Gruyère. En 1971 Arcaute terminó sus días de forma parecida a Marcel Loubens: colgado bajo una cascada de agua helada, al no poder liberarse de la cuerda ni ser ayudado por sus compañeros.
Norbert de picnic, en 1970 |
Aquí finaliza la serie de entradas sobre el libro de Norbert Casteret "Mi Vida Subterránea", publicado en 1960. Sin embargo, él siguió explorando cuevas hasta 1964. A partir de ese momento se dedicó a escribir libros (algunos traducidos al español), dar conferencias e incluso dibujar viñetas humorísticas, muchas de ellas accesibles en esta excelente página.
Tras una vida plena, Norbert falleció en 1987, a los 89 años de edad. Seguramente esté por alguna dimensión de esas que se supone que hay, con su querida Elisabeth, metido en alguna cueva, sima, agujero o lugar oscuro y húmedo que se precie, medio y fin de su vida de curioso, de explorador incansable, de humano inteligente y noble.
Te echamos de menos, amigo Norbert.
PD: Como se trata de una serie de cuatro entradas, dejo aquí los enlaces de las tres anteriores, por eso de la comodidad del lector.
Unboxing literario: la vida subterránea de Norbert Casteret (I - Primeras exploraciones)
Unboxing literario: la vida subterránea de Norbert Casteret (II - Montespan y la Gruta Helada)
Unboxing literario: la vida subterránea de Norbert Casteret (III, de Labastide a Esparros)
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